Luis Barragán
Durante la reciente y brevísima campaña electoral, Nicolás Maduro prometió o anunció la creación de una suerte de servicio secreto para solventar el problema de la corrupción. Significa el inevitable reconocimiento del problema y del correlativo fracaso de los organismos policiales, que – paradójicamente – lo convierten en un iluminado, como si fuese extraño a un gobierno que lleva catorce años continuos.
La sola victoria del llamado chavismo en 1998, dijo liquidar un fenómeno que se creyó exclusivo de los elencos políticos derrotados. Y, frente a otros problemas urgentes, la corrupción ha perdido hoy el calibre político que un día ostentó para zanjar nuestras diferencias, trastocada en nefasta cultura de sus inadvertidas perfecciones.
Los organismos especializados, no logran averiguar suficientemente los hechos y perseguir a sus beneficiarios, como ya no evitan – nada más y nada menos - el alto índice de homicidios. Varias veces reorganizados, levantan las naturales sospechas de una insólita complicidad, que se une a varias circunstancias: entre otras, es el Estado el que dispuso de más de un billón de dólares acumulados por estos años, monopolizados los ingresos petroleros; es el gobierno el que no permite una comisión parlamentaria de contraloría, en manos de la oposición; es el partido oficialista el que celebra y aprueba complaciente, las infaltables solicitudes de créditos adicionales de más difícil control, bloqueando todas las investigaciones, por más evidentes que se hagan las toneladas putrefactas de alimentos.

Después de concentrar el poder como pocas veces ha ocurrido en nuestro historial republicano, y quizá por ello, la corrupción sigue tan campante y – es válida la sospecha – apenas exhibe la punta de un iceberg que mantiene distante a la prensa. Un servicio secreto, sin control parlamentario alguno, dependiente de la inicial preocupación y segura e interesada descomposición de los fines ideados por la jefatura ejecutiva, servirá para la prioritaria persecución política y hasta la invención de delitos donde no los hay, formalizando la sociedad de delatores y aproximándonos al rol que jugaron en la Europa del Este, por decir lo menos.
Presumimos que todo gobierno emprende tareas confidenciales que le ayudan a ensayar los más urgentes correctivos, pero – sistematizándolas y consagrándolas – nos familiarizan demasiado con aquellas dictaduras que, como la de Juan Vicente Gómez, a guisa de ilustración, las emplearon para arrodillar a sus oponentes y, lo que es peor, chantajearlos. Y, todo, bajo la amable y distendida escenografía de sus más sobrios actos de Estado.
http://opinionynoticias.com/opinionpolitica/14828-del-servicio-secreto
Ilustración: Rodney Smith.
Fotografía: El Nuevo Diario, Caracas, 22/07/1923.
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