EL NACIONAL - Sábado 09 de Junio de 2012 Papel Literario/4
Lenguaje y sociedad
bajo el sino del pran
La cárcel venezolana deja de ser el infi erno privado de miles de reclusos y de sus familiares para afi rmarse, de palabra y de hecho, como el infi erno público que siempre ha debido ser y que tanto empeño hemos puesto en ignorar
EDUARDO FUENMAYOR
Coliseo lingüístico
Quizá sea la figura del pran 1 la
mayor contribución de la sociedad venezolana a ese antiproyecto histórico llamado posmodernidad, al cual hemos entrado a empujones y sin haber llegado antes a ser un país moderno. El pran como antihéroe y líder necesarios (según la lógica de la prisión). El pran como autoridad con legitimidad simbólica y de hecho, otorgada a la vez por los reclusos bajo su yugo, por los familiares de estos, por la desidia colectiva y, sobre todo, por el Gobierno, su interlocutor y álter ego. El pran como estandarte de la arbitrariedad en tanto pilar de justicia, como dueño y señor de la paz y de la guerra, de la vida y de la muerte dentro y fuera de la cárcel. El pran como sicario del lenguaje.
Dicen los entendidos que la cárcel se apodera primero de la familia del preso, y en especial de las mujeres, protagonistas de un drama tan inimaginable como incompresible para quienes no lo vivimos. Es lo que Claudia Carrillo, psicóloga y coordinadora del área de atención psicosocial a las víctimas de Cofavic, llama "proceso de institucionalización", es decir, el duro y complejo aprendizaje de la ley del pran. No basta con poseer las armas para subyugar a los internos: también, y sobre todo, hay que poseer sus almas. De ahí, la necesidad de secuestrar el lenguaje. Carrillo relata al diario Últimas Noticias, por ejemplo, el caso de una madre cuyo hijo cae preso por primera vez: "Me narraba cómo su hijo se iba deshumanizando.
Iba perdiendo su sensibilidad, sus expresiones cambiaron, los intereses y hasta la manera de hablar. Aprendió los códigos de la cárcel. La madre comenzó a sentir un duelo porque sentía que perdía a su hijo. (...) La familia también tiende a internalizar los códigos y reglas que toman lugar dentro de las rejas". El impacto de la cárcel en la familia es inevitable, sostiene Carrillo, porque en esta dinámica todos pasan a estar presos con los reclusos.
Lo que no sabíamos en Venezuela, o no queríamos saber, es que al ignorar esta realidad todo el país quedaba a su vez doblemente preso: por una parte, de la red delincuencial que opera desde las cárceles bajo la mirada cómplice del Gobierno, alimentando de esta manera lo que Susana Rotker llamó con tino las "ciudadanías del miedo"; y por otra, del lenguaje deshumanizador que endémicamente circula en los discursos oficiales y oposicionistas, en los medios de comunicación y en la vida cotidiana, transformando así la res publica en una especie de coliseo lingüístico. Pero a diferencia de la madre que presenciaba cómo el inframundo carcelario le arrebataba el alma de su hijo sin que ella pudiera hacer nada para remediarlo, la sociedad venezolana no ha vivido duelo alguno, ni parece sentir la necesidad de hacerlo, ante el secuestro del lenguaje por parte de la violencia. En términos generales, el lenguaje en Venezuela sigue siendo una víctima sin dolientes, otro recluso desterrado a la "fosa", aquel lugar donde deambulan los presos que no pueden estar en ninguna parte y que deben dormir con un cuchillo bajo el brazo para defenderse. No puedo pensar en un ejemplo más emblemático para ilustrar esta fosa cultural y lingüística que el del programa La Hojilla, transmitido para pesar de muchos (lamentablemente no de todos) por el principal canal del Estado venezolano.
Política, escuela del histerismo
El drama carcelario y la creciente industria de la violencia en el país, y en particular la forma en que el argot y el código de este submundo han ido permeando todos los ámbitos de la vida nacional, asoman cómo en menos de tres décadas el lenguaje (entendido como herramienta para formar ciudadanía, civilidad y entendimiento) pasó de la indigencia denunciada por el poeta Rafael Cadenas en los años ochenta a la brutalidad deshumanizadora que hoy parece caracterizarlo.
La política venezolana contemporánea --da igual gobierno u oposición-- ha desplazado a las telenovelas de su protagonismo como auténticas "escuelas del histerismo" (la frase es de Cadenas). "[E]sta situación de deterioro de nuestro lenguaje", escribía Cadenas en su libro En torno al lenguaje (1984), "forma parte del deterioro que padece la sociedad venezolana y no debiera considerarse, como suele hacerse, de manera aislada. ¿Cómo iba a quedar exento el lenguaje si es parte esencial del hombre? No pueden separarse; están unidos inextricablemente; el destino de uno afecta al otro y entre ellos se establece una constante interrelación que, al parecer, tiene la particularidad de estar a la vista y ser fácilmente pasada por alto".
Por eso no deja de llamar la atención la polémica suscitada alrededor del video Caracas, ciudad de despedidas, en el que un grupo de jóvenes encerrados (otro tipo de prisión) en la burbuja geográfica, cultural, económica, social y vivencial de lo que en las redes sociales se ha identificado socarronamente como el "Este del Este" caraqueño (es decir, las zonas de clase alta y media alta de la capital venezolana), expresan con una honestidad tan ingenua como desconcertante las razones que eventualmente los motivarían a emigrar del país. Uno no termina de saber si los insultos y hasta amenazas de muerte que recibieron los realizadores y participantes de este video son motivados por la total desconexión con respecto al contexto histórico, político y sociocultural que revelan las declaraciones allí ofrecidas, contexto que ignoran bien por llana indiferencia, bien por el aislamiento en ghettos 2 a los que la misma inseguridad ha terminado confinando a los habitantes (y en especial los jóvenes) de prácticamente todas las ciudades venezolanas. O si, en cambio, los ataques son sólo una reacción visceral (mezcla de un arraigado resentimiento de clase y de un nacionalismo mal digerido) a esa especie de hablar anestesiado que caracteriza al sifrinismo caraqueño. O es que definitivamente la emigración es un tema tabú y nos negamos a reconocerlo como tal.
Pero sea como sea, lo cierto es que nadie se burla del hablar quebrado y no menos circense del pran, cuya voz se aloja de inmediato en el espinazo de quien lo escucha como una alimaña sedienta de miedo.
Nadie amenaza de muerte al pran, a quien sí hay que tomar en serio, tratar con respeto y concederle lo que pida. ¿Cómo se articula entonces una sociedad que funciona de acuerdo con esta torcida lógica? ¿Cuál definición de democracia aplica para semejante caso?
Ciudadanías del verbo
El lenguaje es degradado así a objeto de utilería, a insidioso fetiche del poder. Y por este sendero se corre el riesgo de caer en el vacío que con el paso del tiempo se abre y ensancha entre cada sujeto y la violencia que lo rodea, tal como lo advierte el novelista judío David Grossman en Escribir en la oscuridad. "Este espacio nunca permanece vacío, sino que se llena rápidamente de apatía y de cinismo y, por encima de todo, de desesperanza. De una desesperanza que es el combustible que hace posible que situaciones desesperadas persistan durante años, incluso generaciones".
Sin duda, es una tarea muy ardua desandar el maltrecho camino que hemos recorrido como sociedad, pero no es en modo alguno una empresa imposible. Exige, eso sí, un proyecto concertado de país que comience por devolver al lenguaje el sentido del que lo ha despojado la retórica oportunista y guerrerista, y por llenar con tolerancia, civismo y amplio compromiso social el vacío que la apatía y la histeria, juntas, amenazan con perpetuar en Venezuela. Pues como dice Jesús Martín Barbero, "la lucha contra la injusticia es, a la vez, la lucha contra la discriminación y las diversas formas de exclusión, lo que es, en últimas, la construcción de un nuevo modo de ser ciudadano que posibilite a cada hombre [y mujer] reconocerse en los demás, condición indispensable de la comunicación y única forma `civil’ de vencer el miedo".
NOTAS
1 El pran (preso, rematado, asesino, nato) es el jefe, o uno de los jefes, de la cárcel.
2 En La ciudad: entre medios y miedos Jesús Marín Barbero escribe: "Se
echa la culpa a los medios de comunicación de homogeneizar la vida
cuando el más fuerte y sutil homogeneizador es la ciudad impidiendo la
expresión y el crecimiento de las diferencias".
/fuenmayoriscausa.wordpress.com
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