sábado, 9 de junio de 2012

HISTORIA, LA QUE TRANSCURRE

EL NACIONAL - Sábado 09 de Junio de 2012     Papel Literario/3
La historia en tres lecturas
ANTONIO SÁNCHEZ GARCÍA

1 "Nadie ha hecho más por convertir la narración histórica corta en una forma de arte --escribió Anthony Beevor en su crítica a esta breve joya de la reflexión histórica filosófica que es El futuro de la Historia-- que Jonh Lukacs". Difícil no compartir tan excelsa opinión sobre el afamado historiador nacido en Hungría en 1924 y establecido en Londres, donde ha enseñado y escrito más de 30 obras sobre nuestra historia contemporánea.
Uno de los más grandes especialistas en la Segunda Guerra Mundial, ha dejado testimonio de su perspicacia y hondura en dos pequeñas obras que iluminan graves episodios que conformaron nuestra modernidad: Sangre, sudor y lágrimas, el discurso que ganó la guerra, y Cinco días en Londres, mayo de 1940: Churchill sólo frente a Hitler.
Esos libros bastarían para ingresarlo al salón de la fama de los grandes historiadores del siglo. Con sigilosa acuciosidad, Lukacs penetra en los secretos de días cruciales que decidieron el destino de la humanidad. Siempre acicateado por la angustia existencial que motiva su obra: desentrañar el destino de los acontecimientos, su inevitabilidad, la acción decisoria de las circunstancias y el papel de los grandes espíritus que se encontraron en el epicentro de los sucesos. Siempre motivado por la preocupación vital de todo auténtico historiador: lo sucedido, ¿fue inevitable o los hechos pudieron haber acontecido de otra forma? ¿Cuál ha sido el marco de acción de los protagonistasde los acontecimientos cruciales de la historia, hasta dónde cayeron como un guillotinazo sobre inermes voluntades o fueron auspiciados o entorpecidos por la conciencia de los espíritus más preclaros o las más torpes inconsciencias de la época? Asuntos nada ajenos a nuestras propias preocupaciones existenciales, cuando no sólo nos vemos arrastrados por hechos cuya fatal incidencia sobre nuestro futuro inmediato --ya convertido en pasado y presente de estas angustias-supimos anticipar, sin tener la más mínima posibilidad de incidir sobre su desenlace, que se hizo inevitable por acción de la miopía, la estulticia y la vanidad de quienes manejaron los grandes escenarios, así como los conciliábulos en los que finalmente se tomaron las grandes y fatales decisiones que nos condujeron a este desastre.
El futuro de la Historia reflexiona al otro extremo de Cinco días en Londres: mientras la notable figura de Churchill rescata la acción heroica, lúcida y valerosa de un hombre solo frente a su destino y su asombrosa capacidad de torcer la suerte de una aventura totalitaria global que parecía inexorable, amparado en su visión estratégica y blindado por una voluntad a prueba de grandes catástrofes, El futuro de la Historia trata no sin cierto desconcierto de la natualeza esquiva de la historia en la época de dos de sus más resaltantes características: el anonimato de la burocratización que puede encontrarse tras las grandes decisiones y el cúmulo inabarcable de la información de que se dispone sobre los más nimios y aparentemente insignificantes hechos.
Lo cual, bajo la sombra de un fenómeno que ya anunciara Alexis de Tocqueville en La democracia en América: el efecto deformador de la conciencia ciudadana por obra de la publicidad como eje de la acción política y la masiva irrupción de grandes mayorías en el universo político convertido en mercado electoral. Y desde luego, de la acción medular del propósito de la publicidad: convertir las opciones políticas en mercancías y el convencimiento del elector en la compra venta de un producto bien empaquetado por las encuestas: el vendedor de ilusiones.
2 El objetivo de la publicidad política no es difundir un mensaje: es crear la falsa ilusión de la mayoría."O dicho en otras palabras: la tarea de la publicidad es la disimular que existe una mayoría. Problemas de cantidad; problemas de calidad.
Ambos se solapan y ambos ponen en juego los materiales mismos del vasto templo de la historia".
¿Qué hacer ante la multiplicidad de informaciones y la contradictoria variedad de las fuentes para llegar al meollo del acontecimiento y poder así narrar la verdad de los hechos? El periodista Ramón Hernández va al grano: entrevista al personaje y mediante un acercamiento sobrio, prolijo y circunspecto nos muestra su íntima verdad. La de un hombre, Carlos Andrés Pérez, que creyó tener la razón --posición que Ramón Hernández no duda en ratificar-- y debió caer abatido por un extravío colectivo en que se funden las ambiciones, los torvos propósitos desestabilizadores, las inconsistencias y la irresponsabilidad de personajes del primer plano político, intelectual y mediático, amparados por la apatía y el anonimato de masas tan amorfas e históricamente inconscientes como las que llevaban a sostener a Ortega y Gasset que el hombre-masa, artífice de la rebelión de la modernidad, vivía en el más absoluto presente, ajeno a la más mínima conciencia del devenir histórico. La vida, aujour le jour. Después de mí, el diluvio.
En 120 páginas bien condensada y bajo el imperativo de la brevedad cablegráfica, Ramón Hernández repasa y resume la vida del segundo gran protagonista de la última mitad del siglo XX venezolano, junto a Rómulo Betancourt artífice de la democracia moderna venezolana, con sus grandes éxitos y sus grandes fracasos, sus grandes logros y sus grandes falencias. Un hombre que confió en el poder demiúrgico de su carisma, desestimó los rencores y odios represados en las élites nacionales y creyó posible fundar una democracia liberal ilustrada sin consideración de las grandes deudas y, sobre todo, de los insuperables intereses de factores anclados en el populismo, la estatolatría, el rentismo y el clientelismo político y cupular que decidieran coaligarse para sacarlo del juego y asesinarlo políticamente --el asesinato físico lo frustró él mismo con su indoblegable coraje y decisión un 4 de febrero de 1992.
De la generosa pluma de Ramón Hernández se desprende un personaje entrañable, superior a todos sus contemporáneos, incapaz de sentir odios y personalizar su tragedia e incapaz de imaginar la dimensión y el volumen de la maldad que sus éxitos habían desatado entre sus compañeros generacionales, y la envidia corrosiva que desmoronaba el partido de sus máximas querencias.
Junto con otras importantes obras que han abordado el tema de la gran crisis desatada por el ascenso al poder del tribuno de Rubio y los golpes de Estado que suscitara, como la de Mirtha Rivero, La rebelión de los náufragos, esta breve y enjundiosa biografía de Ramón Hernández debiera ser de obligada lectura para quien no pertenezca a la generación tan temida por el filósofo español. Aquella que considera ser el principio, y no el fin de la historia.
3 Ve la luz casi simultáneamente con la biografía de Carlos Andrés Pérez el dramático y estremecedor reportaje de los tres días que conmovieron a Venezuela a partir del 11 de abril de 2002: El silencio y el escorpión. Crónica de un golpe de Estado, del norteamericano Brian Nelson. En una excelente edición al cuidado de la profesora Angelina Jaffé y un equipo de traductores bajo su coordinación, brilla la intención anunciada en el epígrafe de Agnes Heller: "Así se evalúen las decisiones morales bajo estándares universales o a la luz de tradiciones locales, todos los conflictos morales son contextuales".
Imposible mejor acercamiento al libro de John Luckacs y al de Ramón Hernández: la comprensión de nuestra encrucijada histórica a la luz de la responsabilidad individual y colectiva de un pueblo desorientado, que aún no recoge y comprende los frutos de su pasado para acertar en los designios de su futuro.
Mientras el partido ganancioso de los eventos, a partir de los cuales supo aprovechar el quiebre de una tradición institucionalista para consolidar un régimen caudillesco y neo dictatorial, violatorio de todas sus normas, se ha negado sistemáticamente a satisfacer la exigencia de la OEA y de la oposición democrática para conformar una comisión de la verdad que permita dar paso a una auténtica reconciliación nacional, lo acontecido en esos trágicos días de abril ha quedado en manos de la interpretación de los propios protagonistas y de algunos observadores.
Aunque Brian Nelson no es venezolano, vivió en nuestro país y pudo asistir en la mayor proximidad al desarrollo del proceso que culminaría en los sórdidos episodios que narra con prolija documentación y el testimonio de muchísimas fuentes de primera mano. Con una riqueza narrativa y una tensión dramática digna de una obra de ficción. Resulta naturalmente controversial y difícil poder establecer un dictamen fehaciente sobre la naturaleza de los hechos, la voluntad o espontaneidad de lo acontecido y la eventual presencia de factores interesados en que ellos se desarrollaran del modo en que tuvieron lugar. En primerísimo lugar el castrismo cubano, al acecho del petróleo venezolano desde el nacimiento mismo de su revolución marxista.
Lo que resulta evidente es la inmensa actualidad de su aproximación, el calor contagioso del hilo narrativo y la inmediatez de los acontecimientos, todavía inconclusos y sin un claro desenlace. La verdad de abril no terminará por establecerse hasta que no se descorra el telón de su desenlace y Venezuela no asuma a plenitud la democracia o la dictadura que entraña. Pocas veces el análisis de nuestra historia ha sido tan necesario y el conocimiento de la verdad tan urgente como hoy. Sin poder evadir un asunto de dramática vigencia y que John Lukacs parece advertir anticipando el futuro de la historia: la verdad no es una adecuación positiva de un hecho a su narración metafórica. Es el resultado mismo de la historia: el esfuerzo por humanizar el devenir y, como afirmaba Hegel, hacer del futuro el reino de la libertad. Una verdad que espera por nosotros.

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