sábado, 2 de diciembre de 2017

EL AMOR Y EL INTERÉS FUERON AL CAMPO UN DÍA

Balas no, panes sí
Luis Alberto Buttó

Demostrable con precisos indicadores cuantitativos y cualitativos, es el hecho de que, en la mayoría de los casos, la instalación de industrias militares en países subdesarrollados no ha contribuido a superar la brecha tecnológica existente entre estos y las naciones con elevados niveles de desarrollo científico. Por el contrario, las más de las veces, la realización de documentados estudios científicos ha permitido comprobar que la instauración de fábricas de armamentos en los primeros países mencionados se traduce en el incremento de la dependencia tecnológica que, en múltiples aspectos, el Tercer Mundo experimenta para con el reducido círculo de economías dominantes a escala planetaria. Los mecanismos concretos de operación a través de los cuales se implanta la producción de objetos bélicos en la periferia explican de sobra los resultados señalados.

En primer lugar, lo que estas empresas tienen de nacionales sólo es el territorio donde se instalan. Son, en realidad, filiales de firmas foráneas que, en el mejor de los casos, establecen convenios de operación conjunta con industrias estatales del país que las acoge, partiendo de la consideración de elementos básicos presentes en los patrones de globalización de la economía: mano de obra barata; ventajosas condiciones impositivas; cercanía de acceso a determinadas materias primas; menor costo de la energía utilizada; etc. Es decir, las casas matrices trasladan su producción a las naciones que las reciben pues en ellas encuentran evidente suma de oportunidades que amplían la posibilidad de obtener grandes excedentes y de acortar la tasa de retorno del capital, una parte del cual, obviamente, lo financia el país receptor, en condiciones de suyo onerosas.

En segunda instancia, al momento de montarse las plantas correspondientes, reaparecen los viejos esquemas que caracterizaron la superada etapa de sustitución de importaciones, con todas las secuelas negativas que en este sentido se experimentaron décadas atrás. Así, en la abrumadora mayoría de los casos, el producto final no es más que el resultado del ensamblaje de piezas y partes importadas, como también son importados los bienes intermedios y los bienes de capital necesarios para mantener operativa la línea de producción. A todo ello, se suma la erogación estipulada por la puntual asistencia técnica requerida, el pago de regalías por el derecho a usar las patentes y los costos derivados de la materialización de proyectos específicos. Al final del cuento, como se sabe, no se produce la supuesta transferencia de tecnología que se proclama como ventaja pues se incrementa la dependencia al respecto y la empresa extranjera termina haciendo el más rentable de los negocios; rentabilidad que, por cierto, se le escapa a quien se embarcó como socio en tan irracional aventura.

Todas las desventajas anteriores palidecen si se toma en cuenta el particular contexto en que estos procesos se llevan a cabo. Recordarlo es perentorio, aunque ello signifique llover sobre mojado en una materia que estalla a la vista, dada la realidad específica de ciertos países en los cuales sus élites dominantes parecen estar desconectadas del mundo que las rodea. Invertir significativas cantidades de recursos en la elaboración de armas, objetos por definición contrarios a la vida, implica inexorablemente restárselos a la producción de elementos destinados a satisfacer, o cuando menos paliar, las necesidades ingentes de la gente: alimentos y medicinas, por ejemplo. Cuando la población de un país sufre por la carencia de artículos básicos como los señalados, apostar por la fabricación de armamentos se convierte en el mayor de los despropósitos, para decirlo elegantemente.
No escuché bien. ¿Fusiles, dijo usted? No vale. Pastillas contra la hipertensión, sería mejor.

Fuente:
https://www.lapatilla.com/site/2017/11/26/luis-alberto-butto-balas-no-panes-si/
Fotografía: http://www.contrainjerencia.com/?p=74985

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