La batalla simbólica
Nicomedes Febres
* Tener el poder significa también apropiarse de una serie de símbolos colectivos y aceptados para dirigir a una nación, reconocibles por el más humilde sus ciudadanos hasta los miembros de las más encumbradas élites, porque al final, todos ellos son ciudadanos con iguales deberes y derechos, y para legitimar ese poder se requiere de un protocolo y una actitud especial cada día, donde el político vencedor debe expresar sobriedad, magnanimidad, elevación del espíritu y conocimiento y comprensión de todos aquellos valores que induzcan al respeto y el afecto de sus conciudadanos y todo eso se llama la “Majestad del poder”, un aura que tranquiliza e inspira confianza a todos los ciudadanos, tanto los que lo apoyan como a los que lo adversan. Y eso es tan profundo que toda persona investida de autoridad siempre se reviste de símbolos de poder, como es el caso de los cuerpos de seguridad, porque un policía sin uniforme es indistinguible de un atracador. La majestad es tan exigente que impone un ritmo a la actitud del poderoso, debe hablar pausado, no decir mentiras, ser preciso en sus comentarios, jamás ser desaforado porque el que mucho habla mucho yerra y saber siempre de lo que está hablando, incluso pierde el derecho público a opinar o extenderse en sus comentarios, porque está revestido del derecho de decidir y por eso debe hablar de último en las reuniones y ser cauto en lo que dice. Él no opina, él decide. Por supuesto, la estética de la majestad del poder lo ha encarnado siempre para mí el general Gómez, por su sobriedad en los comentarios, por la distancia que imprimía a sus actos y la austeridad personal que debe transmitir el poderoso. Un hombre realmente poderoso debe, incluso, abstenerse de prendas y ropajes que delaten ostentación y lujo que en su caso denota frivolidad, hasta en la marca de sus relojes, que transmiten más nuevorriquismo que poder. Por otro lado, la política siempre tiene el riesgo que gente zafia o delirante aspire a dominarla, y esos son los candidatos folclóricos, que no pasan de ser simbólicos y son siempre motivo de chanza y usufructuarios del voto castigo contra el sistema político, porque son inofensivos y porque jamás tienen una opción ganadora. Recuerdo que una vez el candidato a la alcaldía de París fue un hipopótamo del zoológico, quien ganó las elecciones porque la gente lo eligió como protesta de los políticos del momento. Lo traigo a colación porque ayer vi los vídeos de una candidata a gobernadora presentándose como boxeadora, al igual que el tal señor Lacava de Carabobo presentándose manejando un burro en Globovisión, ambos del gobierno. Esos son indicios de la degradación profunda donde ha caído el régimen que carece del menor pudor y del sentido de la majestad. Qué dirán los militares de ambos performances y de todo lo que está sucediendo en el universo simbólico y lo digo porque si hay alguien para quien la simbología del poder es vital son los militares, siempre dedicados a esos asuntos simbólicos llenos de insignias y condecoraciones.
*Ambos candidatos folklóricos gubernamentales no son originales en su disparatada actitud que debe responder a una estrategia que eligieron, la cual por supuesto no entiendo, pero en todo caso, no son nada originales porque esa originalidad fue iniciada por Francisco Pedroza, el hombre del burro o el hombre del tabaco, un albañil humilde de raza negra que se paseaba por el centro de la ciudad para recoger unas monedas para su campaña, por supuesto no tenía ni slogans y fue tema de burla permanente en la campaña de 1973, si mal no recuerdo, las chanzas contra él en los programas de la tele eran francamente crueles. Desafortunadamente no tengo fotos de él en mis archivos de imágenes.
Fuente:
https://www.facebook.com/nicfebres/posts/10213587162534155
No hay comentarios:
Publicar un comentario