Del bonapartismo de Maduro
Luis Barragán
“… Pasiones
sin verdad; verdades sin pasión;
héroes sin
hazañas heroicas; historia sin acontecimientos”
(Marx: 32)
“La táctica
del 18 Brumario no puede ser aplicada
sino en el
terreno parlamentario. La existencia
del
Parlamento es la condición indispensable del
golpe de
Estado bonapartista”
(Malaparte:
109)
Término frecuente en la prensa insurreccional y en las alocuciones
parlamentarias de los ’60 del ‘XX para impugnar al gobierno de Rómulo
Betancourt, vuelve con demasiada timidez al presente siglo. Suele ocurrir, a la actual dictadura venezolana no se le
juzga desde la particular escuela ideológica que proclama, no otra que la del
marxismo y sus variantes, bien porque no la conoce, caricaturizándola; bien porque
sus opositores no la desean conocer, temiendo a la interpelación que les
acarreé un mayor trabajo.
Algo más que un golpe de Estado, el bonapartismo sintetiza un fenómeno que
muy bien abordaron y desarrollaron Marx y Malaparte (*), autor éste – antes,
tan ampliamente conocido – de un título que los incautos suelen confundir con
un manual de procedimientos. El golpe de
Napoleón Bonaparte en 1799, primus inter
pares del triunvirato que incluyó al abate Sieyès, añadido el favor
popular, el secuestro del parlamento y el decidido apoyo del ejército, sirvió
para interpretar el que propinó Luis Napoleón en 1851, elegido como presidente
de la Republica en la Francia demandante de reformas democráticas, también
camino al imperio, tan inherente al Estado moderno.
Todo acto bonapartista tiende a protagonizarlo un personaje – a nuestro
juicio – más grotesco que mediocre, además, de sospechosa nacionalidad, que, al
empinarse por encima de todas las estructuras y
clases, devenido bienhechor universal, se convierte en el principal
árbitro del juego político, para cultivo de su propia popularidad, afianzando
una relación prebendaria y ritual con el ejército que lo sustenta. Latente con
Lenin y real con Stalin, asumimos que la vía venezolana al socialismo del XXI,
en una etapa, fue decididamente bonapartista, y, en lo otra, persistiendo
inútilmente, adquiere la franqueza de una dictadura cada vez más bárbara que no
logra dilucidarse en el Estado Cuartel que la realiza.
Por un prurito de legalidad que no, de juridicidad, lejos de eliminarlo,
conserva, transforma y deforma la institucionalidad parlamentaria para apelar
constantemente al pueblo, contrastándolo, reprochándolo y escarmentándolo, en
un proceso de radicalización del centralismo estatal con el que ha de entenderse
la sociedad, sofocada en todas sus expresiones.
Tamaña concentración de poderes, unido el extraordinario ingreso
petrolero de la centuria con las reiteradas habilitaciones presidenciales y el
Estado de Excepción permanente, derivando hoy en un fraude constituyente que
aspira a la conveniente cohabitación con una Asamblea Nacional subordinada,
requiere más de las naturales habilidades personales, trastocadas en cumplidas
destrezas políticas, ausentes en el sucesor de Chávez Frías que, faltado poco, lidia con las contradicciones y rivalidades al
interior de la alianza de poder.
Elemento fundamental, no se explica el bonapartismo huérfano del
lumpemproletariado parisino que Marx tuvo a bien catalogar, calificándolo como
hez, desecho y escoria de todas las clases.
Canalizado en el XIX mediante las secciones secretas de la Sociedad 10
de Diciembre, dirigida por un general afecto, so pretexto de una entidad de
beneficencia, hizo de sus dádivas y favores inmediatos, una experiencia de
persecución y apaleamiento de los republicanos y de otros oponentes, con apoyo
y auxilio policial, que no dista mucho de los círculos bolivarianos, colectivos
armados o grupos paramilitares que, ya sincerados, gozan del auspicio,
protección y entusiasmo de Maduro Moros.
Malaparte, reportando la novedad de la táctica insurreccional trotskista,
enfatiza el desorden de la ciudad como un factor clave para el efectivo control
técnico de sus servicios, con el descuido deliberado de la situación general y
de sus consecuencias en el orden político, económico y social. Siendo cada vez
más difícil trastocar una táctica en estrategia o, peor, en régimen, sólo la
más brutal respuesta dice responder a los límites materiales que la yunta
cívico – militar trata de obviar, luego de sumergir al país en una pavorosa e
inédita crisis humanitaria, cuyas implicaciones no logra contener la represión,
censura y bloqueo informativo.
El actual e inevitable período post-bonapartista, agotadas todas las
posibilidades de reanimación de una herencia ya
perdida, remite al fin de la polarización social e ideológica y a las
demandas de libertad y democratización, afectando la misma autorrepresentación
de las fuerzas de la oposición. Camino a
una vulgar dictadura (a secas),
contaminada la propia noción del Estado que experimenta un dramático retroceso,
paradójicamente agigantado, la Asamblea Nacional – de sobrevivir - tiene un inmenso papel histórico para recuperar, al menos, una
normalidad desconocida en casi dos décadas del siglo que nos tiene por precarios
inquilinos.
(*) Carlos
Marx [1852] “El Dieciocho Brumario de Luis Bonaparte”, Editorial Progreso,
Moscú, s/f; y Curzio Malaparte [1931] “Técnica del golpe de Estado”, Editora Latino
Americana, México, 1957.
25/09/2017:
Captura de imagen: https://www.youtube.com/watch?v=i78Gg2WzAQo
Reproducción: Curzio Malaparte, en una edición de Élite (Caracas, nr. 1684 del 04/01/1958). Antes, de amplísima fama, ahora es difícil dar con una imagen aceptable del autor, en las redes.
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