Roberto Montero Castro
A 19 años de su mutis, quiero compartir este texto que escribí entonces.
Julio Pacheco Rivas
El eco de sus carcajadas aún da tumbos en mi memoria . Lo conocí una tarde en La Vesuviana de Sabana Grande, como era de rigor, gracias a los buenos oficios de José Campos Biscardi. Corrían los tempranos setentas y Roberto Montero Castro era ya el gran vencedor de la batalla de la Nueva Figuración sobre la acorazada armada de la academia cinética. Para el provinciano joven pintor que yo era, la ocasión lucia galas de acontecimiento; transido de veneración y respeto, sentía acceder al mito. Pero ese mito de ciento veinte kilos y voz de trueno, maestro de la joda, no estaba para esas vainas. Mi fantasía parnasiana acaso superaría la primera cerveza, pues a la segunda ya eramos panas.
Y es que en los setentas la clave, la verdad, eran los panas; religión de ritos mínimos y credo flexible sin necesidad de acartonados manifiestos. Era esa solidaridad sin aspavientos, esa franca amistad,la que Roberto practicaba en su relación con los artistas, haciendo natural y privilegiando su contacto con la obra en el taller, más que con la enmarcada, aseptizada obra expuesta. Era ese estar al lado de la cocina, en la fragua de la alquimia compartiendo procesos y resultados que su memoria enorme e infalible fotografiaba meticulosamente, la base de sustentación de su trabajo crítico. Así como también, cierto estudiado recurso a la confrontación mayeútica para hacer surgir zonas ocultas, tierras incógnitas.
Tal vez el mas logrado escenario de su método lo constituyó su temporada en “Villa Nieves” ,especie de comuna artística armada por Campos Biscardi en la casa que le cediera Tomás Avellán. Allí Roberto organizó encuentros con artistas de diferentes tendencias . Se hacia un montaje de obras y se propiciaban discusiones. Memorable su ciclo de conferencias sobre arte latinoamericano ,sobre todo aquella que tituló “El Hambre de los Artistas en el Tercer Mundo”, en la que ironizaba sobre nuestras miserias cotidianas .
En general, la intervención del crítico de arte se limita a señalar, respaldar o cuestionar la obra desde el texto, especie de frontera que separa espacios independientes. Su participación constata resultados o evalúa los procesos y marcos de referencia que los hacen posibles. A diferencia de este, el curador “arma” de cierta manera un objeto estético, acompaña los procesos cuidando su desenvolvimiento. Tiene una visión previa, inductiva, y por lo tanto (como el artista) trabaja un discurso alrededor de lo que se quiere mostrar. En este sentido podría considerarse a Montero Castro como el precursor (en su aspecto mas puro) de la figura del curador de arte en Venezuela tal como hoy se entiende. En el año de 1975 le fue confiada la tercera edición del Premio Avellan en el Ateneo de Caracas. Fue una gran misa del verdadero desenfado y la provocación, de la participación efectiva del público, en la que Montero Castro manejó esencialmente tres temas : Vida, Desencanto y Muerte. La Vida a través de las obras de Samuel Baroni (instalación participativa) y José Campos Biscardi(instalación -performance). El Desencanto , a través de la obra de Victor Hugo Irazabal (instalación) y Muerte, en las obras de Salvador Martínez (“Ultima Cena”, especie de “cuadro vivo”,gran fresco de una celebración iconoclasta) y Rolando Peña, en su inolvidable entierro del Príncipe Negro, con ataúdes auténticos cortesía de Elias Vallés, en uno de los cuales Roberto se ufanaba haber dormido la víspera de la inauguración. Ese dia, ese domingo de gran fiesta del arte, Montero Castro recibió al público enfundado en un traje de karateca, en una sublime burla de su propio rol de critico de arte, declarando tras un encendido discurso-performance la muerte de tal actividad.
La escritura de Roberto Montero es amena y profunda. Solemne y barroca , pero envuelta en un humor que propicia diferentes niveles de abordaje. Llena de guiños para los amigos en la presencia de claves que solíamos encontrar en los tópicos mas disímiles, siempre deliciosas claves, por el manejo de una cultura inmensa que su asombrosa memoria hacia rendir con la mayor eficiencia y puntualidad. Amaba a Jorge Luis Borges sobre todas las cosas, nunca citó su santo nombre en vano. Pero se vino a morir en el dia de los cien años de su nacimiento. Tal vez un homenaje o fué acaso el azar de los númenes que rigen el universo; nunca lo sabremos.
Fuente:
https://www.facebook.com/j.pacheco.rivas/posts/10215902773018487?__tn__=K-R
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