domingo, 29 de diciembre de 2013

DEFENSORES

Últimas Noticias, Caracas, 29 de diciembre de 2013
Defender la alegría
Laura Antillano

Creo que este asunto de la Navidad y el Año Nuevo, si bien tiene su génesis en la creencia, las raíces más arraigadas vienen de los afectos familiares y amistosos. No vengo de un hogar especialmente religioso, pero la Navidad pesa. Cuando pienso en ello, recuerdo un mueble extraño, que hubo en casa, el cual ocultaba entre puertas un tocadiscos (para aquellos discos grandes de vinil o acetato), y veo a mi padre organizar un cerro de discos, eligiendo lo que escucharíamos, con toda la tranquilidad del caso, como si mente y alma estuvieran lejos de allí, recopilando otras nochebuenas viejas escondidas en su memoria. Hay un color y olor de la cocina, hay un queso relleno con guiso de pollo o gallina (que para los míos es el plato central de la Navidad, y no me pregunten de dónde vino, porque no lo sé). En la película de los recuerdos veo también un balcón de Los Chaguaramos, donde los grandes se salían para llorar mientras los niños los mirábamos con curiosidad. ¿Era 1956, 57? Papá preso con Pérez Jiménez o “enconchado”, mi madre pegada del radio escuchando las noticias en enero del 57, los aviones pasando sobre el cielo abierto.
La tradición de los Reyes Magos y la puesta del Niño Jesús en el montoncito de paja del pesebre me remonta al apartamento de mi abuela Mercedes en El Silencio de Carlos Raúl Villanueva, El Calvario y las fuentes con las esculturas de Narváez. El pesebre armado con cajas cubiertas de coleto, las palmeritas metálicas y el río de celofán, los pastores cargando la oveja sobre los hombros y la parranda navideña sonando en el picó.
Después viene eso de odiar estas fiestas cuando la adolescencia y ataviados con otros elementos, mirando a distancia el espacio familiar, pensar en el viaje, el gran escape, El lobo estepario, los existencialistas, La joven formal de Simone de Beauvoir, el sueño de la locura, la parte oscura de los junguianos, un John Reed leído en su momento, acaso las ganas de comerse al mundo. Y en ese camino de la caperucita y el lobo, terminar en ese recodo del camino nuevo, con los hijos en brazos, descubriendo la razón elemental de este tránsito, en un parto y sus detalles, la riqueza de lo sencillo en esa niñez que ya no es la nuestra sino la de la descendencia, corriendo alrededor y haciéndonos responsables de sus piruetas y requerimientos. Entonces la Navidad vuelve a ser. La fiesta para armar, los regalos secretos, las tretas para dejar los paquetes del Niño Jesús, el disfrute colectivo en la elaboración del alimento, la necesidad de las presencias lejanas y el todos juntos.
Pero los procesos continúan como hechos sociales de un verbo en colectivo, como diría el poeta Gustavo Pereira, la palabra de un -nosotros- se impone.
Y aquí estamos hoy, celebrando ese nosotros, y deseando para todos, para los veintisiete millones de este territorio: un 2014 venturoso, pleno en proyectos realizables en función de la alegría colectiva, de esa, que como escribió Benedetti, hay que defender: “como una bandera /defenderla del rayo y la melancolía /de los ingenuos y de los canallas/ de la retórica y los paros cardiacos/de las endemias y las academias /defender la alegría como un destino”, y ¡amén!

Fotografía: http://fundacionarsenionava.blogspot.com/2010/04/alegria-para-los-ninos-de-preescolar.html

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