Érase el burdel político
Guido Sosola
La experiencia, en lo que fuere, no se compra en botica. Esta sentencia popular nos lleva a un triple símil: por mucho talento natural que se tenga, la regla es que el beisbolista haga el grado en las ligas menores y aprenda de algunas particularidades, como la del pitcher mañoso, la variedad del campo, la del hiteador de bola alta o la del robador caribeño de las bases; el azar ofrece grandes oportunidades al ingenioso abstraccionista, pero el dominio previo del arte figurativo le concede mayores garantías para un hallazgo feliz; o, tratándose del más consumado estratega militar, luce necesaria la acumulación de vivencias y el manejo real de las destrezas tácticas.
Tarde o temprano, quien haga de la política su oficio principal, por más suerte que la acompañe, requiere de un aprendizaje que, por siempre, será indispensable, pues, si contrajese medianas o altas responsabilidades de Estado, tendrá que encarar las más disímiles circunstancias, frecuentemente sobrevenidas y para las cuales no hay más manual que la de una propia trayectoria que se hace equipaje personal. He acá la diferencia real entre la política, terca y despiadada interlocución que implica demasiadas cosas (temperamento, probidad, habilidad, sentido estratégico, capacidad reflexiva, coraje, verbo, modestia y todo lo que weberianamente se nos ocurra), y la antipolítica, devenida enfermizo espectáculo que los críticos de la post-modernidad fácilmente identifican y, permitiéndonos la licencia, sintetizamos como una hazaña del narcisismo.
Los consabidos alzamientos de 1992, a la postre de un éxito político extraordinario, conjugaron una de nuestras más sentidas facetas culturales, pues, al tirarse una parada, según el venezolanismo olvidado, por casualidad alguna, abrieron una avenida ancha para que otros, ya sin armas, en la acera del frente, hicieran lo propio. Lo importante fue y es, darse a conocer por más absurdo que fuese el motivo; improvisar cualquier respuesta, importando poco el bajo calado y las contradicciones que acarreé; y reclutar inmensas cantidades de seguidores que más tarde purgará por el camino lógico de las relaciones primarias (de simpatía o antipatía personal). Acotemos, diferente a los viejos partidos recógelo-todo, el fenómeno es correlativo o sistémico, porque hallará los mass media que, para sobrevivir, tiran su propia parada, banalizando el debate, donde el oportunismo es el otro dato constante y sonante y, faltando poco, las herramientas digitales en boga aligeran demasiado los problemas, por complejos y duros que fuesen.
De modo tal que, siendo también irreductible el talento y la vocación naturales, no siempre el cuarto bate y novio de la madrina es el jonronero por excelencia, el dueño de los pinceles el que sabe batir el óleo o el conquistador de la colina el más diestro y valiente. Y, como ocurre con la política, el deporte, el arte y las armas pierden sentido en beneficio de una simulación, aunque estas tres disciplinas no implican la pérdida de un destino común, como aquélla que versa nada más y nada menos sobre el poder.
La antipolítica no admite un cómodo tratamiento retrospectivo, porque goza de características inherentes al desarrollo de los media, entre otros factores. Si de situaciones y personalidades precursoras hablásemos, bastaría con remitirnos a la campaña de 1973, a la sorpresiva aparición de Leonardo Montiel Ortega en el capítulo inicial de una telenovela por 1978, o a Irene Sáez en la década de los ’90 del ‘XX.
El independentismo político de los sesenta puede acercarse al fenómeno en cuestión, mas nunca confundirse, ya que sus actores no sólo eran de una reconocida preocupación por la vida nacional, exponentes de una trayectoria individual de probado éxito en otros campos – subrayemos – productivos y caracterizados por un manejo sobrio de las situaciones confrontadas, con las excepciones de rigor. Cierto, tuvieron por común denominador, una reiterada actitud antipartidista que los hechos, más tarde, corrigieron o pudieron haber corregido.
En el fondo, intentando reivindicar más las condiciones que las banderas de un medinismo que pronto supo dejar atrás, el independiente por antonomasia fue Arturo Uslar Pietri, el hombre de la campana en los comicios de 1963. Resultó toda una sorpresa por la cosecha de votos que, al ganar Caracas, como lo había hecho el Partido Comunista en 1958, y otros referentes urbanos, se convirtió en una ineludible fuerza parlamentaria y edilicia en el país.
El Movimiento Pro-Frente Nacional Independiente que tenía por epicentro la oficina de Uslar Pietri, ubicada en un local del Banco del Caribe, no sólo se convirtió en un partido, el Frente Nacional Democrático (FND), sino que concursó en el gobierno de Leoni a través de la Ancha Base, nomenclatura adecuada para una época en la que el lenguaje era protagónico. Y, a pesar de las observaciones que puedan hacerse respecto a esta etapa en la vida política del consagrado escritor, como vemos, contribuyendo también a la política como una experiencia del idioma, convengamos que la tentativa fue coherente, bien intencionada y bastante eficaz, aunque – después, a la vuelta de poco tiempo – sucumbió precisamente por no reconocer, aceptar y transformar la práctica real del oficio, no otro que el político, tan requerido de una infinita paciencia.
Senadores, diputados y concejales por el FND, fueron Uslar Pietri, Armando Vegas, Eduardo Ortega, Ramón Escovar Salom, Pedro Segnini La Cruz, J.J. González Gorrondona, Nicomedes Zuloaga, Enrique Yéspica, Jorge Olavarría, Raúl Sanz Machado, Carlos Punceles, José Oropeza Castillo, Francisco Vera Izquierdo y Rosalía Maldonado, entre otros. Ocupando varias carteras ministeriales, la organización tuvo oportunidad para conformar una plataforma y también una clientela duradera, pero – principalmente generado por la displicencia del líder fundador, como lo ha apuntado en un ensayo Juan Carlos Rey – la experiencia fracasó, a pesar de que, por una parte, de acuerdo a la teoría de los espacios, hoy tan maltratada, el liberalismo estaba urgido de curtirse en las lides que no conoció en el ‘XIX, y, por el otro, competido por los socialcristianos y marxistas de aquella hora, ya había prendido un movimiento universitario afecto.
Había que invertir demasiada paciencia, disposición al aprendizaje y a la innovación de una insalvable y comprensible rutina política o, mejor, de la política que se hacía por entonces, además, importa aceptarlo, superior a la actual, con el trámite de las diferencias en las cámaras parlamentarias y edilicias, la interminable polémica pública, los desafíos impuestos en las calles por la subversión de izquierda y la conspiración de derecha, las complicaciones de una militancia exigente, la alteración recurrente de la vida cotidiana y doméstica. Suponía el cabal desarrollo de destrezas y habilidades, o la defensa de ideas y convicciones, con el conocimiento exacto de un terreno árido de juego con rivales amañados, de un código estético que necesitaba de una alternativa y hasta el convencimiento de que, por mortífero que fuese el armamento, no bastaba por sí mismo para adueñarse de la colina.
Desertor de la Ancha Base, pasando demasiadas aguas por debajo del puente, la instalación del Congreso en el último año del período constitucional, brindó una ocasión inigualable para salvar al FND como propuesta del – digamos – clásico “independentismo”. Muy antes de la reunión celebrada en “Cambali”, la casa para temperar de Uslar Pietri en Tanaguarena, el partido estaba dispuesto a presidirlo, cosa que hizo al llegar a un entendimiento con otros factores, “descendiendo” a la política real, para hacer de Armando Vegas su presidente, acompañado por el harto habilidoso César Rondón Lovera en la vicepresidencia.
Anotemos, fue una elección cuestionada que la de marzo de 1968 y quedó engavetada en la Corte Suprema de Justicia y, por muchas dudas que tuviese, expresándolas, el presidente Leoni recibió a la comisión que participó de la instalación parlamentaria consciente de su responsabilidad como jefe de Estado. Y, así fuese muy electoral el período, porque en diciembre sería sustituido Leoni, había que sacar adelante una tarea como la del proyecto de Ley de Licitaciones Públicas Nacionales, según la crónica de entonces, aunque hubo un reconocido penalista que hoy diría más, pues, denunció a los parlamentarios ausentistas como indiciados en la comisión de un delito de enriquecimiento ilícito.
Vino la debacle y érase el burdel político que el partido no aceptó, como sí algunas de las individualidades que lograron sobrevivir, por exceso, como Jorge Olavarría y Ramón Escovar Salom, quien – por cierto – significativamente aseguraba por esos días, en artículo de prensa, que “la movilidad social produce la dispersión”, mientras que otros, por defecto, volvieron a sus antiguas ocupaciones. Segnini La Cruz, atravesando en autobús buena parte del país, trató años más tarde de alcanzar la presidencia de la República, a la vez que Uslar Pietri se consolidaba como un referente ético y un partido en sí mismo, con potestad de notable para distinguir entre los malvados y bondadosos, dictando sentencias implacables que permitieron que se colara Hugo Chávez, sobreseyéndolo históricamente.
La tendencia es que, por prometedor que fuese, el jonronero que no jonronea, el artista que plagia y el tomador de la colina que se engatilla, le echan la culpa a terceros que desconocen su talento, trampeándolo. El afectado, procurando de alguna manera trampear, recurre a la pureza de sus intenciones y, despolitizando a la política, termina exhibiéndose como juez de la moral y hasta de las buenas costumbres.
La política ha de ser una viva conjugación de la ética y de la … política, porque – separadas – nos convierte en monjes trapenses y la dejan a solas para que los más inescrupulosos la tomen por asalto. Sentimos que, por difícil que fuese el tema, es un tema pendiente para esta oposición del siglo XXI a la que bastante burdel le hace falta, saturada de un oportunismo avezado – a veces, si y, a veces, no – que ya nos tiene cansados, sin que eso sea – precisamente – el burdel al que aludimos.
05/10/2017:
Reproducciones: El Nacional (Caracas, 1968) y 2001 (Caracas, 1978).
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