sábado, 10 de marzo de 2012

CARACAS


EL NACIONAL - VIERNES 23 DE JULIO DE 1999 / OPINION
Caracas 1967-1999
Jesús Sanoja Hernández

Caracas -y, desde luego, Venezuela- era otra en 1967, cuando discurrían los días de su cuatricentenario. En los carnavales, la noticia fue la fuga del Cuartel San Carlos, a través de un túnel, de Pompeyo Márquez, Guillermo García Ponce y Teodoro Petkoff, en vez de las orquestas traídas del exterior o los grupos de moda como Los Impala. En mayo la noticia volvió a ser de carácter político, con la "invasión de Machurucuto", pero en julio la gran noticia que veían incubándose a través de la propaganda oficial, no otra que la celebración del 25 de julio, pronto se vio empañada por el terremoto del 29 de julio. En la tarde de ese día, que era sábado, me preparaba yo para ir a la exposición de Carlos Contramaestre, en galería que si mal no recuerdo se llamaba El Puente, cuando la tierra se estremeció. Muy pocos de mis amigos, tan escasos como mis lectores, leyeron al día siguiente mi trabajo sobre la ciudad, firmado con el seudónimo de Eduardo Montes.

¿Qué tiene la Caracas de hoy que no haya tenido la de julio de 1967? Tiene, y es su orgullo, el Metro. En junio de aquel año el ministro de Obras Públicas, Sucre Figarella, se había quejado una vez más del boicot que Copei le había declarado a las partidas presupuestarias para adelantar la obra, contemplada para cubrir 20 kilómetros entre Catia y Petare, con 20 estaciones y una capacidad de transporte de 20 mil pasajeros en su primera etapa y de 45 mil en 1990. Y lo cierto es que durante el primer gobierno de Caldera, no sé por cuáles razones, el proyecto fue paralizado.

Tiene Parque Central, esa sí obra acometida por el primer Caldera. En 1972 su gobierno, a través del Centro Simón Bolívar, había reubicado a 161 familias del sector Hornos de Cal, y para el año siguiente previó Bs. 151,2 millones para las edificaciones de Parque Central, construcción que arrastró no pocas polémicas, más tarde prolongadas por documentos donde aparecían figuras como Rodríguez Amengual y Delfino, y acerca de los cuales no puedo escribir mucho porque en la memoria se me han acumulado nubes peligrosas.

Tiene la Cota Mil, concebida a finales de Leoni e inaugurada por Caldera, avenida que trajo divergencias en cuanto a si prolongarla hasta Catia, para enlazar con la autopista hacia La Guaira, o si trazarla hasta donde está hoy. Pastoreños y ambientalistas, celosos de su parroquia y de los bordes del Avila, se opusieron a la continuación de la Cota Mil. Tiene asimismo el tramo de la autopista "Rómulo Betancourt", de la que se sabe cuándo empezó pero no cuándo terminará. Vía, por cierto, congestionada en horas pico, tanto por el crecimiento de las dos ciudades satélites (Guatire-Guarenas) como por la afluencia hacia la Universidad Metropolitana.

Tiene los centros comerciales (como el CCCT), núcleos acerca de los cuales decía Carlos Rangel que llenaban el vacío de la ciudad que habíamos perdido, sin plazas ni retretas, ni sitios de congregación familiar o amistosa, y donde el cine convivía con la tasca, la venta de comida rápida, las tiendas de modas, las cafeterías y los salones de juegos infantiles made in USA. No tenía mall alguno. Cero Sambil.

Tenía mercados que aún existen (Coche, en la periferia; en el centro; Guaicaipuro en la Andrés Bello), pero no el mercado paralelo, con puestos de ventas en las aceras y proliferación de la "economía informal", ni mucho menos su extensión hacia el casco de la ciudad con invasión de lo que Arria, años más tarde del terremoto, llamó la Plaza Caracas, sucesivamente asiento de la Exposición King Kong, estacionamiento del Centro Simón Bolívar, espectáculos al aire libre, campamento mercantil y ágora política, en sustitución de la ya descartada Plaza O'Leary.

Tenía organización territorial (Departamento Libertador), del cual era capital, y su Concejo Municipal abarcaba administrativamente a los ahora denominados municipios Baruta, Chacao y El Hatillo, puesto que Petare (Distrito Sucre del Estado Miranda) se regía por cabildo propio, entonces muy poderoso, como el de Maracaibo, donde brotaron tempranamente los escándalos que en 1976-1977 derivaron en corrupción pionera. La fiebre municipalista que se posesionó del país, al punto de que hace poco se propuso uno yanomami, convirtió a la zona metropolitana en ciudad de cuatro alcaldías: Baruta con Las Mercedes que Abelardo Raidi amaba, Chacao con Irene como alcaldesa y El Hatillo como recodo turístico, quedando Caracas en cancha compartida por LCR y AD. Tenía el Nuevo Circo, pasión de Caremis, y dejó de tener el horroroso terminal. Tenía los rescatados, aunque irrescatables, teatro Municipal y Nacional, y no tenía la zona cultural Ateneo-Teresa Carreño-Maccsi, ni el Mavao, ni el Jacobo Borges. Siempre Caracas, sin embargo...

Fotografía: Leo Matíz. Elite, Caracas, 31/12/60.

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