EL MUNDO, Barcelona, 16 de agosto de 2018
TRIBUNA
Nihilismo en nombre del islam
Haizam Amirah Fernández
Nadie le ha hecho más daño al islam que algunos musulmanes. Los atentados terroristas de Barcelona y Cambrils, de los que ahora se cumple un año, fueron un duro recordatorio de lo que son capaces de hacer quienes usan una religión para llevar a cabo acciones contrarias a sus enseñanzas más básicas. De nuevo, unos jóvenes procedentes de un país musulmán (Marruecos en este caso) pero criados en una sociedad europea se sumieron en un proceso de radicalización en un periodo corto de tiempo. Una vez más, los vínculos familiares y las relaciones de confianza actuaron como catalizador del radicalismo. Como ocurre casi siempre, un agente radicalizador (el imam de Ripoll) ejerció el papel de liderazgo y autoridad para hacer que el grupo pasara de las ideas extremistas a la acción letal.
Lo ocurrido en Barcelona y Cambrils forma parte de un fenómeno que se repite en países europeos desde hace cerca de 20 años, al que se ha denominado terrorismo yihadista autóctono (homegrown, en inglés). Ese fenómeno se ha acentuado en lo que va de década, sobre todo desde la aparición del Estado Islámico en 2014 a raíz del desbordamiento de los conflictos en Irak y Siria. El perfil de varios radicales violentos se repite con ligeras variaciones: suelen ser varones jóvenes, de segunda generación de inmigrantes o conversos locales, en ocasiones con un historial de delincuencia por tráfico de drogas y actos violentos, con algunas estancias en prisión, con una escasa o nula formación religiosa y que experimentan un proceso de conversión/radicalización acelerado dentro de un grupo de familiares o amigos, todo mediante el uso frecuente de internet.
Un rasgo que diferencia a la actual ola de terrorismo yihadista autóctono en comparación con etapas anteriores es el culto a la muerte. Los yihadistas que cometen atentados en Europa hoy no sólo están preparados para morir, sino que eligen la muerte de forma sistemática como parte de su propósito. Para ellos, su plan de huida es hacia la otra vida, con el paraíso como destino. Su ruptura con la vida terrenal se inicia incluso antes de detonar un artefacto explosivo o de enfrentarse a las fuerzas de seguridad. Ponen fin a su propia existencia mientras infligen un daño a quienes se quedan en este mundo que ellos detestan. Como bien indica el estudioso del yihadismo Olivier Roy, la paradoja es que esos jóvenes radicales dispuestos a entregar sus vidas no son unos soñadores utópicos, sino unos nihilistas.
La fascinación con la muerte, los atentados suicidas y la búsqueda intencionada del martirio son un fenómeno relativamente novedoso en el yihadismo contemporáneo. Ante todo, se trata de un movimiento juvenil, al menos entre los que optan por morir matando. Además de la ruptura con el mundo terrenal y con sus vidas anteriores a la radicalización, la mayoría buscan romper con la cultura de las generaciones anteriores, con las prácticas religiosas de sus padres y con las creencias en las que crecieron. Asumen que el mundo que les rodea es corrupto y aceptan que sus enemigos merecen y deben morir. Da igual que esos enemigos sean "infieles", "cruzados", judíos o musulmanes. De hecho, la preferencia de los yihadistas a nivel global es matar musulmanes, bien porque no sean de su agrado o por considerarlos "daños colaterales" de sus acciones.
Entrar en la órbita yihadista conlleva una elección autodestructiva. Eso no debería sorprender viendo las biografías de numerosos de esos individuos conocidos para las autoridades europeas: provienen de familias desestructuradas, muestran odio hacia una sociedad que sienten que les humilla y adquieren una apariencia o pautas de comportamiento dictadas por el puritanismo salafista. Con frecuencia, dicen querer dejar atrás una vida de excesos de drogas y alcohol, problemas con la justicia y recurrentes conflictos de identidad. La militancia en movimientos yihadistas tampoco ayuda al resto de musulmanes a los que los yihadistas dicen defender. Podrían elegir formas de mejorar la vida de sus correligionarios, como el activismo social o el voluntariado. Sin embargo, optan por la vía de la aniquilación. Sus acciones no ofrecen ningún horizonte más próspero a nadie, no construyen un proyecto político de futuro y dañan la imagen del islam.
La dimensión nihilista es clave para entender el yihadismo contemporáneo en Europa. La violencia empleada en los atentados terroristas parece ser un fin en sí mismo. El salvajismo se ha convertido en una especie de iconografía imprescindible para magnificar el impacto emocional de las acciones de los yihadistas que deciden romper con el mundo. Su voluntad también es romper el mundo en el que viven los demás. Se puede entender el actual terrorismo yihadista autóctono como una revuelta de individuos marginales (o automarginados), trastornados, vulnerables y en estado de huida existencial. Entre esas categorías no resulta difícil encontrar voluntarios para morir. Basta con que un reclutador carismático dé con ellos y que se adhieran a una narrativa convenientemente escogida para dar sentido a su transformación radical. Es habitual que esos grupos una vez constituidos actúen cual sectas milenaristas, plagadas de profecías y relatos fantasiosos.
Una consecuencia de los atentados terroristas indiscriminados en suelo europeo es el aumento del rechazo hacia el islam y los musulmanes entre las poblaciones occidentales. Eso en sí mismo es una victoria, buscada o no, para los nihilistas que actúan en nombre del islam para justificar sus proyectos destructivos. Los atentados producen miedo al otro y desconfianza de sus intenciones. Ese miedo, mezclado con el desconocimiento de ese otro y de su tradición religiosa, es lo que alimenta la islamofobia. También lo hace la manipulación interesada de los extremistas y oportunistas no musulmanes que intentan sacar rédito político. Para poder luchar mejor contra la lacra del terrorismo, conviene tener claro lo siguiente: confundir islam con terrorismo yihadista es el regalo póstumo que algunos hacen -sin querer- a los suicidas que buscan radicalizar y polarizar a las sociedades occidentales.
La relación entre el yihadismo y el salafismo es compleja, aunque existen vínculos evidentes. El salafismo, entendido como la corriente de interpretación del islam más ultraconservadora y puritana, ofrece una visión del mundo en blanco y negro. Esa corriente religiosa marca pautas estrictas de comportamiento a sus seguidores y suele tener un enfoque proselitista. Los salafistas no son, ni de lejos, mayoría entre los musulmanes. Sin embargo, su mensaje cuenta con grandes apoyos, directos o tácitos, desde los poderes políticos en numerosos países. Algunos lo utilizan como herramienta para extender su influencia político-religiosa, para lo cual han financiado el salafismo generosamente durante décadas, sobre todo con dinero del petróleo. Otros autócratas buscan el apoyo salafista para legitimar su poder y recibir el sello de buenos musulmanes, aunque de cara al exterior se presenten como "laicos".
El salafismo suele estar revestido de intolerancia y rechazo a la pluralidad. Sus principales objetivos son los otros musulmanes que no siguen su corriente, bien sea para convertirlos o para atacarlos. Evidentemente, no todos los salafistas son yihadistas, pero lo cierto es que todos los yihadistas pasan por una fase salafista en su proceso de radicalización. Tal como señala el periodista experto en yihadismo Ahmed Rashid, "el nuevo orden islámico para estos grupos yihadistas se reduce a [establecer] un código penal duro y represivo dirigido a sus ciudadanos, que despoje al islam de sus valores, humanismo y espiritualidad". Con tal proyecto en mente, resulta evidente que, tanto los salafistas como los yihadistas, pretenden adueñarse del islam para ser vistos como los "verdaderos" musulmanes. Para ello, necesitan restar visibilidad a los musulmanes moderados que están bien integrados en sociedades occidentales, que son muchos más.
El nihilismo aniquilador en nombre del islam es un peligro real. Su éxito sería romper la convivencia en las sociedades abiertas y erosionar sus instituciones democráticas. Los yihadistas maltratan al islam para justificar su odio al mundo. Por ese motivo, los musulmanes que no están en los extremos -y que son mayoría- deben ser los principales aliados de las sociedades democráticas en la lucha contra los maltratadores de su religión, bien sean fanáticos oscurantistas o tiranos totalitaristas.
(*) Haizam Amirah Fernández es investigador principal de Mediterráneo y Mundo Árabe en el Real Instituto Elcano y profesor de Relaciones Internacionales en el Instituto de Empresa.
Ilustración: Raúl Arias.
Fuente:
http://www.elmundo.es/opinion/2018/08/16/5b73fc26ca474150698b45f5.html.
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