EL NACIONAL - Martes 19 de Junio de 2012 Opinión/ 590
De que vuelan, vuelan
EDGARDO MONDOLFI GUDAT
Existen libros que salen a la calle de tanto en vez para ayudarnos a entender mejor el país en que vivimos. Uno de los últimos vino a ser La herencia de la tribu, de Ana Teresa Torres, publicado en 2009. Ahora, gracias al empeño editorial de ALFA, el de Michaelle Ascencio, De que vuelan, vuelan. Imaginarios religiosos venezolanos, está llamado a sumarse a la misma estirpe, porque se propone confrontar otros aspectos esplendorosos, turbadores o intrigantes de nuestro vocabulario colectivo.
Al explorar el imaginario religioso, la travesía que propone Ascencio arroja pistas muy valiosas relacionadas con la precariedad, la violencia o el mesianismo que caracterizan actualmente a Venezuela, y que deben leerse, sin duda, como otros tantos desafíos a nuestra condición ciudadana.
Religión y religiosidad resulta un tema que interesa a la autora por la forma como ha colaborado a construir los imaginarios sociales, por la manera como entendemos las acciones hostiles de quienes nos rodean, por el modo como el poder puede llegar a procesar las diferencias desde una dimensión persecutoria y darle ribetes cuasi-religiosos a la causa que sostiene. En fin, por la forma como religión y religiosidad nos permiten mantener vínculos entre nosotros, dentro de nuestra particular cultura caribeña, con todo lo que ello implica desde el punto de vista de las devociones y creencias que nos caracterizan.
Valdrían empero dos aclaratorias: la primera es que el protagonista de la obra no es la religión sino la sociedad, y la segunda, que la autora no es teóloga sino antropóloga, de modo que el libro ancla su mirada en el discurso de la antropología venezolana sobre lo religioso. Lo que le interesa a la autora es ver cuán saturada de religión se encuentra la vida cotidiana del venezolano, más allá de la observancia externa de tal o cual culto. La conclusión que arroja, luego de un juicioso examen, es contundente: los venezolanos son fundamentalmente creyentes, algo que contradice la opinión que nos pregona como menos religiosos que otros países de la región, donde pareciera exhibirse una presencia más consistente en este ámbito.
En todo caso, según la autora, y así nos cueste comprender semejante devoción religiosa, existe algo históricamente insoslayable a su juicio: en el Caribe resulta difícil ser ateo.
De que vuelan, vuelan se ve repleto de referencias al catolicismo popular, sin dejar de darle cabida al aliento que han cobrado las iglesias evangélicas, cuya adscripción aumenta de modo sorprendente. Los cultos populares y la santería se reservan algunas páginas que obligan al lector a cambiar de pies a cabeza mucho de cuanto creía saber al respecto.
También desfilan aquí poderosas imágenes que confirman que, a mayor precariedad social, mayor es el fenómeno de la religiosidad. Al mismo tiempo, como lo revela la lectura, una sociedad profundamente atemorizada por la inseguridad explica que se rece el rosario en los condominios; tanto como se explica, en función de la fuerza que cobra este discurso, que una sociedad, tomada a tal punto por la violencia política, asista al inusual espectáculo de ver a los brujos haciendo "trabajos" frente a Globovisión.
Por último, y muy especialmente, aconsejo su lectura en vísperas de una contienda electoral que está lejos de caracterizarse por el laicismo al cual habíamos estado habituados. Una contienda que pareciera poner de relieve, de ambos lados, un discurso de lo religioso que también se ha apoderado de la actualidad política en otras latitudes.
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