EL NACIONAL - MIÉRCOLES 7 DE JULIO DE 1999
Transversalmente visto
Atanasio Alegre
Al hacer la señora Smith, en La cantante calva, de Ionesco, el recuento de lo bien que habían cenado aquella noche, exclama: "Eso es porque vivimos en los suburbios de Londres y nos apellidamos Smith". Pues bien, esa opulencia de trazo y color matizados que ostenta el pintor Oswaldo Vigas responden al hecho de haberse alimentado de manera suculenta de esa luz que Venezuela pone a disposición de quien trate de aprovecharla para pintar. Haber convertido su apellido en un atributo de constancia y persistencia es, en Vigas, asunto de vocación.
Un corte de observación transversal en la vida cotidiana del maestro Vigas lo sitúa hoy en la ciudad de Caracas, traspasada la séptima década de su vida, con una vitalidad y una dedicación al trabajo de pintor que no ha conocido mengua desde que lo iniciara a los 14 años en Valencia, su ciudad natal.
Se ha servido del trazo y con el trazo, del color sobre un fondo de luces que le ayuda a esquematizar realidades con una sobreabundancia tal, que confiere a quienes contemplan sus cuadros la sensación de estar asistiendo a una fiesta de colores que transmite alegría y vistosidad. Eso a primera vista. A una segunda inspección, se nota que hay mucho contenido en la pintura: porque Vigas ha bajado con mucha frecuencia a los purgatorios latinoamericanos de lo arqueológico. Jean Clarence Lambert lo dijo con dos palabras insustituibles: L'original et l'originel.
El taller de Vigas en Caracas más que un laboratorio, es un territorio por que el transitan, como por un sobremundo, zigotos, mutantes, personajes que ya han sido plasmados en cuadros, otros están todavía en estado embrionario de bocetos y proyectos prospectivos de pintura, pero en tal cantidad que podrían muy bien suministrarle materia pictórica para una centuria más. Los bocetos están debidamente domiciliados en los archivos y fueron realizados en el material más insólito: servilletas de papel de restaurantes, en una colección completa de tickets del metro de París -de cuando su taller de la rue Duphine- con una continuidad que alcanza ya al medio siglo, algunos, incluso, fueron hechos en trozo de pantalones recortados. Todos poseen el color en que serán realizados: si no hay colorante a mano, serán pintados con manchas de café solo, o con leche, (¿nace de ahí su predilección por los ocres en sus cuadros?).
Vigas se escabulló a tiempo, tanto del surrealismo como del abstraccionismo geométrico que se le interpusieron a finales de los años 50 cuando llegó a París. La pintura actual de Vigas ostenta dos características fundamentales: la eliminación implacable de todo barroquismo y la adopción de una suerte de esquizofrenia de la razón intemporal. Un ida y vuelta hacia direcciones contradictorias: lo que es hoy ese mundo latinoamericano al que está adscrito y lo que fue en el pasado. Un camino de aventura parecido al que había tomado en sus tiempos europeos, el grupo Cobra. Vigas tiene una noción perfecta de la época que le ha tocado vivir y la Venezuela que lleva por dentro se presta para esa apelación suya a la sinrazón intemporal. Vigas es hoy un hombre seguro, dueño de una metodología de trabajo que le ha dado resultados, en la cúspide del trazo, con una correspondencia perfectamente vital entre lo que quiso ser y lo que ha llegado a ser, con un equilibrio teñido por la alegría que otorga el color a los ciclos del tiempo, noche y día, primavera o verano. O dicho de otras maneras, el mundo de Vigas ha sido sustituido por una sinfonía de colores.
Ocurre esto, en todo caso, en los días vecinos a abrirse el gran acontecimiento visual que tiene lugar cada año en Caracas, dedicado este año a Oswaldo Vigas: la Feria Internacional de Arte. Lo que el maestro Vigas expondrá en la FIA, en esta oportunidad, forma parte esquemática de esa sinfonía de colores que sustenta y, lo seguirá haciendo, el soporte de sus reinos pictóricos.
Fotografía: http://cdnun.ultimasnoticias.com.ve/unfotos/96c3f444e06c4779b3161175e4741c2e.jpg
No hay comentarios:
Publicar un comentario