miércoles, 9 de mayo de 2012

LA OTRA HUÍDA

Huyendo de Caracas
Francisco Gámez Arcaya  
Martes, 08 de Mayo de 2012 

Ante la inminente llegada de Boves a Caracas, una apurada caravana de vecinos, con sus rostros de terror y tristeza, dejaban todo a sus espaldas en julio de 1814. Eran veinte mil personas las que salieron rumbo al oriente del país. Su equipaje consistía en lo que sus fuerzas les permitían cargar. El camino, si es que a eso se le podía llamar como tal, era larguísimo y peligroso. Debían recorrerlo a pie. Los quejidos inocentes de los niños eran el único sonido que emanaba de ahí. Hasta el imponente Ávila parecía guardar luto. Incluso los enfermos salieron gateando de los hospitales para huir de la sed sangrienta de Boves. Esos fueron los primeros muertos en el camino. Sus familiares los lloraban, pero los dejaban atrás ante el peligro de retrasar el escape por perder tiempo en un entierro digno.

Al llegar a Chacao seguían a Petare, luego a Guarenas. Miedo y sudor fueron los signos iniciales de la huida. En Guarenas se encuentran con el Libertador. Su derrotado ejército cuidaba la retaguardia de la caravana. De Guarenas hacia las montañas de Capaya y de ahí hacia el calor de la costa.

Pasan las semanas y el grupo se hace cada día más pequeño. Los ancianos han fallecido, quedan pocos enfermos con vida y ya la muerte de varios niños ha dejado a sus familias bañadas en llanto. Mientras más avanzan, más dependen de las frutas del camino. Cuando entran a Barcelona, los paupérrimos sobrevivientes sienten que han entrado al cielo. Unos siguieron hacia Cumaná, otros a las Antillas, otros esperaron el ansiado momento del regreso, que efectivamente llegó. De los veinte mil que salieron de Caracas, llegaron menos de siete mil. Trece mil caraqueños dejaron sus cuerpos sin vida tendidos en el camino, víctimas del hambre, la enfermedad, devorados por fieras o asesinados por seguidores de Boves.

Mientras tanto, Boves entraba a Caracas. Llegaba de Valencia, donde días atrás, luego de ocuparla, acabó con la vida de todos los blancos de la ciudad. Llegó a Caracas montado en su caballo negro, arrastrando su pestilente odio. Sin embargo, a su llegada, Boves encuentra solamente el eco de las pisadas de sus caballos y los ladridos babosos de sus soldados. Los caraqueños habían huido.

En estos tiempos, nos ha tocado conocer el dolor del adiós, la despedida del amigo, del hermano, del hijo que se va de su tierra. Las situaciones corporales no son tan extremas como en aquella emigración a oriente de hace casi doscientos años. Ahora las tristes caravanas van vía el aeropuerto. Silentes ven por la ventana el mismo Ávila que vuelve a estar de luto ante la partida. Dejan atrás familia, amigos, vecinos. Dejan su pasado para aventurarse a lo desconocido. Su presente no les da para más. Su país se convierte para muchos en un lugar hostil donde la inseguridad mata por nada y el talento se castiga desde el poder sino viene acompañado de la adulancia y la sumisión. Dejan atrás su acento y hasta su idioma, la comida que los nutrió de niños y los lugares donde se construyeron sus recuerdos. Hoy muchos han tenido que huir como entonces. Pronto vendrán los tiempos del reencuentro.

Fuente: http://opinionynoticias.com/opinionpolitica/11725-huyendo-de-caracas

CIUDAD CARACAS, 9 de Mayo de 2012
LETRA INSURRECTA/ Demasiado idos
ROSA ELENA PÉREZ MENDOZA

En un texto titulado “Problemas de la juventud venezolana” del libro editado por Biblioteca Ayacucho Ideario político, su autor, Mario Briceño Iragorry, responde a la inquietud que un incrédulo joven universitario caraqueño le plantea en torno a la juventud venezolana, al comentarle: “Sombras tomadas del sopor del opio y de la marihuana parecen la mayoría de los estudiantes que hoy acuden a los tristes claustros universitarios”. A esto, responde Iragorry con un conjunto de ideas en torno a la crisis universitaria que el país vivía durante el perezjimenismo, diciendo: “Yo, particularmente, tengo fe en esa juventud y tengo fe, también, en la juventud que parece tomada de los estupefactivos, a causa de faltarle centro de gravedad hacia donde graviten racionalmente sus voliciones y sus pensamientos. Bien sé que no por causa suya carecen los jóvenes de puntos para la referencia creadora, sino por culpa de las generaciones que los hemos precedido en el orden del tiempo”.

Sirva la reflexión para comprender lo que los venezolanos vimos en días pasados en el video colgado en youtube titulado “Caracas, ciudad de despedidas”, hecho por unos chicos veinteañeros como un trabajo para una universidad privada y donde expresan nefastas opiniones sobre nuestra ciudad y sobre los venezolanos. No se trata de justificar lo que de modo errático y disperso dicen estos muchachos, pues muchas de las afirmaciones allí emitidas resultan del todo condenables por lo profundamente ofensivas que son para nuestro pueblo debido al menosprecio con que éste es visto. Se trata de entender que estos chicos manifestaron con torpeza, inconsistencia y mucha inconciencia, ideas y sentimientos inculcados por un estamento político, económico y social elitesco y que está conformado por familias, amistades, instancias educativas e instituciones políticas, culturales y económicas venezolanas que portan estas ideas sin proclamarlas abiertamente, pero practicándolas y, sobre todo, modelándolas a generaciones que adoptan estas premisas sin cuestionarlas ni contrastarlas con otras ideas por la condición de estanco casi impenetrable que este estrato social medio-alto conforma. Los valores que dominan a esta clase social son los que afloran en el discurso balbuceante de estos tristemente célebres muchachos que seguro –por demasiado idos– no imaginaban el rechazo que recibirían una vez hecho público el video en las redes sociales.

¡Vaya sorpresa la que les dio el pueblo con la repulsión masiva expresada por redes y medios! Allí brotó la dignidad y conciencia de un pueblo maduro, el que tanto anheló Don Mario.

EL UNIVERSAL, Caracas, 9 de Mayo de 2012
A despedirse de las despedidas
A lo que actualmente estamos sometidos es, sinceramente, demasiado
ANTONIO COVA MADURO 

La Caracas que se va, o que en algún momento ha manoseado la posibilidad de fugarse, se ha visto conmocionada con el video que unos jóvenes pusieron en la red. Como era de esperarse de un pueblo tan conversador, hasta podríamos decir, tan cotorrero, el video ha suscitado reacciones de todo tipo, unas más legibles que otras, mostrando con ello cuán variados somos.

Hay algunas frases que han permanecido más en la memoria que otras, aunque es posible que la más afortunada -en términos de su permanencia en la memoria, no en el de sintaxis- es la que pronuncia el joven Paúl, de pelo largo, cuando afirma: "Sí me iría. Me iría demasiado". Esa bastó para desatar las burlas de muchos que vieron el video.

Es lamentable que no se detuviesen en el adverbio de cantidad, porque, de hacerlo, tanto quien lo pronunciara como quienes han abundado en la crítica advertirían que fue el "tragarse" un verbo lo que dañó la idea ("Sí me iría. Es demasiado.) que, en sí misma, posee gran fuerza.

Pero hay más. Como ya dijimos, el DRAE propone una segunda acepción del término. Según éste, "Demasiado" se refiere también a "aquel que dice con libertad lo que siente", y en eso lo que muestra el video es totalmente fidedigno. Hecha esa salvedad, nos queda abundar en el primer significado: a lo que actualmente estamos sometidos es, sinceramente, demasiado.

Hay, en efecto, tanto en demasía en la Venezuela actual que mucha gente siente que ya llegó a su límite. Lo malo es que crean que ese límite sólo se vive en su país (porque es su país, y ellos lo repiten a cada rato) y no en dondequiera que vayan. Es más, creer que sólo aquí hay despedidas es cegarse a las que en estos momentos tienen lugar en otras partes. La de quienes con ilusión emigraron a España buscando su "Dorado" hoy se apiñan en las puertas de salida en sus aeropuertos.

La despedida, por otra parte, nunca debe olvidar la contrapartida: la llegada. Se trata de si nos esperan, y si esa espera inspira afecto o temor en quienes nos reciben. Por lo que vamos oyendo, cada vez más ni nosotros ni los inmigrantes en general son bien recibidos en parte alguna. Ya muchas sociedades tienen lleno su cupo de problemas como para compartirlo con nosotros.

Si cada vez más la recepción será menos amable, es obvio que ya no podríamos ilusionarnos con lo bello y bueno que nos espera. Y eso, obviamente, terminará imponiéndonos una tarea impostergable: quedarse aquí y transformar esto en lo que ilusamente nos atrae de afuera. Que eso es posible lo prueban ejemplos como los de Chile, o Argentina, o Colombia en años recientes.

Pero también lo prueba lo que ya los venezolanos conseguimos en el pasado: con la ayuda del petróleo logramos transformar el horror que fuimos en el siglo XIX en el país pacífico del que nadie, en la segunda mitad del siglo XX, imaginaba escapar.

Y es ahora cuando vale la pena darle otro sentido al título del video: despedidas. Parecería, en efecto, que ya es hora que los venezolanos se despidieran de las cosas que nos trajeron a la situación que nos espanta, la cual es innegable tiene mucho de lo que nosotros mismo hemos hecho, o... dejado de hacer. Nada lo muestra mejor que las explicaciones que las madres de clase media se dan para consolarse: "Prefiero que se vayan a que de continuo corran los riesgos que asumimos por quedarnos aquí".

Ha llegado, pues, el momento de hacer lo que les tocó a los alemanes a partir de 1945, o a los surcoreanos cuando por fin concluyó la guerra que tanta desolación causó. Pero también ha llegado el momento de darnos cuenta de una vez por todas de la otra despedida que se va realizando ante nuestros ojos atónitos: la del régimen y su cabecilla.

Con un líder entregado a su enfermedad, la misma que pareciera vino a cumplir un determinado cometido y así lo hará, y con una parálisis que de esa postración se deriva, todo apunta al final del régimen. Ya lo dijo Chávez: vuelvo a Cuba para la etapa final. No se dio cuenta de que ese final ya comenzó y no precisamente en Cuba, aunque a lo mejor por causa de Cuba. Por lo demás, la desaparición de este régimen arrastrará al de allá. ¡Aleluya!

Por fin, después de estos años de la catástrofe que tan ligeramente asumimos en 1998, su final se acerca raudo y eso debemos afrontarlo desde aquí, en colectivo, como en las tristes despedidas de hoy; no con lágrimas en mundos que ni son nuestros, ni jamás lo serán. Despidámonos, entonces, de las despedidas, o mejor, despidamos de una buena vez a todo lo que nos ha paralizado y perturbado.



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