De la autoridad moral
Luis Barragán
Difíciles e indeseables son las circunstancias que explican al país, sumergidos en una crisis emblematizada por la inseguridad personal. Somos una sociedad literalmente de sobrevivientes, en la que hay más balas que insumos básicos.
Lo peor es la insinceridad galáctica del gobierno, pues, creyéndose relevado de responsabilidades, prácticamente culpa a la población. E, intentando esconder las realidades, decide un bloqueo informativo defendido con torpeza descarada en los propios medios internacionales.
Suprimida la sesión especial de la Asamblea Nacional en Ciudad Bolívar, invirtió sus mejores esfuerzos en el sabatino mitin de la Avenida Bolívar, por cierto, escasamente concurrido, pues, amén de las fotografías expuestas en las redes sociales, la transmisión televisiva privilegió los planos cerrados y, al abrirse, la distancia revelaba el curioso movimiento de las personas. Faltando poco, en un país enlutado, el colorido y los motivos de la tarima central parecían diseñados por NiFu-NiFa, remitiéndonos a un suplemento de historietas.
Huelga comentar lo referido por Nicolás Maduro, cuyos discursos, gestos y desplantes son predecibles. Importa subrayar la falta de autoridad moral para ofender a un país que ha sabido y experimentado el terrorismo de Estado, ejercido a través de los conocidos grupos irregulares.
Desgarran sus impecables vestiduras, clamando a los cielos por la aparición de los encapuchados. No los justificamos, pero jamás podrán desmentir que la capucha fue una herramienta consuetudinaria que emplearon hasta el cansancio – incluso - para reclamar la banal suspensión de clases, en la vecindad de una fecha carnestolenda, en décadas pasadas.
Décadas en las que hubo sendos dispositivos institucionales, ahora severamente lesionados, para expresar y canalizar las demandas sociales, como los cuerpos edilicios y parlamentarios, una prensa libre e independiente y los partidos que pocas veces tramitaban sus diferencias en los estrados judiciales. A modo de ilustración, no parece una casualidad que, desde 1999, el Instituto Pedagógico de Caracas no sea el escenario de los desórdenes semanales que antes colmaban la avenida Páez de El Paraíso, en Caracas, a pesar de la consternación que produjo el reciente homicidio de un profesor de esa casa de estudios.
Fracasado el llamado Plan Patria Segura, hoy supuestamente subsumido en el de Pacificación, no logramos hallar una explicación convincente, porque – esta vez – el pacificador es un Estado impotente frente al delito que, además de levantar una legítima desconfianza, es el que no ha cumplido con el elemental deber de resguardar la vida e integridad de todos los habitantes del país, más allá de los que tienen la suerte y el privilegio de contar con sendas escoltas. Y está muy alejado de la importancia, significación y éxito de la Política de Pacificación de finales de los sesenta y principios de los setenta, que permitió la reincorporación a la vida del país de los sectores derrotados en la consabida lucha armada.
Nos permitimos añadir que la derrota política, electoral y militar de la insurrección castrista, no impidió la terquedad de una fórmula comprobadamente suicida, después de los decisivos y elocuentes comicios de 1963, aún con la propia Política de Pacificación. Hipotéticamente, fueron las bonanzas petroleras las que minimizaron la estridencia ultraizquierdista en Venezuela, reaparecida con una decadencia que llevó al poder a grupos que, por una parte, paradójicamente despilfarraron la inédita como extraordinaria renta alcanzada en esta centuria; y, por la otra, forzándonos a un absurdo imaginario social, sintiéndose los guerrilleros del siglo pasado, los alarma y acobarda hasta el ruido de las cosas al caer.
Las vestiduras no están lo suficiente e histéricamente desgarradas, si no denuncian la existencia de un golpe y del golpismo, así fuesen protagonistas de las dos intentonas de 1992. Éstas, constantemente reivindicadas bajo el eufemismo de una rebelión, dice moralmente autorizarlos para la denuncia de una conspiración que no prueban ni parecen interesados en probar, contentándolos el escándalo.
El gobierno está desabastecido de imaginación política, reinventando un lenguaje que enmascare su terrible inmoralidad. Y lo que ya está deshaciéndose en estos días, precisamente limitado, es ese lenguaje.
http://opinionynoticias.com/opinionpolitica/18287-de-la-autoridad-moral
Fotografías: La primera (LB), tomada en la planta baja baja de un edificio de Colinas de Bello Monte (Caracas, 15/02/14). De clara caligrafía, un vecino informa a la comunidad del saldo trágico del día. Luego, tomas a la transmisión del mitin de Nicolás Maduro. Finalmente, vista parcial de una reseña de El Nacional, Caracas, 1969.
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