No acabamos de dar el salto del Dios del AT al Dios de Jesús
Marcos Rodríguez
En la liturgia de este domingo se nos proponen dos teofanías, (manifestaciones de Dios) una a Abrahán y otra a los tres apóstoles. En realidad, toda la Biblia es el relato de la manifestación de Dios.
En el caso de Abrahán, estamos ante el hecho más significativo en la historia del pueblo judío, la Alianza sellada por Abrahán con el mismo Dios. Hay un detalle muy significativo. Dios no llegó a la cita hasta que vino la noche y Abrahán cayó en “un sueño profundo y un terror intenso y oscuro...” Fue una experiencia interior de Abrahán que para él era más cierta que la misma realidad, que podría ver con los ojos abiertos. Es significativo que muchas de las experiencias de Dios en el AT se relatan como sueños.
Tampoco la transfiguración debemos entenderla como una puesta en escena por parte de Jesús. Va en contra de toda su manera de ser y de actuar. No tiene ni pies ni cabeza que Jesús montara un espectáculo de luz y sonido ni para tres ni para tres mil.
El domingo pasado se proponía una espectacular puesta en escena (tírate de aquí abajo) como una tentación. No tiene mucho sentido que hoy se proponga como una “gracia” en beneficio de los tres apóstoles. Una cosa es la experiencia, y otra muy distinta cómo nos la cuentan.
Es clave para la comprensión del relato la advertencia final. "Por el momento no dijeron nada de lo que habían visto". En el relato de Mateo y Marcos, el mismo Jesús les prohíbe decir nada a nadie "hasta que el Hijo del hombre resucite de entre los muertos".
Seguramente se trata de una experiencia pascual. Las experiencias pascuales se narran como si fueran acontecimientos de la vida normal, pero son vivencias internas que se intentan comunicar a los demás con el lenguaje que se utiliza para contar hechos que no se pueden constatar por los sentidos. Con el tiempo este relato se insertó en la vida de Jesús.
La versión litúrgica nos ha escamoteado el comienzo que dice “unos ocho días después…” se trata de indicar que estamos en el primer día de la nueva creación.
En este episodio, se emplean los mismos elementos que se habían utilizado en todo el AT para relatar las repetidas teofanías de Dios.
El monte, lugar de la presencia de Dios.
El resplandor signo de que Dios estaba allí.
La nube en la que Dios se manifestó a Moisés y que después les acompañaba por el desierto.
· La voz que es el medio por el que Dios comunica su voluntad.
· El miedo que siente todo aquel descubre la presencia de Dios.
· Las chozas, alusión a la fiesta más importante en tiempo de Jesús para los judíos. Fiesta mesiánica en la que se conmemoraba el paso por el desierto, de la esclavitud a la tierra prometida.
· Moisés y Elías que son símbolos: La Ley y los Profetas, los dos pilares sobre los que se asentaba la religiosidad del pueblo judío.
Moisés y Elías conversan con Jesús, pero se retiran. Han cumplido su misión y en adelante será Jesús la referencia última. Pedro no está en es dinámica y pretende hacer tres chozas, para que Moisés y Elías puedan continuar
Deja muy claro que se trata de una transfiguración. Lo que cambió fue la figura, no la sustancia. En lo esencial, Jesús siguió siendo el mismo. Fue la apariencia lo que los tres discípulos experimentaron como distinto. En Jesús, lo verdaderamente importante, es el ser divino que no puede ser percibido por los sentidos. Lo que normalmente ven en él, es lo accidental.
En los relatos pascuales, se quiere resaltar que ese Jesús que se les aparece, es el mismo que anduvo con ellos en Galilea. En la transfiguración, se dice lo mismo, pero desde el punto de vista contrario. Ese Jesús que vive con ellos es ya el Cristo glorificado. Quiere demostrar que lo que descubrieron de Jesús después de su muerte, ya estaba en él durante su vida, pero no fueron capaces de apreciarlo. Lo que hay de divino en Jesús, está siempre en su humanidad, no añadido a ella en un momento determinado.
La inmensa mayoría de las interpretaciones de este relato, apuntan a una manifestación de la “gloria” como preparación para el tiempo de prueba de la pasión. En mi opinión, esto sería una manifestación trampa. Cuando interpretamos la “gloria” como lo contrario al “sufrimiento”, nos alejamos del verdadero mensaje del evangelio. El sufrimiento, la cruz no puede ser un medio para alcanzar la gloria. En el sufrimiento está ya Dios presente, exactamente igual que en lo que llamamos glorificación.
No descartes el meditar una hora (o doce veces cinco minutos cada vez) este punto. Lo que llamamos gloria de Dios no tiene absolutamente nada que ver con la gloria humana. En Dios, su “gloria” es simplemente su esencia, no algo añadido. Dios no puede estar ni ser glorificado, por la sencilla razón de que nunca puede estar ni ser sin gloria.
Con nuestra mente no podemos comprender esto. Cuando hablamos de la gloria divina de Jesús, aplicándole el concepto de gloria humana, tergiversamos lo que es Jesús y lo que es Dios. Si en Jesús habitaba la plenitud de la divinidad, como dice Pablo, quiere decir que Dios y su gloria nunca se separaron de él. Jesús, como ser humano, si podría recibir gloria humana: cetros, coronas, solios, poder, fama, honores, etc. etc. Pero todo eso que nosotros nos empeñamos en añadirle no es más que la gran tentación.
El evangelio nos dice que no tenemos nada que esperar para el futuro. La buena noticia no está en que Dios me va a dar algo más tarde aquí abajo o en un hipotético más allá, sino en descubrir que todo me lo ha dado ya.
“El reino de Dios está dentro de vosotros”. En Jesús está ya la plenitud de la divinidad, pero está en su humanidad. Lo divino que hay en Jesús no se puede percibir por los sentidos. De fenómenos externos no puede venir nunca una certeza de la realidad trascendente, por muy espectaculares que parezcan.
Todo lo que Jesús nos pidió que superáramos, resulta que ahora lo volvemos a reivindicar con creces, sólo que un poco más tarde. Renunciar ahora para asegurarlo después, y para toda la eternidad... Es la mejor prueba del valor que seguimos dando a nuestro falso yo, y de que seguimos esperamos la salvación a nivel de nuestro ego.
Jesús acaba de decir a los discípulos, justo antes de este relato, que tiene que padecer mucho; que el que quiera seguirle tiene que renunciar a sí mismo; que el grano de trigo tiene que morir...
Jesús nos enseñó que debemos deshacernos de la escoria de nuestro falso yo, para descubrir el oro puro de nuestro verdadero ser. Nosotros seguimos esperando de Dios, que recubra de oropel o purpurina esa escoria para que parezca oro. Lo que tenemos que hacer es descubrir, más allá de la purpurina que nos envuelve, el oro de nuestro verdadero ser; ver el diamante que somos, escondido tras el lodo que nos envuelve.
Lo divino que ya está dentro de nosotros, no es lo contrario de las carencias que experimentamos. Es una realidad que ya somos y es compatible con las limitaciones de todo tipo (físicas, síquicas y morales), que son inherentes a nuestra condición de criaturas.
Después de Jesús, es absurda una esperanza de futuro. Dios nos ha dado ya todo lo que podría darnos. Se ha dado Él mismo y no tiene nada más que dar (Sta. Teresa).
Claro que esto da al traste con todas nuestras aspiraciones de “salvación”. Pero precisamente ahí debe llegar nuestra reflexión: ¿Estamos dispuestos a aceptar la salvación que Jesús nos propone, o seguimos empeñados en exigir de Dios la salvación que nosotros desearíamos para nuestro falso yo? La única esperanza que cabe es la de que descubra la realidad que soy.
¡Escuchadle a él solo! Para nosotros, los cristianos del siglo XXI, no es nada fácil cumplir esa recomendación de la “voz”. Seguimos, como Pedro, aferrados al Dios del AT y nos da miedo soltar amarras y fiarnos sólo de lo que dice Jesús.
Dos mil años de cristianismo han velado de tal forma el mensaje de Jesús, que es casi imposible distinguir lo que es mensaje evangélico y lo que es adherencia ideológica. Los prejuicios que tenemos sobre Jesús, nos impiden acercarnos a él con la mente abierta. Esa tarea de discernimiento es más urgente que nunca.
La creciente relación entre culturas y religiones hace que podamos comparar y descubrir lo mucho de relleno que se nos ha vendido como evangelio. Jesús buscaba odres nuevos que aguantaran el vino nuevo. Hoy lo que abunda son odres nuevos que esperan vino nuevo, porque no aguantan el vino viejo que se les ofrece.
El hecho de que Moisés y Elías se retiraran antes de que hablara la voz, es una advertencia para nosotros que no acabamos de dar el salto del Dios del AT, al Dios de Jesús.
Jesús ha dado un salto en la comprensión de Dios que debemos dar nosotros también. En realidad, en ese salto consiste todo el evangelio. El Dios de Jesús es un Dios que es siempre y para todos amor incondicional. El Dios de Jesús nos desconcierta, nos saca de nuestras casillas porque nos habla de entrega incondicional, de amor leal, de desapego del Yo.
El Dios del AT ha hecho una alianza al estilo humano y espera que el hombre cumpla la parte que le corresponde. Sólo entonces, premia al que la cumple y castiga al que no la cumple. Con este Dios sí nos identificamos, porque es lo que haríamos nosotros si estuviéramos en su lugar. Esa es la trampa; nos empeñamos en hacer un dios a nuestra medida.
Oración-contemplación
Hoy los apóstoles ven a Jesús como realmente es.
También tu verdadero ser es un diamante.
No te dejes engañar por las apariencias.
Ni tú ni los demás tenéis nada que cambiar en lo esencial.
…………………………
No confundas la meta.
No tienes que arrancar nada de ti.
Todo lo que no es esencial, terminará por desprenderse.
Agudizar la vista para ver lo que eres,
más allá del oropel y del lodo que te cubre y oculta.
..................
Sólo la meditación podrá iluminarte para ver la realidad.
No es fácil, pero es el único camino.
Insiste. Enfoca toda tu atención hacia el centro de tu ser.
La iluminación llegará con la mayor naturalidad.
(http://www.feadulta.com/anterior/Ev-lc-09-28-36-MR-C.htm)
Cfr. Mons. Antonio José López Castillo Arzobispo de Barquisimeto: http://www.elimpulso.com/opinion/arquidiocesana-transfiguracion
No hay comentarios:
Publicar un comentario