EL PAÍS, Madrid, 12 de octubre de 2013
TRIBUNA
Un sueño para la era digital
Más de 2.000 millones de personas viven en la era digital. Hay que cerrar la brecha con los casi 5.000 millones que siguen en la del papel
Peter Singer
Hace cincuenta años, Martin Luther King soñó con unos Estados Unidos que un día pudieran cumplir la promesa de igualdad para todos sus ciudadanos, sean blancos o negros. Hoy Mark Zuckerberg, fundador de Facebook, también tiene un sueño: dar acceso a Internet a los 5.000 millones de personas del planeta que no lo tienen.
La visión de Zuckerberg puede parecer un intento interesado de lograr más usuarios de Facebook. Sin embargo, hoy el mundo se enfrenta a una creciente brecha tecnológica que tiene implicaciones para la igualdad, la fraternidad y la libertad, y el derecho a buscar la felicidad no menos urgentes que la división racial contra la que predicara King.
En todo el planeta, más de 2.000 millones de personas viven en la era digital. Pueden acceder a un vasto universo de información, comunicarse por poco o nada con sus amigos y familiares, y conectarse con otras personas con las que tienen la posibilidad de colaborar de nuevas maneras. Los otros 5.000 millones siguen viviendo en la era del papel en que creció mi generación.
En aquellos días, si uno deseaba averiguar algo pero no poseía una costosa enciclopedia (o la que tenía no estaba tan al día como para contener esa información), había que ir a la biblioteca y dedicar horas a encontrarla. Para comunicarse con amigos o colegas que residieran en el extranjero había que escribirles una carta y esperar al menos dos semanas para recibir respuesta. Las llamadas telefónicas internacionales eran prohibitivas, por costosas, y la idea de ver a alguien mientras conversaba con uno era cosa de ciencia ficción.
Bill Gates carece de una conciencia visionaria de cómo puede beneficiar Internet a los pobres
Internet.org, una iniciativa de colaboración global a la que Zuckerberg dio inicio el mes pasado, se propone hacer que los dos tercios de la población mundial sin acceso a Internet se integren en la era digital. Participan de ella siete importantes compañías de tecnología de la información, así como organizaciones sin fines de lucro y comunidades locales. Sabiendo que no se puede pedir a la gente que opte entre comprar comida y comprar datos, la iniciativa buscará lograr medios más novedosos y baratos de conectar ordenadores, desarrollar programas informáticos más eficaces y explorar nuevos modelos de negocios.
Bill Gates, fundador de Microsoft, ha sugerido que el acceso a Internet no es una prioridad importante para los países más pobres y que es más urgente luchar contra problemas como la diarrea o la malaria. No puedo sino alabar sus esfuerzos por reducir la cantidad de víctimas de estas enfermedades, que afectan principalmente a los más pobres. Sin embargo, es curioso que su visión parezca carecer de una conciencia más visionaria de cómo Internet puede transformar esas vidas. Por ejemplo, si los agricultores pudieran recibir predicciones más precisas sobre dónde plantar sus semillas u obtener precios más altos para sus cosechas, les sería más fácil pagar la instalación de redes sanitarias, de manera que sus hijos no contraigan la diarrea, o mallas para las camas con el fin de proteger a sus familias contra la malaria.
Hace poco, un amigo que trabaja dando consejos a los keniatas pobres sobre planificación familiar me contó que a su clínica llegaban tantas mujeres que no podía dedicar más de cinco minutos a cada una. Mujeres que tienen una sola fuerte de información y una sola oportunidad para obtenerla; si tuvieran acceso a Internet podrían tenerla ante sus ojos siempre que quisieran.
Más aún, sería posible realizar consultas en línea, con lo que las mujeres se ahorrarían tener que ir a la clínica. El acceso a Internet también permitiría dar un rodeo al problema del analfabetismo, aprovechando las sólidas tradiciones orales de distintas culturas rurales y haciendo posible que las comunidades creen grupos de autoayuda y compartan sus problemas con personas en situaciones semejantes en otros pueblos.
Lo que es válido para la planificación familiar también lo es para una amplia variedad de temas, especialmente aquellos de los que es difícil hablar, como la homosexualidad y la violencia en el hogar. Internet está ayudando a muchas personas a comprender que no están solas y que pueden aprender de la experiencia de los demás.
Proveer acceso universal a la Red es un proyecto tan grande como la secuenciación del genoma humano
Si ampliamos todavía más nuestra visión, no resulta absurdo esperar que puedan establecerse vínculos y conexiones entre los más pobres y las personas con más medios materiales, elevando así los niveles de ayuda y asistencia. Los estudios demuestran que es más probable que alguien done a una organización caritativa contra el hambre si se le muestra una fotografía y se le señala el nombre y la edad de una niña como las que reciben su ayuda. Si apenas una foto y unos cuantos detalles de identificación pueden hacer eso, ¿qué podría lograrse con una conversación por Skype?
Proveer acceso universal a Internet es un proyecto similar en escala al de la secuenciación del genoma humano y, al igual que este, generará nuevos problemas y temas éticos sensibles. Los estafadores en línea tendrán acceso a un público nuevo y tal vez más ingenuo. Las violaciones a los derechos de autor se generalizarán aún más que hoy (aunque no costarán a sus propietarios mucho dinero, ya que es muy improbable que los pobres puedan comprar libros y otros materiales patentados).
Más aún, las características distintivas de las culturas locales quizá resulten afectadas, lo que tiene un lado bueno y uno malo, ya que estas pueden restringir las libertades y negar la igualdad de oportunidades. Sin embargo, en general es razonable esperar que dar acceso a los pobres del mundo al conocimiento y la interacción con otras personas de cualquier lugar del planeta tenga un muy positivo poder de transformación social.
(*) Peter Singer es profesor de Bioética en la Universidad de Princeton y profesor laureado de la Universidad de Melbourne. Entre sus publicaciones se encuentran 'Ética práctica, Un solo mundo' y 'La vida que puedes salvar'.
Ilustración: Chema Madoz.
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