EL UNIVERSAL, Caracas, 29 de octure de 2017
Aprender de la Revolución
Nelson Totesaut Rangel
El 9 de septiembre de 1976 moriría Mao Zedong. Se hablaría de la pérdida del “Mandato del Cielo”. Y, como es característico en los regímenes totalitarios, la China de aquél tiempo no sabía qué hacer el día después de la desaparición física del líder. Empezaría entonces una pugna por el poder, paralelo a las lágrimas que escondían la verdadera emoción del momento: una ambición feroz que velaba por recoger intacto el poderío absoluto que tuvo el Gran Timonel.
Previo a esto, movido por el temor del proceso de desestalinización, Mao sabía que tenía que buscar a alguien cuya lealtad fuera incuestionable. Por ello, a finales de 1960, posicionó las fichas necesarias para que el poder ex post recayera en manos de su inquebrantable aliado, Jefe del Ejército de liberación Popular, Lin Biao. Durante la Revolución Cultural, Biao fue artífice del retorno de Mao a la palestra del poder, el cual había tenido que abandonar (al menos, desde el punto de vista de la toma de decisiones) luego de que su “Gran Salto Adelante” resultara un fracaso; saldando una cifra estimada entre los 30 y 50 millones de muertos por hambruna.
La Revolución Cultural demostró, una vez más, la suprema capacidad de estratega político que tenía Mao. El primer paso lo dio Biao, quien publicaría los pensamientos del líder (en un libro que luego se conocería como el Libro Rojo de Mao) para la formación de las tropas. Lo siguiente fue movilizar a la juventud, para que se conformaran las Guardias Rojas y así comenzara una guerra absurda cuyo único fin era demostrar quién era más revolucionario. A este movimiento se le empezaron a sumar obreros y campesinos, era una guerra civil entre compatriotas del mismo partido.
Mao había logrado su cometido: apelar por la anarquía para crear un vacío de poder. Ante esto, su incondicional aliado, Lin Biao, sacó el ejército a la calle, reprimió las revueltas, purgó al partido y mandó a los jóvenes al campo. Esto último para que se formaran bajo las raíces de los verdaderos revolucionarios (luego se les conocería como los “jóvenes instruidos”), dejando así las universidades vacías, y culminando el caos. Inmediatamente se convocaría el XII Pleno del Comité Central. Aquí se destituiría al regente de aquel entonces: Liu Shaoqi, dejando el campo libre a Lin Biao, quien sería ratificado en el IX Congreso del Partido Comunista (1969). Mao ya tenía resuelto la continuación de su legado, al menos eso pensaba.
Lin Biao se sentía el líder de aquél entonces, incluso por encima de Mao. Había sido quien lo restituyera en el poder, y estaba consagrado con el beneplácito para llevar los designios del país. No obstante, su prisa fue su declive. Mao percató cómo su sucesor pretendía asumir sus funciones previo antes de que él muriera. Y, luego de que Biao intentara un golpe de Estado, tuvo que huir con toda su familia en una avioneta con destino a Mongolia. Con el infortunio final de que perdería su rumbo y, de una forma “misteriosa”, cayera en los llanos vegetales mongoles, sin sobreviviente alguno.
Ahora, con un Mao envejecido y un sucesor muerto, empezaría la verdadera carrera por el poder. Por un lado se encontraba Zhou Enlai, líder revolucionario de primera generación, artífice de la política exterior China y hombre de entera confianza de Mao. Por el otro lado “La Banda de los Cuatro”, la cual estaba conformada por Jiang Quing (la esposa de Mao) y otros tres comunistas radicales. Enlai parecía tener la mejor oportunidad para acceder al trono, pero su avanzada edad no se lo permitía. Es por ello que tenía a un protegido a quien delegar sus funciones: Deng Xiaoping. Empero, el 8 de enero de 1976 moriría Enlai, dejando paso libre a la “Banda de los Cuatro” y generando otro caos interno por la lucha del poder.
Estos eventos chinos nos sirven como ejemplo para apreciar la debilidad de las revoluciones que se fundamentan bajo el totalitarismo de un líder carismático. Luego de la desaparición del mismo suele venir una crisis política interna, ya que su egocentrismo no les permite crear un modelo ajeno a su imagen, el cual pueda emanciparse de la misma, sin necesidad de otra revolución.
Fuente:
http://www.eluniversal.com/noticias/opinion/aprender-revolucion_675515
Ilustración: Giuseppe Veneziano.
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