Luis Barragán
Hay quienes especulan frecuentemente sobre la marcada sensibilidad política y social de febrero en Venezuela, escenario por siempre propenso a la encendida protesta popular. Deterministas, quizá emulando a aquellos criminólogos que tienen por empeño el clima como factor que explica cualesquiera fechorías, se les antoja como un mes que ha de atemorizar a los servicios de inteligencia.
Hecha la acotación, aunque ciertamente coinciden numerosos eventos históricos al principiar el año, lo cierto es que existen fechas que inadvertidamente se hacen muy distantes. Volver, por ejemplo, a la prensa de 1992 y recuperar aquellas noticias que eran tales al lado de otras que incomprensiblemente lo fueron, nos permite constatar no sólo el olvido personal, sino esa suerte de ilusión óptica que es la de presumir que las nuevas generaciones conocen o intuyen todo lo ocurrido en nuestro país, como si no hubiese la necesidad de contarlas de nuevo. Y, complicándolas, asumir una determinada perspectiva para hacerlo con un poco de imparcialidad.
El país de los días de febrero de 1992, estuvo también agolpado de dramáticos problemas, unos reales y otros interesadamente inflados, pero problemas al fin y al cabo. Sin embargo, con una no menos dramática, abismal y triple diferencia: por una parte, ahora, enfermizamente repetidos, prorrogados interminablemente aquellos momentos, somos víctimas de la colosal estafa política que significó el llamado chavismo (& sucesores); por otra, anteriormente, la institucionalidad democrática funcionó cabalmente, además, sin que las Fuerzas Armadas supiesen de la actual dependencia con una potencia extranjera que acarrea impredecibles consecuencias; y, luego, una extraordinaria libertad de prensa al comparar aquélla época con la que hoy padecemos.
Ancianos reprimidos por reclamar la atención del Estado, los trabajadores del Teatro Teresa Carreño revelando la intención de sindicalizarse, Isa Dobles anunciando sus aspiraciones presidenciales, las investigaciones parlamentarias sobre los inocultables hechos de corrupción, la apología del militarismo, entre otros, son datos que nos devuelven al siglo que dijimos superar. Y, al consignar estas líneas, sobrevienen los recuerdos que alegran y entristecen, en ese tejido vital que nos define.
Desde ya, celebran el 4-F como un acontecimiento magno al que prohíben vituperar, condenándonos por la más elemental observación que hagamos. Lo saben, ya se les agotó el descabellado subsidio histórico de un momento infernalmente prorrogado.
http://opinionynoticias.com/opinionpolitica/18125-del-momento-infernalmente-prorrogado
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