jueves, 6 de diciembre de 2012

RÉPLICA

EL NACIONAL - Jueves 06 de Diciembre de 2012     Opinión/8
Carlos Fuentes y Venezuela
ANTONIO LÓPEZ ORTEGA

En su libro Geografía de la novela, Carlos Fuentes cita una conversación con Milan Kundera en la que el escritor checo afirma: "La novela no está amenazada por el agotamiento, sino por el estado ideológico del mundo contemporáneo. Nada hay más opuesto al espíritu de la novela, profundamente ligada al descubrimiento de la relatividad del mundo, que la mentalidad totalitaria, dedicada a la implantación de la verdad única". Hoy podríamos decir que no sólo la novela, sino la vida misma. Quizás esa afirmación encierre la devoción que Fuentes tenía por una novela como Doña Bárbara. Los tiempos modernos la han convertido en una novela esquemática, incluso escolar, pero qué vigencia retoma hoy a la luz de la resurrección del militarismo en Venezuela, una peste que el historiador Ramón J. Velásquez creía perfectamente enterrada. La barbarie de la antipolítica, de la concentración de poder en un solo hombre y de la muerte paulatina de la democracia en la Venezuela de hoy es muy semejante a la que existía en 1929, año de publicación de Doña Bárbara, en plena dictadura de Juan Vicente Gómez.
Carlos Fuentes, por lo demás, a diferencia de muchos otros intelectuales que son muy críticos en sus respectivos países pero enmudecen cuando en nuestro país reciben premios o prebendas, siempre tuvo mucha claridad de lo que ocurre en Venezuela, y lo denunció permanentemente con precisión e hidalguía. Desde los años sesenta o incluso antes, Venezuela tuvo una trayectoria intachable como país anfitrión ante el exilio republicano español y ante la diáspora masiva de intelectuales sureños que le huían a las dictaduras sucesivas. Una editorial como Monte Ávila Editores o un Premio de Novela como el Rómulo Gallegos, ambos creados en los años sesenta, fueron receptáculos para esas inteligencias sin hogar que recorrían el espinazo andino con no poco dolor y desconcierto. Hoy en día, ya quisiéramos un ápice de reciprocidad para un país que cobijó a los mejores escritores de países que tildaban como enemigos a sus hombres de letras.
En 1967, se le confiere el Premio de Novela Rómulo Gallegos a Mario Vargas Llosa por La casa verde.
Cuenta el escritor peruano que don Rómulo fue invitado al acto y, para emoción suya, lo sentaron a su lado. Para entonces, a dos años de su muerte en 1969, la mente del gran novelista venezolano literalmente bogaba por un caño del río Arauca, pues no atinaba a saber de qué se trataba el acto. Dicen que don Rómulo acerca su boca a la oreja de Vargas Llosa y le susurra: "Y ya que lleva mi nombre, ¿por qué no me dan este premio a mí?". A Vargas Llosa no le quedó sino sonreír y grabar en su memoria un gesto que no dejaba de ser risueño. Diez años después de este desvarío, en 1977, Carlos Fuentes recibe su premio por Terra Nostra. Ya no estaba Gallegos para sonreírle una ocurrencia similar, pero sí se aseguró Fuentes de que, a falta del maestro que tanto hubiera querido ver, buenos eran el diploma y el medallón que lo consagraban como el tercer ganador del premio.
La última visita de Carlos Fuentes a Venezuela fue en 1998. En esa última ocasión no dejó de pasar por la Casa de Rómulo Gallegos, y con discreción y vergüenza se acercó al director de entonces, el historiador Elías Pino Iturrieta, para explicarle que, por razones desconocidas, había extraviado el medallón del premio. En la Casa de Rómulo Gallegos se las arreglaron para hacerle una réplica y entregársela antes de su fecha de retorno. Con el tiempo, podemos entender esa insistencia del gran escritor mexicano, pues más vale para la cultura venezolana el nombre de Rómulo Gallegos que la mayoría de los despropósitos que hoy, en nuestro desdichado país, se nos quiere vender o postular como Cultura.

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