Scorsese por Scorsese
GABRIEL VARGAS-ZAPATA
En El lobo de Wall Street (The Wolf of Wall Street), Martin Scorsese se convierte en Leonardo DiCaprio, viva encarnación no de un personaje real, tampoco de un director, sino de una obra, o mejor dicho de una filmografía casi incuestionable. Actor y director se funcionan finalmente y se entregan al cine, en este caso, una fiesta, un desfile de drogas y sexo, al que la cámara vuelve arte.
Cercano a sí mismo como nunca, Scorsese construye momentos verdaderamente únicos, no tienen que ver con sentimientos o con la belleza de la imagen, tienen que ver con el arte cinematográfico directamente. Posiciones de cámara, encuadres y movimientos que no solo le definen como director (probablemente de los más técnicos de su generación), forman parte además de una narración sólida que, sin dejar a lo visual toda la carga, confía en ella buena parte de los asuntos narrativos y lo hace con la soltura que solo el peso de los años otorga.
Pero hablar de El lobo de Wall Street es hablar de Leonardo DiCaprio casi de manera simultánea. El actor sigue la estela de los grandes. El papel le convierte en imprescindible en el éxito del filme. Devora la historia con una energía que quién sabe de dónde sale, con líneas que se vuelven prosa y que desembocan en la miseria de la ambición. Todo a punta de expresión. No hay trucos, es Leonardo en su estado puro, también con la distancia de la experiencia, que viene ahora a catapultarlo a niveles de una perfección simplemente única en el cine. En el fondo, un niño jugando con dinero.
Jonah Hill forma también parte de esa estructura que roza la perfección y que no distingue entre personajes y posiciones de cámaras. Se trata de un todo, un cine total que se compone laboriosamente de todas sus partes. Para nada producto del azar. Hill es en buena medida, el pie de muchas de las mejores intenciones de DiCaprio y sin duda un juguete al que Scorsese ha moldeado a su gusto. Del mismo modo, Cristin Milioti y Margot Robbie en el apartado femenino.
Ocurre también que Scorsese es incapaz de resumir su historia y optimizar el tiempo; aunque son evidentes los esfuerzos realizados a nivel de montaje, particularmente meticuloso y equilibrado. Por otra parte, más allá de cuatro o cinco personajes, el resto son solo sombras que contribuyen a que la historia parezca incluso más larga de lo que es. Es verdad que ningún plano tiene desperdicio, una vez vista la película, pero la historia grita desesperadamente ser recortada por alguna parte. Y no es que me haya parecido aburrida, solo que es demasiado tiempo para tan pronta historia.
Scorsese, en un acto creativo de lo más postmoderno, construye uno de sus testimonios cinematográficos más interesantes de su filmografía. El lobo de Wall Street, no solo es una especie de mirada hacía la vida de Jordan Belfort, personaje absoluto que va más allá de la película, gracias al trabajo de DiCaprio; es también el punto de encuentro entre sus películas más importantes y es también una mirada hacía sí mismo, probablemente una reflexión sobre lo que con los años, se han convertido en mañas y trucos. Vuelta a su cine más insigne, una mezcla entre Toro Salvaje (1980) y Casino (1995), quizá muy dependiente de su propia obra pero solvente y llena de fuerza, que al mismo tiempo parece gritar aquello que León Tolstói ya afirmó hacia finales del XIX: "Todas las familias felices se parecen, pero las desgraciadas los son cada cual a su manera".
Breve nota LB: Nos aburrió y tanto, que la vimos en dos o tres noches. Sin embargo, hay escenas estupendas. Una de ellas, cuando ingieren una fuerte droga de efectos retardados que los hace arrastrarse al piso. Así, nos remitió a la poderosa intuición de Emilio Lovera y otros, en relación a los famosos "Waperó" de la Radio Rochela.
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