Luis Barragán
Evidentemente, hay una cacería de jóvenes que, por tales, incurren en un delito. Deseando reforzar el imaginario social de los sesenta, particularmente el insurreccional, parece inevitable para el régimen contrabandear y arrastrar la lejana circunstancia que se tradujo en una consigna de la difícil década, emblematizada - entre otros - por el llamado Poder Joven.
Un morral robusto o delgado, zapatos deportivos y bluyín, añadido el rostro de la adolescencia que pugnan por dejar, ofrecen el estereotipo adecuado que el represor cree una inspirada y acabada percepción policial del brutal represor, ahora, desinhibidamente morboso. Empero, es cierto, hasta los llamados adultos contemporáneos resultan candidatos ideales para la aviesa aprehensión, incorporándose ya los abuelos sobre quienes recae la sospecha del auxilio logístico y financiero al estirar las normas vigentes sobre terrorismo o delincuencia organizada.

La inicial constatación es la de un desproporcionado abuso de la fuerza represiva bajo la responsabilidad de un componente castrense, aunado al empleo de los llamados colectivos. Fernando Falcón, una autoridad en la materia, a propósito de una de las faenas represivas de Altamira, comentaba el 17 de marzo del presente año: “Un batallón tiene un efectivo de 600 a 700 hombres y un frente de combate aproximado de 3.200 mts. No encuentro explicación a 661 efectivos de tropa para 400mts.” (https://www.facebook.com/fernandofalconv?fref=ts).

Fotografías:
Carlos Becerra / Amnesty International
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