domingo, 9 de enero de 2011

hijos, discípulos, templos, miembros


NOTITARDE, Valencia, 9 de Enero de 2011
El bautismo de El Señor (Mt. 3,13-17)
Pbro. Lic. Joel de Jesús Núñez Flautes

Celebramos hoy la fiesta del Bautismo de Nuestro Señor Jesucristo, con lo cual cerramos el tiempo de Navidad. Esta fiesta nos relata el acontecimiento que sucedió a las orillas del Jordán, cuando Jesús fue bautizado por Juan y se destaca los hechos maravillosos que ocurrieron en ese momento, con lo cual se pone de manifiesto que el tiempo mesiánico está presente y ha sido inaugurado en la persona de Jesús, el Cristo. El bautismo representa una nueva manifestación de Jesús al pueblo de Israel, ya que antes, en su nacimiento, se había presentado a Israel y al mundo en su epifanía. En ese día se manifestaba a los reyes magos, al pueblo de Israel y al mundo entero como el "rey de los judíos" y el Mesías Salvador anunciado por los profetas. Ahora, al comenzar su ministerio y vida pública en Israel, a través de su bautismo es proclamado ante el pueblo judío, como el Hijo de Dios en carne mortal. Jesús se manifiesta como el Ungido, el Mesías o Cristo, el Hijo de Dios, el Señor que vencerá a la muerte y el pecado con su resurrección, el Salvador de toda la humanidad. Pues su bautismo no es un bautismo de conversión, ya que Él es igual a nosotros menos en el pecado, sino que anuncia su Pasión, Muerte y Resurrección (Hb.4,15).

El bautismo de Jesús es narrado por los tres evangelios sinópticos (Mateo, Marcos y Lucas), pero no por Juan que implícitamente lo supone (1, 29-34). Así el bautismo de Jesús representa un acontecimiento histórico y al mismo tiempo una profesión de fe de las primeras comunidades cristianas que contemplan a Jesús como el Hijo de Dios encarnado y los evangelistas con el lenguaje apocalíptico y el estilo de las grandes manifestaciones de Dios en la historia, presentan y dan relieve a la fe de aquellos que siguieron a Jesús y creyeron en sus palabras y acciones y que a la luz de la resurrección comprendieron en plenitud.

El bautismo de Juan era un bautismo penitencial y preanunciaba el bautismo cristiano que otorga la dignidad de Hijo de Dios y el don del Espíritu Santo a quien lo recibe. En efecto, el acontecimiento que sucede en el Jordán pone ya de manifiesto la presencia de la Trinidad (El Padre, el Hijo y El Espíritu Santo), ese Dios Uno y Trino manifestado y revelado en Cristo y por el que ahora y en su nombre serán bautizados muchos.

Al Jesús solicitar el bautismo a Juan está reconociendo entre otras cosas su autoridad moral y su autoridad profética, aquella de ser el precursor del Señor y quien señalaría al Mesías entre los hombres.

En el Bautismo de Jesús Dios se manifiesta a los hombres, el Padre habla y presenta la alta investidura de aquel hombre Jesús que el pueblo contempla, el cual no es un simple hombre, sino el Hijo de Dios enviado a anunciar la buena noticia de la salvación a toda la humanidad. El Espíritu Santo se posa sobre Él como señal de su habitual permanencia y como garantía que los tiempos mesiánicos han sido inaugurados y que queda superado el bautismo de Juan y ahora bajo el signo del agua recibirán los hombres el don del Espíritu Santo.

Nosotros hemos sido bautizados en el nombre de la Trinidad, hemos recibido el Espíritu Santo de Dios, con lo cual hemos sido convertidos en hijos de Dios; estamos sellados por su amor y gracia. El bautismo nos recuerda que debemos morir al pecado y vivir en la condición de hijos amados de Dios y al mismo tiempo nos recuerda nuestra misión en el mundo; al estilo de Jesús. Para esta urgente, necesaria y difícil tarea Dios nos fortalece con su Espíritu Santo para poder manifestar al mundo el camino que conduce a la felicidad plena y a la vida eterna.

Nuestro bautismo es un signo de la predilección de Dios, de su amor por nosotros, no es una carga, sino un don que nos garantiza la amistad y estrecha vinculación con el Dios amor revelado en Cristo. Por eso, nuestra respuesta tiene que ser una respuesta de amor a Dios y a toda la Iglesia, a toda la comunidad de bautizados, nuestros hermanos, especialmente los más pobres.

Por el bautismo somos Hijos de Dios, discípulos de Jesucristo, templos del Espíritu Santo y miembros de la gran familia de la Iglesia Católica, como siempre lo recuerda el Cardenal Urosa.

Ida y retorno: oremos por nuestros obispos que están reunidos en Asamblea Ordinaria para que la luz del Espíritu Santo les ilumine y puedan seguir guiando al pueblo de Dios a ellos encomendado y puedan orientarlo en estos momentos difíciles que vive nuestra patria. Que la Iglesia siga siendo en medio del mundo ese faro de luz que indica a los hombres donde se encuentra el camino que conduce a la salvación.

La próxima semana hablaré sobre el tema del aborto y el por qué la Iglesia se opone a ello, respondiendo así a varias preguntas que algunos de mis lectores me han realizado sobre el tema. Adelanto que Dios es un Dios de vida y el ser humano tiene una gran dignidad que comienza desde el mismo momento de la concepción. Todos tenemos derecho a vivir, esto es fundamental.

Ilustración: http://www.creativeexchange.org.uk/deirdre.html

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