EL NACIONAL, Caracas, 10 de septiembre de 2017
Groucho y las aguas del comandante
Raúl Fuentes
Imagino que todo columnista tiene su peculiar manera de abordar el tema sobre el que se propone opinar; no me refiero a un método de organizar la narrativa, sino más bien a un recurso o artificio que le permita superar la parálisis psicológica o «síndrome de la página en blanco» que, en más de una oportunidad, dificulta precisar el rumbo de la escritura. Cuando ese culipandeo inmoviliza la pluma, suelo hacer de una frase, una imagen o una contingencia, sin aparente relación con lo que intento exponer, el punto de partida para la perpetración –fea palabra– de las fechorías que, periódicamente, someto a consideración del lector. El truco funciona, sobre todo si nos decantamos por una efeméride significativa y tenemos la suerte de que la publicación coincida con su celebración. Es el caso de hoy, cuando el memorial deportivo nos recuerda que hace 57 años, el 10 de septiembre de 1960, el atleta etíope Abebe Bikila ganó, con registro récord, el maratón de cierre de los Juegos Olímpicos de Roma –los primeros en ser televisados en vivo y en directo–, hecho que no tendría mucho de particular, si no fuese porque corrió completamente descalzo los 42 kilómetros y 195 metros de la prueba. En Venezuela, donde el revanchismo igualitarista bolichaviano, a juro y por debajo, redujo al habitante promedio a la menesterosa condición de pata en el suelo, y en el que un par de alpargatas, de conseguirse, cuesta lo suyo, la proeza del maratonista africano debe servir de ejemplar consuelo de tontos.
No es la histórica carrera de fondo citada el único acontecimiento a festejarse hoy, pues, en su santoral, la Iglesia Católica consagra el día al místico monje agustino Nicolás de Tolentino, la rima es casualidad, que es santo patrón de al menos cinco localidades colombianas y ya me dirán usted si es casualidad acaso que, en razón de este onomástico, al mandón nacional se le cuestione su venezolanidad y se le asigne por terruño la cuna de Nariño y Santander, dos próceres de la hermana república de los que Hugo Rafael hablaba pestes. Hay también evocaciones tardías o adelantadas que sirven de pábulo para continuar la andadura dominical, aferrados a la idea de que, cual encomiaba un entrañable y desaparecido predicador de cantinas, recordar es tan instructivo y divertido como beber y vivir. Vamos, entonces, a divertirnos e instruirnos con el marxismo. No con las paparruchas derivadas de especulaciones teóricas endilgadas a Carlucho, que de esas estamos ahítos, sino con los corrosivos apotegmas de la tendencia Groucho.
El pasado mes de agosto cumplió 40 años de haber partido al paraíso de los humoristas, que debe ser el infierno de la gente de rostro adusto, Julius Henry «Groucho» Marx, y el venidero mes de octubre, de vivir, estaría coleando a la sorprendente y provecta edad de 127 años, así que estamos atrapados entre 2 aniversarios de este insigne comediante que, sin querer queriendo, dejó para la posteridad, además de desternillantes películas protagonizadas por él y sus hermanos, una colección de frases que siguen maravillando por su agudeza y podrían pasar como ocurrencias de un tuitero inconforme que, de escuchar las interminable chácharas encadenadas de Chávez y el eco adormecido de los lamentos de Maduro, tal vez trinaría: «Si eres capaz de hablar sin parar, al final te saldrá algo gracioso» y, seguramente, acotaría que «partiendo de la nada, hemos alcanzado las cotas más altas de miseria». Y, después de casi 2 décadas de fallida administración, sin que el gestor nominal del socialismo militar haya podido determinar las causas de su fracaso, provoca lanzar pedradas de este tenor: «Él puede parecer un idiota y actuar como un idiota. Pero no se deje engañar. Es realmente un idiota».
¿Cómo no tener presente su mordaz fraseología cuando oímos disparatar a algún ministro y concordar con él en que «es mejor estar callado y parecer tonto, que hablar y despejar las dudas definidamente»? O, en relación con el encausamiento de civiles por tribunales militares, cómo no traer a colación lo que pensaba al respecto: «La justicia militar es a la justicia lo que la música militar es la música». Pensando en la oposición, y a propósito de las declaraciones de Chúo Torrealba, desmarcándose de las estrategias de la MUD, podríamos echar mano a su concepto de la política: «Arte de buscar problemas, encontrarlos por todas partes, hacer un diagnóstico falso y aplicar después los remedios equivocados»; una definición que cuadra con su singular código de ética para camaleones, sintetizado en un solo precepto, endosable a los saltadores de talanqueras: “Estos son mis principios, si no le gustan, tengo otros».
Podríamos continuar hurgando en su catálogo de dichos y pensamientos y maravillarnos con la cantidad y calidad de asertos que acuñó a lo largo de su carrera, muchos de ellos recogidos en libros de su autoría. No es mi idea convertir esta entrega en antología de aforismos marxianos. Para eso están los suplementos literarios; sin embargo, me gustaría, para aterrizar, no dejar por fuera un par de preguntas muy propias de quien profesó indistintamente la ironía y el sarcasmo y fue capaz de sostener que no podría pertenecer a un Club que lo tuviera a él entre sus miembros: «¿Por qué debería preocuparme por la posteridad? ¿Qué ha hecho la posteridad por mí?». Probablemente no le inquietase de verdad trascender, pero lo hizo. Hay quienes acaparan boletos con la fatua esperanza de que la lotería de la fama se ocupe de ellos más allá de los 15 minutos que le corresponden. Lo hizo el oficialismo al exacerbar el culto a la personalidad del santo paracaidista celestial; culto que rebasa los límites de la racionalidad y es parte de una epopeya forjada en la fragua de las mixtificaciones históricas, en la que el despropósito es norma. Por eso –esta gente es capaz de lo impensable–, creo factible que el gobierno, a través de los comités locales de producción y abastecimiento (CLAP), esté distribuyendo una línea de productos higiénicos, exornados con los ojitos de quien resulta pavoso nombrar insistentemente, bajo la denominación “Aguas del comandante”. –Si la información no proviene de un bromista opositor, ya podrá Maduro, en sus procaces arrebatos, mandar al objeto de su ira a lavarse el paltó con las fulanas aguas. Menos mal no se trata de papel toilette. Sonaría muy feo eso de ¡a limpiarse el rabo con el comandante!
Fuente:
http://www.el-nacional.com/noticias/columnista/groucho-las-aguas-del-comandante_202718
Ilustración: Brian McCarthy.
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