Luis Barragán
Uno de los rasgos más acusados de la masiva represión de 2017, impreso en la memoria que no ha de desaparecer, fue y es todavía el de los actos vandálicos de las fuerzas represivas. Cualquier ocasión se hizo y hace propicia para robarle, antes de la consabida zarandeada, las pertenencias personales a una víctima – preferiblemente solitaria – asediada por un número desproporcionado de agentes y armas.
Lumpen-proletarizado el país por la dictadura socialista, nada extraña el fenómeno recurrente ante la resistencia de una ciudadanía decidida a no aceptarlo y, menos, asimilarlo. La cultura del saqueo opera desde un taquillero que inventa un requisito adicional para el trámite de un documento, pasando por el policía que persigue y atrapa al ladrón para desvalijarlo, hasta llegar a la industria petrolera, quebrándola literalmente.
En febrero próximo pasado, los parlamentarios hicimos una penosa, larga y peligrosa travesía hacia el Táchira de la cual, abundantemente, se ocuparon los medios. El propósito no es el de volver al consabido relato, sino el de reparar en un detalle ocurrido en el túnel de La Cabrera que no deseamos perder en el copioso bosque de los testimonios.
La Guardia Nacional trató de impedir el paso de los diputados y fueron varias las escaramuzas libradas, aunque – en una de ellas – observamos la particular lidia del diputado Arnoldo Benítez y de la Lic. Roselina Rosales, asistente del diputado Cheo Hernández, contra efectivos un poco más enfurecidos que intentaban atravesar un tubo de barrera. Caldeados al extremo los ánimos, observamos que la periodista insistió aguerridamente con un soldado que le había – simplemente – arrebatado el móvil celular.

15/04/2019:
http://www.opinionynoticias.com/opinionpolitica/34708-barragan-l
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