domingo, 29 de diciembre de 2019

L' ENFANT TERRIBLE

Alfredo Jocelyn-Holt, historiador
«Lo que nosotros tuvimos fue una dictadura exitosa»
Juan Manuel Vial

Lo que sigue es una larga y distendida entrevista con el autor de tantos libros clave para entender nuestro pasado y nuestra realidad actual. Con sus habituales graduaciones de intensidad —que van desde el énfasis irónico hasta el bufido exasperado— Jocelyn-Holt revisa aspectos no conocidos de su vida al tiempo que esclarece su linaje intelectual sin dejar, por cierto, de echarle un vistazo crítico a la contingencia.
A fines de los años 90 me topé por casualidad con Alfredo Jocelyn-Holt en el andén del metro Los Leones. Lo saludé, pues nos ubicábamos, y antes de ponernos a conversar de lo que fuera, él propuso con cierta inquietud que nos alejáramos de los rieles. Al percibir la ligera sorpresa que me causó su petición, se explicó: tengo demasiados enemigos por estos días, dijo, y a varios de ellos no les costaría nada pasar por detrás mío y darme un empujoncito mortal aprovechando que estoy distraído hablándote. De la sorpresa pasé al desconcierto, pero me recompuse: concluí que se trataba de una broma e intenté una sonrisa. Indudablemente calibré mal: su rostro no reveló asomo alguno de complicidad, por el contrario, se endureció, delatando lo frívola y desconsiderada que le parecía mi sonrisilla. En ese momento, y en otros posteriores, estimé que él exageraba. Transcurrido el tiempo, hoy pienso que Alfredo no dejaba de tener razón al protegerse de esa manera. Es tal la cantidad de enemigos que este historiador liberal de 63 años ha cultivado en las últimas décadas, que para algunos de sus cercanos resulta milagroso que siga en pie, profesionalmente activo y con tribuna en la prensa escrita y en la radio. Otros, los no cercanos, lo tildan de conflictivo, demente y paranoide. Los atributos clásicos, dicen, del francotirador. Lo indesmentible, cualquiera sea el caso, es que en su obra publicada abundan las invectivas dirigidas hacia los sujetos más poderosos de este país, algo que, por supuesto, le ha significado pagar los costos correspondientes.
-Hay gente que sostiene que como enemigo eres implacable. Yo creo que también eres un poco suicida. ¿Qué consecuencias trae pelearse con los poderosos de este país?
-Bueno, me han sacado de cuatro o cinco universidades.
-¿Y te han vetado en los medios de comunicación?
-Claro que sí. En El Mercurio, por ejemplo, estoy vetado por Cristián Zegers, pues dije que él era uno de los autores de El libro blanco de la dictadura y nunca me lo ha perdonado. A fines de los años 90 ciertas personas tenían veto en la televisión, gente como Armando Uribe, Manuel Antonio Garretón, Gabriel Salazar, Tomás Moulián, yo, que en ese entonces estábamos reflexionando una historia bastante crítica de la transición. Eso está comprobado.
-¿Cuál ha sido el mayor costo que has pagado?
-Cuando hay vetos, te marcan. En el pasado, cuando estaba marcado por la derecha, era muy querido por la gente de izquierda, porque yo era esa especie de cuico, esa especie de momio que criticaba la dictadura y la transición. Pero una vez que te marcan, puedes ser marcado para siempre por cualquiera. Y eso es nefasto, pues se genera la idea de que eres una persona difícil, un marginal, un francotirador. Mil veces me han calificado de francotirador, pero la gente que lo hace ni siquiera sabe utilizar el término con propiedad. Cuando me fui de la Universidad Diego Portales —entre que me echaron y me hice echar—, surgió la posibilidad de que me contratara otra universidad privada. Las gestiones las había hecho alguien a mis espaldas. Claro que cuando no resultaron, me contaron cómo había sido todo: en la universidad yo les caía muy bien, no tenían dudas de mis competencias, pero cualquier cosa que pudiese ocurrir conmigo iba a salir en la prensa. Ese era el resquemor. Curioso, ¿no? Ahí me di cuenta de que no podía permanecer en ningún otro lugar que no fuese la Universidad de Chile. Pero al estar marcado, gozas de muy poca movilidad. Y la universidad a la que aludo es totalmente derechista, entonces, imagínate: el veto de derecha todavía sigue en pie.
-En este país los intelectuales no son vistos como sujetos de fiar. ¿Tendrá que ver esto con lo tuyo?
-Efectivamente. Los intelectuales son marcados como gente no confiable. Me acuerdo que una vez le pregunté a Hernán Errázuriz Talavera —que en paz descansa— por qué teníamos los políticos que tenemos. Hernán era un personaje muy divertido, embajador en Londres, abogado de Dodi Al-Fayed, también parece que defendió al Señor de los Cielos, en fin, le hice esa pregunta en la época en que Frei Ruiz-Tagle era presidente. Y me respondió: «Es que él es confiable». Hernán no hablaba solo en función de sí mismo, pues había sido hijo del presidente del Partido Liberal, es decir, lo suyo era un conocimiento adquirido. Hay una cantidad de personas no confiables, pero no hemos sido convincentes en demostrar que somos necesarios (risas). Hemos sido muy torpes en eso: no hemos podido asegurar que, conforme, somos no confiables, pero podemos aportar en otro sentido. Ahora bien, que los intelectuales no sean confiables me parece muy razonable. A los grupos políticos les agradan los intelectuales a sueldo.
-Concederás en que no eres un tipo común dentro del orden de las relaciones profesionales, puesto que, si no eres un francotirador, al menos eres temerario. Y aquí lo que tiende a primar es la componenda más que el ataque.
-Es que no me formé en los patios de los colegios tradicionales chilenos.
-Pero tuviste las mismas ventajas de quienes sí se formaron en los colegios tradicionales.
-Por supuesto. Mis ventajas no son naturales, son sociales. Cuando me echan de alguna universidad, siempre me planteo que debo ser la primera generación de mi familia, en casi cuatrocientos años, que se queda cesante, con una mano por delante
y otra por detrás. Y eso como que no es aceptable, no solo para mí, sino que también para otra gente. Y me ayudan, me socorren. Cada vez que me ha sucedido algo tremendo, se abren al mismo tiempo perspectivas.
-Tú ganaste la beca Presidente de la República que entregaba Pinochet.
-Cuando me planteo por qué la dictadura militar me apoyó con una beca para obtener un doctorado en Oxford, siendo contrario al régimen, siempre concluyo que este país no es tonto, y que incluso la gente de la dictadura militar no era tonta: al existir personas con cierta preparación, simplemente no se puede prescindir de ellas. No es que me esté vanagloriando, pero la verdad es que en ese momento había muy pocos individuos que tenían mi educación. Yo estudié una licenciatura y un máster en cuatro años, en Estados Unidos, eso es bien notable. Lo normal es tardar seis años. Contaba además con una formación en Derecho, donde me había ido muy bien. A ver: postulantes así no se encuentran fácilmente. Alcancé a estar 16 años en una universidad, siendo universitario, que es más o menos lo que estudia un aspirante para convertirse en jesuita. Mira, no me gusta nada lo que piensan algunos de mis alumnos, ni tampoco sus militancias, pero debo reconocer que, si son habilosos, cometes un gravísimo error al perseguirlos. Las primeras veces que tuve dificultades en la universidad, supe decir que si me vetaban, me podía transformar en un Abimael Guzmán. Y creo que el país no quiere eso, hay que tener muchísimo cuidado.
-¿Eres de derecha?
-Sí, soy de derecha, pero ocurre algo curioso: en los años 90 yo siempre decía que era de derecha, pero nadie me creía. Lo notable es que ahora nadie duda que soy de derecha. Y yo no he cambiado (risas).
Exilio interno
La entrevista se desarrolla en la casa del historiador, una construcción de ladrillo ubicada en la comuna de Providencia. Él me recibe en el living, pintado de un elegante celeste pálido, un lugar plácido donde la principal decoración, además de algunos cuadros antiguos cuya procedencia no logro identificar, son los libros y un busto de José Manuel Balmaceda. Jocelyn-Holt es tataranieto del presidente suicida, pero no por ello lo defiende a brazo partido. De hecho, se declara parlamentarista, en oposición a uno de los principales legados de su ancestro, el presidencialismo.
-¿Cuántos libros tienes?
-No sé bien, he hecho cálculos, creo que entre 12 mil y 14 mil ejemplares. Pero Carmona dijo el otro día que tenía 7 mil libros y que valían 254 millones de pesos ¡Los tiene tasados! Sus libros son más caros que una propiedad de la que habló, que vale 80 millones de pesos. Los míos, debo admitir, son más baratitos.
-¿Te refieres a Carlos Carmona, el ex presidente del Tribunal Constitucional y académico de la Universidad de Chile, el que generó la toma feminista en la Facultad de Derecho, la toma que en rigor originó todo el movimiento feminista de nuestros días?
-Ese mismo, el sexual (carcajada). Dijo que tenía 7 mil libros, y, no sé, ha de tener incunabula o ejemplares muy especiales. Mi experiencia con los libros es que cuestan muy caros y nomás sales de la librería valen un tercio. No soy coleccionista de libros, mi biblioteca es estrictamente de uso. Entonces compro libros totalmente rayados, a veces porque son los únicos que encuentro. Y hay lectores que subrayan, incluso con lápiz pasta, que son extraordinarios, es decir, subrayan justo lo que uno debiera subrayar, te hacen la pega.
-Me imagino que en tu biblioteca también hay libros selectos, libros sobre los que siempre vuelves.
-Claro, hay conjuntos de lecturas. Yo me especialicé en Renacimiento italiano en la Universidad Johns Hopkins, por lo tanto para mí es muy importante el tema de los humanistas. El libro de Hans Baron sobre el humanismo cívico, por ejemplo, es crucial. Recuerdo que cuando fui alumno de Mario Góngora, se lo presté. Y cuando me lo devolvió, conversamos largo sobre él. Pero el gran autor, el que me introdujo en todo, fue Jacob Burckhardt. La cultura del Renacimiento en Italia es fundamental.
-A Burckhardt lo citas en tu Historia general de Chile.
-A ciertos autores los cito en todos mis libros.
-¿Tus padres leían?
-Mi madre es muy lectora, aunque curiosamente le gustan mucho las novelas del corazón. Mi padre, que era arquitecto, leía mucho y tenía una pequeña biblioteca dedicada a la arquitectura, que a su vez es la base de todos los libros de arquitectura que yo tengo. Entonces hay una cosa medio edípica ahí.
-¿Tu pasión por la arquitectura viene de él?
-Sí, de él. Y por dibujar también. Llegué a dibujar bastante bien.
-¿Sigues dibujando?
-No. Pero los libros siempre estuvieron presentes. La casa de mi bisabuelo Letelier tenía muchos libros, hartos libros jurídicos. En la casa de mi abuela todavía existían libros de Balmaceda, de la biblioteca que fue saqueada el 91, provenían de ahí, tenían los sellos. Y también en las casas de mis bisabuelas había mucha pintura. En la casa de mi bisabuela Velasco, por ejemplo, había un Dufy, dos Sorolla, un Rousseau, el Aduanero, pero era totalmente realista, debe haber sido uno de los pocos. Había una Venus de Milo bastante buena, un busto de Voltaire (Houdon auténtico), regalado por el embajador de Francia. Y la casa de mi bisabuela Balmaceda estaba llena de estatuas, repleta. Muchos bronces. Parece que algunos habían pertenecido al Presidente. Y pianos que no se tocaban. A esas alturas del juego, ya nadie tocaba el piano. Son mundos bastante potentes para sensibilizarte por la cosa artística. Me venía por todos lados.
-¿Qué otros conjuntos de lecturas te impresionaron?
-Hubo una época en que me dediqué profundamente a la historia intelectual, y ahí fue muy importante el grupo Bloomsbury. Yo quería entender un ambiente colectivo, no solo a una figura. Por supuesto que me interesaban mucho Lytton Strachey y Virginia Woolf. Pero todo lo que se produjo en torno a ellos durante los años 70 y 80 del siglo XX, las biografías colectivas que surgieron de ese grupo, Leon Edel, por ejemplo, o cuando Richard Ellmann se abocó a Oscar Wilde, ese material fue muy relevante para mí, puesto que trataba a una generación, a un grupo.
-¿Te hubiera gustado participar de un colectivo intelectual?
-Siempre tuve el anhelo de que existiera esa especie de colectivo, pero nunca he visto un colectivo en la vida real.
-Eso es un poco triste, ¿no?
-Sí, es triste. En consecuencia, yo trabajo bajo una suerte de exilio interno.
-¿Tu condición de profesor daría para formar grupos?
-Antes podría haberse dado, ya que en otra época el mundo académico era estimulante. Hoy por hoy me sorprendo cuando alguien me sugiere un título que desconozco, y créeme que los anoto. Pero antes me gustaba ser profesor justamente porque los alumnos me entregaban mucho conocimiento, no era solo yo el que impartía. Hoy no es así. Y las conversaciones con otros profesores son nulas. No creo que mi caso sea el único.
-¿En qué va tu Historia general de Chile?
-Está parada, hasta ahora. La escritura, digo, pues todos mis cursos los hago en función de la Historia general. Faltan tres volúmenes, otros tres ya se han publicado. Estoy en el período de la Independencia y de la Revolución Francesa. El próximo volumen me lleva hasta la Generación del 42, el quinto va de 1842 hasta los años 20, y finalmente arribo al siglo pasado.
-¿Hay algún historiador que te inspire para escribir tu historia de Chile?
-Escribir una «historia general» es hacer lo que muchos otros han hecho antes. Nuevamente esto tiene que ver con el Renacimiento: los pintores en el Renacimiento tenían que demostrar cierto tipo de avances para transformarse en maestros. Entonces pintaban predelas, que están en los altares menores, en las que son muy innovadores. Y después van subiendo y pintan santos, hasta que, al final, se gradúan, se titulan haciendo una crucifixión, por ejemplo, o una ascensión de la Virgen, o una serie mural. En Chile existe esta secuencia con los historiadores: todos escriben un libro sobre la Independencia, uno sobre Portales, uno sobre historia contemporánea, y todos terminan escribiendo una «historia general». Yo he seguido la línea al pie de la letra. Al principio no me di cuenta de que lo hacía, pero después caí en que eso es Encina, eso es Barros Arana, eso es Vicuña Mackenna. Todos lo hicieron de alguna u otra manera. En su momento le planteé una crítica a Gabriel Salazar, a quien estimo muchísimo: si seguía escribiendo nada más que del bajo pueblo, de la señora Peta y de la remolienda y demases, no iba a poder entrar en esta especie de canon. Y parece que me encontró razón, porque después escribió un libro sobre Portales y otro sobre la Independencia. Ha ido siguiendo la pauta.
-Tu Historia general de Chile tiene cierto componente imaginativo y audaz que no ha sido bien entendido por todos. ¿Has recibido críticas de tus pares por ello?
-Según algunos, soy un ensayista y no un historiador. El juicio es ridículo, porque ambos acercamientos no son excluyentes. Además, en Chile el género de la historia es el ensayo, el que ha gozado de mayor impacto. Como sea, lo bonito de mi profesión es contar un cuento que todo el mundo sabe, claro que relatado de un modo distinto, de un modo que te permita apreciar y ver cosas que no se habían visto antes. Por eso me entretiene escribir mi Historia general de Chile.
-¿Lees a tus pares?
-La verdad es que, cosa notable, me carga leer historiadores. Por lo demás, los historiadores académicos son un bodrio y no tienen idea de urdir un relato. Tenemos historiadores fenomenales, como Simon Schama, Alexis de Tocqueville, Jacob Burckhardt, Mario Góngora, pero la media del historiador es muy precaria, hay que evitarla. Los historiadores podrían ser audaces, tienen todas las herramientas para serlo. Al escribir uno tiene que darse cuenta de que le estás hablando a un público que es profesional y que es culto, pero no compuesto únicamente por historiadores. Eso es la perdición.
-¿La academia también te detesta?
-No tengo nada que ver con ellos. Aun así, me hacen sentir su rechazo. Ello explica, en parte, por qué me moví al mundo periodístico, en vista de que se cerraban puertas. Pero no los echo de menos, para nada. Nuestra academia produce cada vez más para revistas indexadas que nadie lee. Y sus miembros no escriben libros. Somos contadísimos los que escriben y publican. Y ello genera animadversiones. Estoy vetado en la Facultad de Historia de la Universidad Católica, y eso que no tengo ni el más mínimo interés en hacer clases allí. Estoy vetado en la Universidad de Chile, en la misma facultad donde soy profesor: no formo parte del Departamento de Historia porque tengo veto. Pero son tantos allí los acusados de acoso sexual, que la verdad es que no dan ganas de ser parte de eso (risas). Además, la gente podría pensar por asociación que uno es más sexy de lo que realmente es. En suma, no tengo ningún vínculo formal con el mundo historiográfico. Me invitan a charlas, conferencias, seminarios, pero no asisto.
-Eso con los historiadores chilenos. ¿Lees historiadores contemporáneos de otras nacionalidades?
-Para serte bien franco, leo mucha historia, pero, insisto, no me agrada leer historia. Eso sí, me encantan los historiadores con oficio. Últimamente me sorprendo leyendo historiadores de los años 30, 40, 50 del siglo pasado, historiadores generalistas, muy competentes. Te hablo de esas largas colecciones de períodos completos de la historia francesa, norteamericana o inglesa, que van poco menos que por décadas. Eso es un trabajo de oficio que me atrae muchísimo. Pero lo que más me estimula son los ensayistas y no los historiadores. Aunque evidentemente necesito leer demasiada historia.
Salazar, Góngora, Marx, Žižek
-A la gente le llama la atención tu amistad con Gabriel Salazar, dado que ambos representan extremos opuestos de una misma profesión, él en el flanco marxista y tú en el ala liberal de derecha.
-Gabriel es una persona generosa, tolerante con las opiniones ajenas y para mí es un historiador admirable. Resulta muy necesario tener gente a quien admirar, pues de otro modo te conviertes en un onanista feroz. Es fundamental. Con Gabriel somos historicistas, fuimos formados en una misma línea, y ahí hay un nexo común, que es Mario Góngora, de quien Gabriel fue ayudante. Yo no fui su ayudante, pero a mí él me marcó mucho. Gabriel y yo apreciamos la historia a partir de un sujeto privilegiado —en el caso suyo es el bajo pueblo, en el mío son las elites—, y tratamos de observar el fenómeno desde el interior de su propio contexto, no desde la perspectiva de hoy en día. Así entiendo un poco el historicismo. Lo curioso, dicho sea de paso, es que Gabriel se lleva mucho mejor con gente ubicada en el extremo opuesto de su pensamiento. Recordemos que se tuvo que ir de Humanidades en la Universidad de Chile espantado por las feministas: lo funaron, lo insultaron, incluso algunas de sus exalumnas. Y, bueno, se mandó a cambiar. A mí me parece que la izquierda es demasiado sectaria.
-¿Quedan todavía buenos historiadores marxistas en Chile? Pienso en gente de la talla del fallecido Armando de Ramón, por ejemplo.
-Aquí siempre hemos tenido buenos historiadores marxistas. Y hoy en día, aparte de Gabriel, tenemos a Julio Pinto, que también es muy excepcional. Armando de Ramón y Gabriel Salazar —eran íntimos amigos— armaron este asunto de la historia social, que fue muy importante hasta hace poco. Pero hoy en día se ha desperfilado. Uno piensa que las posturas de derecha son más proclives a desperfilarse, pero es fascinante ver cómo el progresismo pasa por encima de avances progresistas previos. Muy valioso observar un proceso basado en las ansias de figurar, en las ganas de hacerse con parte de la torta, de ocupar el espacio. Aquí no es que queden marginados únicamente los liberales, los moderados, los de derecha, llámalos como tú quieras. Hoy en día es todos contra todos.
-¿Leíste El Capital?
-Me temo que no. Pero El manifiesto comunista lo he leído enésimas veces.
-¿Cómo se juzga a Karl Marx hoy en día?
-Al igual que todas las autoridades intelectuales de peso, tenemos que estar volviendo a él permanentemente, es ineludible. Eso sí, debemos cuidarnos de sus divulgadores, de sus discípulos, de sus acólitos. Yo provengo de una generación en la que se descubrían distintas facetas de Marx, aspectos que no habían sido considerados por la ortodoxia, te hablo «del joven Marx», del Marx que sacaba a relucir Erich Fromm. Y eso era bastante rico. Tengo una muy buena opinión de Marx. Quienes atacan duramente a Marx nunca lo entendieron bien. Cada vez que lo leo, lo encuentro novedoso. Claro que no acepto la dialéctica, pues me parece una sobresimplificación de la historia.
-¿Qué te parece la obra de Slavoj Žižek, el historiador marxista del momento?
-Las partes que logro entender, las encuentro admirables.
-Claro, él recurre demasiado a Lacan, y Lacan es bastante incomprensible, ¿o no?
-A mí Lacan ciertamente me supera. A Žižek me cuesta seguirlo, muchísimo. Hay cosas que he logrado comprender, y las cito, porque encuentro que son como descubrir una perla, un diamante único. Tiene frases muy lúcidas, por cierto, pero es francamente agotador.
Liberalismo: malos entendidos
-¿Qué es ser liberal hoy por hoy en Chile? Te pregunto porque aquí consideran a Mario Vargas Llosa como el ícono del liberalismo contemporáneo, y a mí me parece que él es un personaje anclado en el siglo XX. No es una figura contemporánea.
-Bueno, los anacronismos suelen durar mucho (risas). Imagínate que Vargas Llosa dura más que el Premio Nobel: puede que el Premio Nobel de Literatura se extinga, pero a Vargas Llosa lo vamos a tener el próximo año hablando de derechas cavernarias (carcajada). Lo mejor del famoso último encuentro fue cuando él dijo que apoyaría un golpe militar en Venezuela, pero que ese gobierno fuera cortito (carcajada). Bueno, Eduardo Frei dijo lo mismo en 1973, pensaba que los militares iban a llamar a elecciones en 90 días. No es por defender a Axel Kaiser, pero me da la impresión de que Vargas Llosa no podía hacer una confesión pública de que hay dictaduras buenas, pero cortas. Volvamos mejor a tu pregunta: ¿liberales en Chile? Recuerdo que en los años 90 empezaron a aparecer encuestas en que más del 50 por ciento de los consultados, esto en revistas como Qué Pasa y otras, afirmaban ser liberales, lo cual me parecía muy sospechoso, porque en los años 60 y 70 nadie quería ser liberal. ¿Cómo pudo darse entonces un aggiornamento tan rápido? Era bastante raro. En Chile confunden liberalismo con progresismo. Es muy llamativo que desde los años 60 en adelante aquí no exista ningún progresista que no sea de izquierda. En consecuencia, ser liberal hoy en día significa adherir a una línea progresista en una serie de asuntos, adherir a una agenda. Por ejemplo: si estás a favor del aborto, eres liberal; si estás por no casarte y convivir, eres liberal; si asumes en forma pública una identidad de género o una sexualidad minoritaria, no las heterodoxas, eres liberal. Pero eso no tiene nada que ver con lo que tradicionalmente ha sido el liberalismo.
-¿Ves algún personaje público de nuestros días al que pudieras definir como un liberal de tomo y lomo?
-No, no veo a nadie así por los alrededores. En Chile no hay liberales hoy en día porque la fascinación con el poder y el querer adelantar intereses impide darse cuenta de que lo que le importa al liberalismo de verdad es la limitación del poder, la sospecha del poder.
-¿Ni siquiera algún liberal camuflado en las esferas del columnismo de prensa, de la radio, de la televisión?
-Nadie. Imagínate que un liberal, para ser realmente liberal, tiene que ser bastante ilustrado, y lo que hoy está en juego es el cuestionamiento de la ilustración, entonces si cuestionas la ilustración, ¿cómo no va a estar cuestionado el liberalismo? El liberalismo debe plantearse en términos muy de orden político, porque es estrictamente político.
-Y si se acabó el liberalismo, ¿qué fue lo que lo destruyó?
-Lo que deshizo al liberalismo en Chile fue el positivismo, hacia fines del siglo XIX y principios del XX. Y ese positivismo engendra sectores de izquierda, como el marxismo, sin ir más lejos. Muchas veces se ha señalado, con razón, que el marxismo tuvo tanta acogida en América Latina porque teníamos un pasado positivista muy fuerte. El positivismo es también toda esa línea técnica, tecnocrática, que entra en las lógicas desarrollistas de los años 60. En nuestro caso, la izquierda socialdemócrata, la Democracia Cristiana y luego el neoliberalismo. Hablamos entonces de ingenieros comerciales, de un positivismo con lógicas cercanas a Saint-Simon, según el cual debieran gobernarnos los ingenieros. En Chile se inventó una especie única de ingenieros. Yo soy profesor en Beauchef, la Facultad de Ciencias Físicas y Matemáticas de la Universidad de Chile, y mis alumnos siempre se ríen cuando les pregunto cómo ven a los ingenieros comerciales. Los ingenieros comerciales son un poco raros, pero sin duda son saintsimonianos en esa lógica constructivista, dirigista, y en que todo se mide a través de hechos y utilidades concretas. Son una especie de factismo. Pero no hay que olvidar que mataron al liberalismo y al romanticismo, que, bueno, habrán tenido sus pifias, como todas las ideologías, pero eran más nobles que el positivismo.
-¿Quién fue el gran liberal del siglo XIX chileno?
-Todos lo fueron. Absolutamente todos. Incluso los conservadores. Bilbao, Lastarria, el mismo Bello, que a veces es más conservador, otras veces liberal, Sarmiento, Alberdi, todos los argentinos. Ahí comienza. Realmente ahí comienza el liberalismo. Pero son todos, porque la hegemonía liberal en el siglo XIX es total. Hasta los conservadores pueden ser más liberales que los liberales, por ejemplo en materia económica.
-El neoliberalismo vendría a ser entonces una nomenclatura, pues del liberalismo clásico no parece tener mucho.
-El neoliberalismo es un hijo bastardo del liberalismo y es un liberalismo taquigráfico (bufido irónico), porque abrevia más de la cuenta los asuntos. Es muy económico en su visión del liberalismo. Súper económico. Como que elimina lo fundamental. Mira tú: el neoliberalismo en Chile sostenía que en realidad bastaba con el desarrollo económico para obviar el problema político. Y entonces estallan las protestas sociales del 2011. Esto ya era evidente en la dictadura, y era muy evidente bajo el consensualismo de los años 90. Vaya cuento, ¿no?
-En una de tus columnas propusiste que un paso vital para mejorar las universidades chilenas es un consenso nacional. ¿Es posible hoy en día alcanzar ese consenso?
-Impensable, impensable en un contexto donde la gente cree que hay que repensarlo todo. La maldita costumbre de fundarlo todo. Si la derecha ahora no está en esa parada, se debe únicamente a que durante la dictadura hizo exactamente eso, refundó todo. La derecha fue la primera en demostrar que ese modus operandi era exitoso: uno podía repensar un país desde cero, empezando por el bombardeo a La Moneda, para luego dejar nada más que los muros, pues con todo lo demás se arrasa. He ahí un modelo, que además triunfó.
Y por favor dejémonos de hablar de dictaduras buenas o malas, hablemos mejor de dictaduras exitosas o fracasadas, porque lo que nosotros tuvimos, y esto sí que es real, nos guste o no, y a mí francamente no me gusta, lo que nosotros tuvimos fue una dictadura exitosa, algo que explica muchas cosas. Y entonces la izquierda, que hoy día es gran lectora del nazi Carl Schmitt, dice «esto es papita pa’ Micifuz»: si les fue bien a ellos, ¿por qué no nos va a ir bien a nosotros? Todo bajo un sectarismo brutal. Y vuelvo a mi caso, pues resulta ilustrativo: si hoy día existiesen 20 becas para ir a Oxford con Becas Chile, alguien como yo no la gana.
-Y del neofeminismo actual, ¿qué puedes decir?
-El otro día recibí un correo que informaba de un seminario de historiadoras feministas. Tras leerlo, quedé con la impresión de que no podía asistir ningún hombre. Entiendo que en las asambleas de la toma feminista de la Escuela de Derecho de la Universidad de Chile pusieron vetos como condicionantes de quién podía asistir o no. Estamos frente a un estalinismo y maoísmo muy duro. Y en ese plano no tenemos nada qué hacer.

(*) Alfredo JocelynHolt, historiador, nació en Santiago de Chile en 1955. Hizo sus primeros estudios en la Johns Hopkins University, donde obtuvo una licenciatura en Historia del Arte y un máster en Estudios Humanísticos. Se licenció también en Derecho por la Universidad de Chile. Posteriormente se doctoró en la Universidad de Oxford. Es autor de varios libros, ensayos y, recientemente, publicó el libro La Casa del Museo, que estudia la historia de la casa Yarur Bascuñán, hito de la arquitectura moderna chilena y actual Museo de la Moda.

Fuente:
https://www.revistaatomo.com/es/2018/10/alfredo-jocelyn-holt-historiador/
Fotografías: Pablo Izquierdo.
Cfr.
https://www.latercera.com/la-tercera-pm/noticia/alfredo-jocelyn-holt-esta-nueva-constitucion-esta-viciada-surgira-bajo-amenazas-y-se-remontara-a-actos-terroristas/943701/
https://www.youtube.com/watch?v=kkOS8_nt7ls
https://www.youtube.com/watch?v=LSkgfmNoPsk
https://www.youtube.com/watch?v=pp71H2IV0gU
https://www.youtube.com/watch?v=zqe3LKendi8
En la cuenta facebookeana del historiador Víctor Pineda está la confiable, breve per elocuente crónica del historiador Víctor Pineda sobre la otrora residencia presidencial La Casona: https://facebook.com/victormigpineda

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