Obtero
Guido Sosola
El ‘XXI venezolano es el de un renovado bipartidismo, aunque luzca paradójico, pues, antes, la izquierda y la derecha – conocidas - se esmeraron por combatirlo hasta la extenuación, con muy poco éxito. En las postrimerías del siglo anterior, teniendo por claro precursor a Caldera, finalmente le asestaron el golpe maestro a la dupla AD – COPEI, abriendo la revolución del multipartidismo que, junto a la descentralización, nos llevaba a derroteros ciertamente inéditos. No obstante, el modelo volvió con demasiados bríos y, como el término latino sugiere, con una vocación infinita de aplastamiento de todo adversario que se le atraviese.
El poder y no otra cosa que el poder, ha compactado y blindado al PSUV que, muy lejos del MVR-200, por cierto, jamás tan romántico como lo fueron el PCV y el MIR en sus mejores etapas, constituye una sólida alianza de intereses, al menos, mientras sigan dando dividendos. Y el contrapoder, la otra cara que propone y dispone de la oposición, fingido el pluralismo, después del resultado de las parlamentarias de 2015, tiene por dura e infranqueable síntesis, el llamado G-4 de la MUD que se ha deslizado al predominio de AD y PJ.
Nada de lo que exista fuera del PSUV y del ahora G-2, influye por muy buena voluntad que tengan los integrantes del modestísimo Gran Polo Patriótico y del prometedor Soy Venezuela del que ya se tienen noticias. Para lo bueno y para lo malo, para la cohabitación de la tal constituyente y de la Asamblea Nacional, para medirse en cualquier faena electoral y asumir el diálogo con sus mejores y peores connotaciones, están los representantes del gobierno y de la oposición, aunque cuenten con una legitimidad menoscabada interna y externamente.
Este bipartidismo en la práctica, tiene por mejor fianza la polarización social e ideológica, importando poco que los hechos hablen de un rechazo superior al 90% de la población respecto a la dictadura y ya ninguna identificación exista con la mentada revolución. La polarización como artificio tiende a reforzar la estructura interna de poder en la oposición, haciendo incuestionables y demasiado duraderas las direcciones de los partidos que la integran, sobrando el comentario en torno al gobierno.
Gastando pólvora en zamuro, ya nada logra convencerlos del “auto-suicidio” en el que incurren los grandes actores políticos del momento, cuyas posiciones – algo deben arriesgar en la marejada – peligran cuando salen del círculo de los favoritos de Nicolás Maduro, en un caso, o se rifan una inhabilitación o anulación del pasaporte, en el otro. Desaparecerán políticamente en la medida que han siquitrillado y desnaturalizado a los partidos, perdiendo el sentido y la institucionalidad mínima que tuvieron como instancias colegiadas y regladas, con una dirigencia avalada por la experiencia acumulada y compartida, con un mensaje y una estructuración fiables, como una organización perfectible: mal que bien, y cualquier historiador puede deducirlo aún de las grandes crisis experimentadas después de 1960, hubo partidos. Y, siendo la base de todo bipartidismo, éste – hoy – será cualquier cosa, menos bi – partidismo, apenas, eufemismo para una simulación de los superiores intereses rentistas en constante mutación.
10/10/2017:
Ilustración: Myra Sjöberg.
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