EL NACIONAL - LUNES 3 DE MAYO DE 1999 / CULTURA
Este país no está para echar vaina
El artista, uno de los venezolanos de mayor proyección internacional actualmente, regresó al país hace dos años y desde acá trabaja en su obra reciente. En entrevista con El Nacional, muestra su visión del medio plástico local, que observa como un gran teatro sin guión
Edgar Alfonzo-Sierra
Cítrico y displicente, polémico y relajado, el artista Meyer Vaisman, quien no pocos comentarios, a favor y en contra, ha levantado desde que ganó la Bienal Dior así como por su renuncia a representar a Venezuela en la Bienal de Venecia (hace cuatro años), aceptó conversar reposadamente en la redacción de El Nacional.
Venezuela, punto pasional, quizá tenso, en la vida de este paisano que salió de Caracas a los 18 años y quien ha vivido alguna gloria artística en los Estados Unidos, igualando su nombre al de otros renombrados creadores como Peter Haley y Jeff Koons, puso el dedo en varias "llagas" del medio plástico y cultural local en un A Fuego Lento en el que participaron Chefi Borzacchini, jefe de información cultural, y los periodistas de la sección Andreína Gómez y quien suscribe.
-Quisiéramos analizar su actitud, de algún modo atrevida y a la vez destemplada, frente al medio plástico venezolano. ¿Es una pose? ¿Es real o premeditada? ¿O es un modo de llamar la atención?
-Eso responde a que yo me eduqué artísticamente en otros sitios -en Nueva York, básicamente- y me moví en otro contexto, en Estados Unidos, Europa y algo de Asia, en donde se manejan ciertos códigos de profesionalismo, de estética y ética, que tienen que ver con la condición de respeto de un artista y con la forma como mi trabajo ha sido visto, manejado y contextualizado. Quise involucrarme con Venezuela cuando tuviera algunos años de trabajo fuera, y encontré un mundillo artístico difícil, con triquiñuelas, muy laberíntico, que me hizo entrar, a veces, en cierto desespero por la forma en que hemos sido tratados mi obra y yo. Por eso muchas veces, con cierta indignación, me he referido a cosas que han pasado aquí o que han dejado de pasar.
-Las etiquetas y clasificaciones son antipáticas, pero ¿en qué grupo del arte venezolano se ubica usted?
-Mi actitud no puede ser clasificable dentro de ningún grupo. Yo tengo mi personalidad con todo lo bueno y lo malo que incluye. Estéticamente no me siento parte de ningún grupo en Venezuela. Sí siento cierta afinidad con algunos artistas. Mayormente con José Antonio Hernández-Diez, Héctor Fuenmayor, algunas obras de Eugenio Espinoza, Alfred Wenemoser, o sea, cierta tendencia, digamos, conceptualista. También hay una cantidad de artistas jóvenes que me interesan tales como Diana López, Juan Nascimento...
-¿Cómo percibe al medio artístico venezolano?
-Hay gente muy buena, artistas y críticos, pero veo a un medio con problemas. El mayor es un alto grado de mezquindad que es lamentable. Detecto luchas de poder destructivas, a veces falta de seriedad en el modo de ver las cosas, en la manera de hacer exhibiciones. Yo, por ejemplo, tengo un serio problema con la cantidad de salones que se hacen. Pero el peor problema es la falta de historia del arte en Venezuela. Me pregunto: ¿cuántos de esos artistas hiperjóvenes que participan en exhibiciones como el Pirelli, por ejemplo, tienen un conocimiento serio de la obra de artistas de los años 70, como Roberto Obregón, Héctor Fuenmayor, y aún más, de la obra de Gego, de Marisol, de Claudio Perna, de Víctor Lucena. Estos salones aplanan el panorama. Ves una obra de Fuenmayor al lado de la de un chamo recientísimo.
-¿Se refiere a la continuidad? ¿A que constantemente estamos empezando, sin mantener las referencias?
-En Venezuela hay un problema: parece que todo se tiene que construir, siempre, una y otra vez. Si siempre se está comenzando de nuevo no va a haber continuidad nunca, no va a haber historia. El asunto de la Constituyente me parece más de lo mismo. Cuando uno se la pasa comenzando de nuevo, uno no avanza. Das dos pasos y viene alguien que te dice: no, vamos a comenzar otra vez. Es también una cuestión de caudillismo que va desde el Presidente hasta el ascensorista. Entonces, se pierde el sentido de institución y todo se convierte en un virreinato de la persona que provisionalmente está a cargo. Y es una cuestión general, una manera de actuar de nosotros los venezolanos, de querer protagonizar y ser autores de lo que sea: una Constitución, una máquina o hacer una exposición a nuestra imagen y semejanza. Cada cual con su vaina, con su historia, con sus prejuicios y sus grandes ideas. Esto es grave.
Piches, fáciles y piratas -Bueno, más allá de las interpretaciones sociológicas sobre sobre los venezolanos, usted mencionó a los salones de arte. ¿Qué haría con ellos?
-Yo, simplemente, los reduciría a un mínimo. Son una manera demasiado piche, fácil y pirata de divulgar lo que están haciendo los artistas jóvenes. Deberían proponerse muestras temáticas, y extenderse el tiempo de las exposiciones (un mes no es suficiente). Otra necesidad es la publicación de buenas monografías de artistas y libros de arte contemporáneo. Yo he visto muchas propuestas de creadores como por ejemplo la de Héctor Fuenmayor, y me entristece decir que no conozco su obra porque no la he visto nunca en una exposición, qué se yo, quisiera conocer los 20 años de su trabajo. Por eso la exposición de Antonieta Sosa me pareció buenísima en ese sentido, estaba bien documentada. Por otro lado, el Conac debería tener una política cultural que permitiera establecer una buena bienal internacional en Caracas, como la experiencia de Sao Paulo.
-¿Es un problema de educación o de falta de políticas?
-Imagínate el mundo del teatro: grandes actores, grandes escenarios, pero sin guión. Eso es lo que ocurre en las artes plásticas venezolanas, no hay un guión. Hay artistas muy buenos, consecuentes, interesantes. Hay museos grandes, buenos escenarios, con buena iluminación, con buena museografía, pero el guión no existe porque nadie lo ha escrito.
-Usted ha hablado de mezquindad en el medio plástico nacional. Pero, su obra es aceptada aquí y museos y otras instituciones le han abierto las puertas.
-La mezquindad la sufrimos todos. Ocurrió conmigo en el caso de la Bienal de Venecia. Esa fue una trampa que me tendieron a mí, a Tahía Rivero, a Sambrano Urdaneta y cuyo objetivo era que yo no fuera a la Bienal. Y no fui y se acabó. Yo creo, y esto es una sospecha, que entre los grupúsculos con peleas de poder que aquí hay, se encontraba gente apoyando mi obra cuya cuota de influencia podría haber crecido con mi participación en Venecia y había otro grupo que se interesaba en lo opuesto, en evitar que ellos subieran. A veces pienso que no fue algo conmigo directamente sino, una pelea entre bandos y yo fui carne de cañón.
-¿No faltó firmeza de su parte? Usted renunció abruptamente.
-La Bienal Dior y la Bienal de Venecia han sido los puntos más fuertes y más dolorosos de mi carrera. Creo que como artista uno no debe negociar en ningún sentido. Se me pidió una propuesta, la hice muy seriamente. Fue sometida a un grupo de expertos que votaron positivamente a mi favor. Para mí eso estaba cerrado. Luego se armó todo aquello, que si podía ser esta obra o cualquier otra, que si por qué un rancho. Bueno, se armó todo aquello que fue muy oscuro. Fui elegido en una votación legítima y no tenía por qué moverme por otros medios.
Vuelta a la patria
-¿Qué lo trajo de nuevo a Venezuela?
-Quedé un poco saturado de Nueva York. La estadía aquí se fue extendiendo porque mi padre estuvo muy grave el año pasado. También quise volver porque me fui de Venezuela a los 18 años y nunca entendí del todo bien al país ni mi relación, siendo venezolano, con esta tierra. En cierto modo ahora entiendo más a Venezuela, pero cada vez se me hace más y más difícil encontrarme aquí. Es algo que no tiene que ver directamente con el país sino con mi propia personalidad. Me sofoco y me saturo de los sitios rápidamente.
-Se ha dicho que su "repatriación" ha significado pérdida de oportunidades a nivel internacional. Se piensa que el hecho de que la galería neoyorquina Leo Castelli no lo represente, significa una merma importante en su carrera.
-Leo Castelli ya no me representa porque yo me largué de la galería como los otros artistas que formamos parte de ella. Y hay otras opciones.
-¿No fue demasiado precoz su éxito internacional?
-Sí, fue precoz. Fue muy intenso. No estaba preparado para ciertas cosas. El crecer artísticamente bajo una lupa tan precisa y tan intensa es problemático. Decidí desvincularme temporalmente del medio artístico del cual fui partícipe, porque sentía que le había perdido el hilo a lo que hacía, exponiendo con tanta frecuencia y en tantos lugares. En esto, Verde por fuera, rojo por dentro (expuesta en la GAN), fue una obra crucial que determinó que mi trabajo se hiciera mucho más serio y más profundo, más macabro y más orgánico. Me dicen que estoy corriendo un peligro al no hacer exposiciones cada dos años, pero yo decidí correr el riesgo. Dedicarme a pensar la obra es más importante que irle recordando a la gente que estoy en actividad. Si el medio cultural no puede esperar el tiempo que dure el proceso, yo no puedo ser parte de él.
-Ahora está trabajando en un autorretrato póstumo.
-Mi obra siempre ha tenido que ver con el autorretrato, de una manera muy oblicua. Eso me llevó a hacer el último autorretrato posible, un autorretrato muerto. Tenía años pensando en este asunto. Era muy macabro y no sabía si lo quería hacer. Esa fue la obra expuesta en la Bienal de Sao Paulo en noviembre y que haré circular este año por galerías de Alemania y Brasil.
-¿Te preocupa el fin de siglo, de milenio? ¿Te influye?
-Sí. Yo pienso que un cambio de siglo es una cosa muy seria y un cambio de milenio algo más aún. Todo lo que se ha dado en los últimos años con estos revivals de la moda y el arte de los 50, 60, 70 y ahora los 80, es una manera de tratar de frenar esta idea de que estamos llegando a un abismo. Cuando yo era chamo me imaginaba para esta época de mi vida me imaginaba en una nave espacial, vestido de plateado y con un acuario metido en la cabeza. Todo muy lindo y muy bello, y veo que las cosas están peor que nunca.
El chiste y el drama
-¿Qué le gusta y qué le preocupa de Venezuela?
-El humor venezolano me encanta y lo veo disminuido últimamente. Hay muy pocos chistes. Cuando vivía en Estados Unidos llamaba a mi hermano cualquier día de la semana y me ametrallaba con ellos. Cada uno mejor que el otro. Eso se ha ido perdiendo, ya no hay abundancia de esos chistes callejeros tan sabrosos. Eso me parece muy sintomático de lo que ha estado ocurriendo. O sea, que este país no está para echar vaina. Estamos pasando por momentos muy serios, trágicos y problemáticos. Hay drama y una violencia que me preocupan. Todo lo veo muy complejo. Viví 18 años en Nueva York y conocí gente extremadamente talentosa, profesional, en una ciudad altamente competitiva; y aquí encuentro venezolanos con exactamente los mismos talentos, pero que no logran hacer ni la octava parte de lo que podrían en otro lugar. Aquí todo es extremadamente difícil. Las dificultades son como caprichosas. Se emprende una tarea y de repente hay un obstáculo que no sabes quién lo puso. Las reglas nunca están claras y eso crea desesperación. Yo lo que veo es que se habla de los cambios, de los cambios de este nuevo gobierno, pero yo que he sido tan vociferantemente anticopeyano, antiadeco y anticonvergente, me siento tan sin franquicias ahora como antes. Y como yo, está mucha gente. Lo que veo es que el manejo del poder aquí es tan primitivo, tan básico, que me preocupa mucho todo lo que está pasando. Creo que no se están haciendo seriamente las cosas. Venezuela necesita cambios que no vendrán necesariamente por una nueva Constitución. Por ejemplo, cada cierto tiempo se cambia la Ley de Tránsito y jamás ha funcionado. No es cuestión de escribir las leyes, el problema es educativo, de enseñar a la gente a respetarlas, hacer ver que uno vive en un entorno social y cada acción que uno realiza afecta a los demás. Sin esa conciencia ciudadana aquí no habrá Constitución que valga. No es cosa de nuevas leyes, nuevas constituciones o nuevas repúblicas, eso es puro simbolismo.
Fotografías: LB, gaveras de resfrescos. Manuel Sardá: Meyer Vaisman.
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