viernes, 3 de agosto de 2012

ENTREVISTADURA (1)

EDICIÓN ANIVERSARIA DE EL NACIONAL, Caracas, 3 de Agosto de 2012
MIGUEL OTERO SILVA | 3 DE AGOSTO DE 1986
Periodista a toda prueba
Por Jesús Sanoja Hernández

I.
Simple y llanamente periodista
¡Periodista, ese habitante de los sótanos de la literatura! ¡Periodista, ese novelista de todos los días! ¡Periodista, ese oficiante ante el altar de lo cotidiano y lo trascendente! Miguel, a quien desde ahora quito los apellidos para darle entrada al tuteo con que nos tratábamos fue un periodista de primera fila y en todo momento, a cualquier hora, versátil, apasionado hasta la obsesión.
De Fantoches a Caricaturas
Miguel firmaba como Clemente Votella, desfiguración analógica de Clemente Vautel, autor francés muy de moda en las primeras dos décadas del siglo. Miguel, además del seudónimo Rafael Valentín, parcialmente inspirado en un personaje de La piel de la zapa, de Balzac, usó entonces el de Miotsi, composición de su nombre y apellidos. Justamente, con él firmó su nota sobre Sacco y Vanzetti, revolucionarios llevados a la silla eléctrica en aquel año, después de seis de proceso tendencioso.
Estas notas y artículos de Miguel eran humorísticos, no así sus trabajos para la revista La Universidad y la unigénita Válvula, así con minúscula propia del vanguardismo. Los títulos lo decían todo: “La sífilis”, “Cartas de amor”, “El suicidio quintaesenciado”, “Secreto de familia” y, “Josefina Baker”.
¿Qué escribió en El Imparcial?
Lamentablemente, cuando redacté el prólogo para el tomo sobre “La prensa clandestina y otros documentos” durante la dictadura gomecista, Miguel estaba en Europa y no pude precisar cuáles colaboraciones para El Imparcial, el periódico subterráneo cuya alma fue Andrés Eloy, eran suyas. A mí me resultó difícil determinar las autorías y en el caso de ambos poetas, que fueron a la vez excelentes humoristas, muchísimo más.
Su acción en el destierro
El fracaso del complot del 7 de abril significó el exilio para Miguel y muchos de sus compañeros de generación. A poco, en 1929, Betancourt publicó un panfleto En las huellas de la pezuña, dos de cuyos capítulos fueron escritos o revisados por Miguel. Se distinguen por su precisión en el relato.
En este destierro de más de siete años, Miguel no abandonó el periodismo y participó, por diferentes vías, en Heraldo Obrero, de Barcelona –y en ese trance escribe el prólogo para el libro de Gustavo Machado, El asalto a Curazao– y en The Trinidad Guardian, actividades que prolongará en su segundo destierro, a través de Mundo Obrero, órgano de los trabajadores españoles en la emigración. Hoy vocero de los comunistas cubanos, entonces “socialistas populares”, El Tiempo, de Bogotá, y El Nacional, de México.
En la clandestinidad de 1937
Vana ilusión. Tanto la represión lopecista desatada a raíz de la huelga petrolera de diciembre del 36 como la lucha de facciones en el PDN echarían por la borda aquel ideal de “partido único de las izquierdas”.
Pese a estar incluido en la lista de los 47 venezolanos clasificados como comunistas, Libro Rojo de por medio, Miguel no fue expulsado en el “Flandre”. Pasó algún tiempo en la clandestinidad y luego otra vez en el exilio, Colombia y México mayormente.
Antes de esta nueva expatriación, desde su “concha”, colaboró para La Voz del Estudiante, periódico universitario dirigido por Rafael José Neri y que vino a llenar el vacío dejado por Acción Estudiantil y por la ilegalización de FEV-Op.
Redactores de esta publicación eran Leonardo Ruiz Pineda y Rafael Heredia Peña, quienes escogerían rumbos diferentes.
Miguel apareció entonces como Julio A. Zapata, combinación de Julio Antonio Mella y Emiliano Zapata, dos mártires de su admiración. Versos humorísticos, un artículo sobre el bombardeo de Almería, algo contra La Esfera (La Camaleona) y su poema “Niño campesino” son sus aportes de ese breve período. Por cierto, este último formaba parte de Agua y cauce y se decía en la presentación que circularía muy pronto en México, con prólogo de Juan Marinello.
La prodigiosa década de los 40
El regreso a Venezuela se llenó de proyectos y realizaciones. Es la época de El Morrocoy Azul, Aquí Está…! y El Nacional, entre 1941 y 1943. En el semanario quelónido utilizó muchos recursos de la seudonimia: Morrocuá Descartes, Sherlock Morrow, Morrocoy Sprinter, Lúcido Quelonio y Mickey, cada uno adecuado al género periodístico o a la temática de los trabajos. José Ramón Medina apuntó en el prólogo de Sinfonías tontas que la idea del periódico humorístico le vino a Miguel de El be negre, que había conocido en Barcelona, y Le Canard Enchainé, de París.
Casas muertas: ¿El periodismo mata?
Los amigos de Miguel le repetían innecesariamente que el periodismo se lo estaba tragando. Miguel que, como ya sabemos por confesión suya, no distinguía entre periodismo y literatura, por lo menos en él, cuyas venas recogían afluencias de ambos torrentes, callaba con tanta terquedad como las voces le llegaban a los oídos. Al fin, decidió volver a lo que era uno de sus estados del alma.
La sorpresa fue Casas muertas, escrita en 1954 en esta misma máquina de tecleo, una Smith-Corona que él regaló a Gustavo Machado al mismo tiempo que me traspasaba el Diccionario de sinónimos, con esta advertencia: “Con eso y con la voluntad recobrada nació la novela”. Casas muertas fue bien recibida, pero no marcó distanciamiento de Miguel con el periodismo. El Nacional estaba allí todavía.
II.
MOS, El Nacional y sus inicios
Su pasantía por Aquí Está…! fue interrumpida por la fundación de El Nacional (…). En esta etapa de El Nacional demostró lo que había sido, más que hipótesis de trabajo, tesis periodística de Miguel: la pluralidad de opiniones, la promoción de talentos, la camaradería en redacción y talleres, todo bajo un concepto inviolable de democracia.
Los primeros momentos fueron difíciles, tanto por el espíritu de secta de una parte de AD y la execración del medinismo –de allí sus artículos en defensa de Rafael Vegas–, como por la división de los comunistas y el nacimiento del “partido de la reacción”, Copei. Pero aún así, EL Nacional no se desvió de la idea central de unidad dentro de la pluralidad.
El trienio 1945-48
El trienio 1945-48 fue uno de los más controversiales en lo que va de siglo y creó el espejismo de que la democracia podía sobrevivir en un país de dictaduras sin necesidad de hacer los esfuerzos para consolidar una conciencia unitaria, de defensa del sistema por encima de las divergencias. (…)
Durante todo este período de actividad de Miguel, a más de su presencia vigilante en el diario, se repartió en círculos de opinión, con duros ataques al franquismo, exaltación de Neruda y condena a sus perseguidores, visión lúcida de la chusma de Gaitán –asesinado en Bogotá, en la antesala de una guerra civil–, apreciaciones acerca de la política cubana y, por supuesto, juicios sobre la venezolana (…).
Bajo la dictadura
Poco antes del golpe de noviembre, Miguel entrevistó, en forma relampagueante, a Gallegos, quien no parecía darse cuenta de lo que venía. El Nacional pasó desde ese día por diversas formas de amenazas y presiones y hasta por cortas suspensiones. Arístides bastidas, a poco de caer la dictadura, contó esa historia que no voy a repetir.
Hasta las manchetas, esa fórmula peculiar de expresión editorial, desaparecieron por algún tiempo. Pero no cedió el periódico en su amplitud, dándole acogida a los desterrados y perseguidos, no sólo de Venezuela, sino de América y hasta de España.
Por Cuba, Guillén, Marinello. Chile, Pablo Neruda. España, la elite republicana, y México, Pedro Beroes.
El director saliente…
Estos años que van del 58 al 63 fueron de renacer vivificante de las manchetas y de prueba para un periodismo empresarial (…).
Casi dos años resistió EL Nacional la campaña cuyo propósito era lograr la quiebra del periódico o su sumisión. Finalmente Miguel entregó la dirección a Raúl Valera, quien en su artículo “Recado al director saliente”, fijó posición: “Un hombre alto, cargado de espaldas, en mangas de camisa, con profundas entradas pensativas, recoge en silencio libros, –muchos libros– papeles, pequeños objetos (…) Pero este no es sólo su puesto, sino su casa, su obra y en ella está la huella de su padre que la levantó y la puso a vivir. El diario es su hermano y a la vez su hijo”.
Los cincuenta años en el oficio
En 1976 fueron sus cincuenta años en el periodismo que él festejó de diversos modos, uno de ellos el de meter en la edición de El Nacional del 29 de septiembre diecinueve trabajos suyos, desde el editorial hasta un artículo de farándula sobre la TV, desde una crónica de deportiva sobre la Serie Mundial hasta otra sobre el Hipódromo de Caracas, desde una evocación en página de sociales, la de Carmen Elena de las Casas, hasta las candidaturas presidenciales, desde notas de página roja, hasta una entrevista al inencontrable a Rafael Cadenas.
Fin en agosto
Renovador por naturaleza, Miguel gozaba con las ediciones extraordinarias y en muchas de ellas puso alma y corazón, como la dedicada a los cinco siglos de historia de Venezuela a través de El Nacional, en las que Oscar Guaramato, uno de los seres que más quiso, y yo ayudamos en el trabajo de orfebrería y de picardía. Su esfuerzo póstumo en este sentido fue la edición dedicada al humorismo, cuya coordinación entregó a Ildemaro Torres.
También la creación de cuerpos en el periódico, que juntaran armónicamente lo que el caos de la diagramación y del temario desordenaba, lo apasionaba. A cada rato inventaba y reinventaba, en ensayos las más de las veces perdurables.
III.
Cuando El Nacional empezó a exigir dedicación completa, la biografía de Miguel se confunde con la de este diario que nació bajo estrella machadiana, haciéndose cada día un camino que no está predestinado.
En las ediciones de aquel 1943 trató los más variados temas como Mussolini en su ocaso de farsante, el fascismo y los periodistas venezolanos, el gobierno de Medina, el signo estético de gallegos, el asesinato de Juancho Gómez. En las de 1944 analizó el manifiesto de la “generación del 28”, las muertes de Job Pim y Antonio Saavedra –dos humoristas excepcionales–, los trucos electorales de Franco Quijano, la juventud de Monsanto y Cabré, el sentido universal de España y la necesidad de la unidad popular, lo que le trajo choques muy polémicos con Betancourt y Valmore Rodríguez.
El gobierno de Medina estaba a punto de ser derrocado.
Dificultades en la democracia
En 1957 fue su debate con Alejandro Otero, a quien mucho estimaba pero con quien divergía en materia de pintura. Fue la famosa polémica sobre el arte abstracto, casi paralela a la que sostenían sobre el “concepto de universidad” Mayz Ballenilla y Humberto Cuenca.
De pronto los sucesos de 1958 se precipitaron. En El Nacional el documento de los intelectuales recibió el bautismo mientras el periódico, como otros, se preparaba para la huelga de prensa del 21 de enero, anuncio de la huelga general contra la dictadura. Conocida es la lista de los periodistas y dueños de periódicos que fueron entonces a prisión.
El día auroral, Miguel escribió el artículo “Después del 23 de Enero. Y vino otra etapa como director que habría de concluir en 1963, cuando la arremetida de la OLA, una organización de sospechosa identidad que le cobraba su actitud ante Cuba y ante la izquierda, lo puso fuera y junto con él a Alfredo Conde Jahn, Díaz Rangel, Guaramato, el Gocho Guerrero, Carlos Lezama.
Ya Miguel había ganado el Premio Nacional de Periodismo, en 1960, y escrito Oficina Nº 1, en 1961, novela importantísima porque en ella, mucho más que en Casa muertas, utilizó la investigación periodística en la provincia y con testigos provenientes, en su mayoría, de la clase obrera.
“Papeles”, Aureliano Buendía
En los mismo días que circulaba semiclandestinamente Las celestiales, era lanzado el “Manifiestos de los 59”, cuya redacción fue obra de él y José Ramón Medina, y cuya finalidad era lograr un acuerdo honroso entre la izquierda en armas y el gobierno dispuesto a reprimirla por todos los medios. Lamentablemente aquello, resultó un fracaso.
La vuelta a la literatura lo entusiasmó más aún cuando estalló el llamado “boom” latinoamericano. Miguel había ideado la revista Papeles, a cuyo frente el Ateneo colocó a Ludovico Silva. Cercanas las elecciones del 68, Violeta Roffé nos reclutó a varios ilusos para fundar la revista Cambio y consiguió de Miguel respaldo económico y periodístico.
Miguel estaba con la unidad, que no se dio sino fragmentaria, a través del Frente de la Victoria. Trabajó por ella con tesón y acudió a otro seudónimo, no el Martín Fierro de los años cuarenta, sino el Aureliano Buendía que García Márquez había lanzado al mercado mágico de América. Recuerdo que defendió el triunfo de Belaúnde Ferry –luego depuesto por los militares terceristas– y que eso fue motivo para que lo atacaran quienes eran sus enemigos y lo eran, a la vez, de la fórmula frentista.
Un proyecto irrealizado
En el cruce de los 60 con los 70, cuando se creó el MAS y había una enorme ebullición ideológica, me acosó con un proyecto en el que sé que estaba incluido preferencialmente Heberto Castro Pimentel y por escogencia atinada Adriano González León, quien acababa de obtener el premio Seix Barral. También tenía anotado en la lista de Manuel Espinoza, a quien había recomendado yo para suceder a Ludovico, en vista de que yo no podía hacerlo. Dos veces me escribió desde Italia para poner en acción este semanario de nuevo tipo, con “grandes firmas”, incluso del exterior, pero dos obstáculos se atravesaron: la consecución de un buen administrador-publicista y el clima de perturbación política e ideológica que se había cernido sobre los grupos intelectuales que en los años 60 habían actuado homogéneamente.
Mirada hacia adentro
Nada se pudo, no obstante que Miguel tenía apartado el dinero para esta empresa. En 1975, agosto, cuado viajamos a Perú para recoger él material sobre Lope de Aguirre –la mayor de sus investigaciones periodísticas, pues también estuvo en Margarita y en el país vasco– la idea del semanario la había conversado con Tomás Eloy Martínez y tenía ya dimensión continental, pero tampoco pudo lograrse nada y ya, en realidad, el plan de la edición de El Nacional en Maracaibo lo obsesionaba.



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