domingo, 26 de noviembre de 2017

¿OLOR DE IMPRENTA?

De la bibliotéquesis necesaria
Luis Barragán

Muy antes de realizar el foro sobre el Esequibo en la sede de la Universidad Metropolitana, nuevamente nos dispusimos José Alberto Olivar y el suscrito, sin apremios, al recorrido comentado por  la biblioteca que nos faltaba, la “Ramón J. Velásquez”. Ambiente grato y seguro, tanto que había una mesa con una laptop y otras pertenencias personales de un usuario que muy bien sucumbiría en otra biblioteca pública, cada pasillo se hizo ocasión para alguna observación distraída, un dato para las manos que buscaban el  golpe de impresión, la anécdota recordada por el historiador que trató personalmente al historiador, alguna vicisitud del tribuno público y testigo excepcional que, probablemente, dejó un testimonio todavía inédito de su último  tránsito por el poder.

En condiciones que naturalmente no lograba garantizar en casa, más de dieciséis mil volúmenes sostienen a los anaqueles, desafiando la teoría física conocida, mientras otros diez mil encuentran bajo mayor cuidado en otros espacios alternos. A la entrada, una réplica del  despacho del coleccionista y, además, la gigantografía de varias de sus obras más conocidas, despejando el camino hacia el busto de quien presidió el país en circunstancias tan difíciles.

Bibliotecantes, los pasos parecieron interminables para el primer vistazo de los lomos partidos, pues, exposición relativamente nueva, el usuario no habrá manoseado todavía en demasía los volúmenes, como para adivinar cierto itinerario del lector fundamental que tuvo la colección. De hacer una comparación inicial, por los títulos, data y conservación, tenemos  la impresión de hallarnos frente a un bibliotecúmeno político, interesado en determinados temas y, por esencia un relacionista, se hizo un receptor y preservador de buena parte de las obras que le obsequiaron: en comparación, de recordar los otros recorridos comentados, se nos antoja que la “Pedro Grases” es entera y exclusivamente la del historiador también aficionado a la tauromaquia, mientras que la “Arturo Uslar Pietri” es, principalmente, la del enciclopedista que suscribía semanalmente sus artículos de  prensa y acumuló muchas horas de televisión.

Llama  la atención el interés por el tema militar y, además de un libro dedicado a la guerra electrónica de Mario de Arcángeles, evidentemente leído, está otro de Amos Perlmutter, uno de los  pocos en español que existen en Venezuela, comentó Olivar. Hubo un marcado interés por la Unión Soviética y la vieja edición rústica de Trotsky sobre la historia de la revolución, entre otras, se nota, mantuvo por buen tiempo la lámpara encendida.

De los tres ejemplares de  “La pasión de comprender”, uno está autobiografiado por Manuel Caballero con un gran afecto. Empero, “Sumario” de Federico Vegas,  la novela de la bibliofilia por excelencia, luce intacta en la estantería, desafiando al atrevido lector de los días que cursan.

Huelga comentar el interés del sumador de libros por la venezolana historia venezolana, la hecha en casa a la luz de cada noticia, aunque en la muestra pública e  inmediata,  el bibliotecótico no hallará todas las fuentes que inspiraron más al periodista que al político e historiador de jerarquizar su vocación, según nuestro modesto juicio.   Hallamos un particular interés por Francisco de Miranda, así no se encuentren a la vista todos los tomos de sus archivos, los que también supieron  de un extraordinario esfuerzo de comercialización más de medio siglo tras, emblematizando toda biblioteca doméstica, como tampoco se observan todas las colecciones hemerográficas que tensaron el nervio óptico del andino tan orgulloso de su patria chica.

Ciertamente, hoy,  los medios digitales ahorran demasiado espacio físico para el afanoso lector, como no ocurría antes para el llamado hombre público que, además, vivía y palpaba de cerca la crónica inestabilidad política que nos caracterizaba. A pesar de los problemas, los hubo con el heroico esfuerzo de defender un mínimo patrimonio bibliográfico, siendo de derecha o de izquierda, según la manida distinción topográfica, pues cultivaron la acción como el pensamiento en la Venezuela que reconstruyeron, cada uno a su modo.

Hubo bibliotecas caseras de uso y de mera exhibición, mas – en todo caso – un dirigente político no se entendía sin la reflexión organizada y refutable de un libro que lo afincara, por ágrafo que fuese el medio donde se desenvolvía. Además, ocurrió con Velásquez,  el tránsito por el poder, renaciente la democracia representativa en las postrimerías tempestuosas de los ’60 del ‘XX,  probó el interés no sólo de salvaguardar el patrimonio documental del Estado, sino el de publicarlo mediante el Boletín del Archivo Histórico de Miraflores que, faltando poco, llegaba gratuitamente a nuestros hogares por la vía postal.

Afortunadamente, la Unimet alberga y protege la colección como no puede hacerlo institución alguna del Estado.  Además, abre sus puertas para todo biblioandante.

27/11/2017:
http://www.opinionynoticias.com/opinioncultura/31411-bibliotequesis

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