Tinteros diferentes
Ox Armand
En verdad, no hay resentimiento alguno en esta nota. Solamente deseamos dejar nuestra modesta constancia del contraste. Supo de severas dificultades, pero no necesitaba la casa del arribo al gobierno de Hugo Chávez, siéndole legítimamente tan afín, para ser una importante referencia en el irremplazable mercado editorial. Y no sólo publicaba títulos y autores de extraordinario interés, sino que las librerías del Estado los acogían y ofertaban en eso que arbitrariamente se ha llamado la IV República. Ocurría como aquellas iniciativas contestarías de décadas anteriores, como Editorial Fuentes, Pensamiento Vivo o Tiempo Contemporáneo, cuyos ejemplares eran motivo de atracción en no pocas librerías. Sin embargo, Y Vadell Hermanos no fue la excepción, por lo que a precios razonables, satisfizo una importante demanda en materias de interés, circulando liremente el ensayo político y el enjundioso estudio jurídico.
Las librerías Kuai-Mare, adoptando un nombre aborigen para la cadena, junto a las de Monte Ávila, exhibían un catálogo convincente y plural de autores, además de la grata ambientación de sus sucursales. Bajo este régimen, hubo un cambio de denominación y ya las Librerías del Sur nos asfixian no sólo por su escasos ofrecimientos, abaratados los de menor significación, sino por el desenfado de su propaganda política e ideológica, exponiendo a los favoritos y cercanos del aparato cultural burocrático, por cierto, tan frondoso. Jamás podríamos encontrar una voz disidente en sus anaqueles y, ampliamente subsidiadas, menos, una rendición de cuentas que las justificasen tal como justamente se hizo con las otras y viejas iniciativas del Estado. El sectarismo es la característica más arraigada y la tendencia es contar con vendedores que tienen la oportunidad de un empleo, prestos a propagarnos de consignas cuando no, a botarnos del local si les incomoda una ”ligerísima” pregunta o un decidido cuestionamiento del cliente, en lugar del librero abnegado y diligente. Sencillamente, esto no ocurría antes.
He acá el contraste. Innegable contraste. Tinteros diferentes, dice un amigo.
Obituarios
Las nuevas generaciones no saben cuán influyente fue la televisión local en nuestros hogares, antes que Miraflores se hiciera del monopolio insufrible de los medios. Descubrí, como todo el país, a Gustavo Rodríguez en “Boves, el urogallo” y, después, con sus posteriores interpretaciones, la imitación que el propio Pedro Estrada pudo hacer del personaje que Gustavo encarnara, como seguramente ocurriría con Gómez respecto a Rafael Briceño o Diogénes Escalante con Javier Vidal en el teatro. Recuerdo todavía la escena en la que el actor recientemente desaparecido, increpaba a su celosa mujer: ¡Curiosidad la de Newton que se preguntaba por qué caía la manzana del árbol, en lugar de revisar la cartera! Y, además, emblematizando nuestras bonanzas, cómo se dejó embaucar en Miami por una actriz, según la famosa película. Tiempos de la telenovela cultural que nos hizo leer igualmente a “Pobre negro” de Gallegos, para discutir en la clase de bachillerato sobre la versión televisiva.
Mayra Alejandra fue la Juana Crespo de nuestro amor platónico, hija de un autobusero seducida por un niño-bien. Nos deleitó en el cine, representando fielmente la franqueza de la mujer popular venezolana. Huésped por muchos años de nuestros hogares, como protagonista en el horario estelar, soportó estoicamente la penosa enfermedad partiendo con prontitud. Alcanzó la madurez y, aunque no supimos más de sus actuaciones, siempre nos recordaba aquella época entre la adolescencia y la juventud que nos llevó a declararle nuestro amor a través de una compañera del salón que se le parecía tanto de nombre Zoraida, si mal no recordamos. Se dirá de los tránsitos emocionales de un muchacho que tampoco se explicaba el auge del chisme farandulero tan prolijo en numerosas columnas y revistas semanales que convertían el quiosco en un bazar.
Llegamos a Cheo Feliciano por la Fania y la canción del ratón (échale semilla a la maraca para que suene). Una voz que alternaba con la de Oscar de León y La Dimensión Latina, incomparablemente una gesta superior que la de Peter Frampton y John Travolta de la horrible música disco que, por fortuna, no radiaba Capital 750 ni Radiodifusora Venezuela. Se coló Feliciano, como inadvertidamente Gabriel García Márquez y los “Cien años de soledad” que devoramos antes que se hiciera lectura obligatoria del año de bachillerato que teníamos pendiente. Y, con los años, descubrimos un universo donde – por cierto – no cabía Las memorias de mis putas tristes (y no por moralina).
Fotografía: El Nacional, Caracas, 27/03/93.
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