viernes, 3 de agosto de 2012

ENTREVISTADURA (4)

EDICIÓN ANIVERSARIA DE EL NACIONA, Caracas, 3 de Agosto de 2012
 RAÚL LEONI | 10 DE MARZO DE 1969
"Siempre he sido un hombre común"
Por Miguel Otero Silva

Debe experimentar cierto aleteo de nostalgia al abandonar esta hermosa casa de enclaustrados patios interiores, de desbocados verdes más allá de las puertas, que ha sido adquirida y remodelada por iniciativa suya para albergar con dignidad al Jefe del Estado venezolano de hoy y de mañana. Pero el hombre no hilvana saudades sino que espera cautelosamente las preguntas del periodista.
—¿Qué políticos, doctrinas, libros influyeron más decisivamente en su formación como intelectual y hombre público?
—En primer término, y como texto de lectura sobrentendido, influyó sobre mi pensamiento la obra del Libertador: su Carta de Jamaica, su mensaje de Angostura, su ideario de libertad y justicia. Luego debo citar el libro de Gil Fortoul, la Historia Constitucional de Venezuela, que me proporcionó una visión positivista del pasado de mi país. Más tarde, a las alturas de 1928, leí con pasión a nuestros panfletistas: Pio Gil Blanco Fombona, Pocaterra, plumas que exaltaban el repudio a las dictaduras, al caudillismo y al servilismo. Al mismo tiempo devoré las obras de ensayistas latinoamericanos como José Enrique Rodó, Manuel Ugarte y el José Vasconcelos de la “raza cósmica”, que postulaban principios americanistas, nacionalistas, antiimperialistas. Más tarde, ya en el destierro, me entregué de lleno al estudio de la filosofía política moderna: nuevo liberalismo, laborismo, socialismo, marxismo. En cuanto a la literatura propiamente dicha, mi afición estuvo siempre inclinada hacia las tendencias realistas y sociales. Mis novelistas predilectos eran los rusos: Tolstoi, Dostoievsky, Gorki, Andreiev. Y los franceses: Balzac, Zola, Romain Rolland. Entre los españoles leía con frecuencia a Miguel de Unamuno.
—¿Por qué, si gran parte de sus compañeros de rebelión y de exilio se inclinaron hacia el marxismo y el comunismo, usted no tomó el mismo camino?
—La mayor parte de mis compañeros del 28 que se inclinaron abiertamente hacia el comunismo fueron aquellos que se trasladaron a Europa. Rusia y su estrella roja gravitaban categóricamente sobre el proceso político y social de los países europeos, sobre la obra de los escritores europeos. Nosotros, los del 28, éramos una juventud ignorante políticamente por falta de libros y exceso de barreras policiales. Yo no me marché a Europa sino me quedé en el área del Caribe. Al leer la filosofía marxista no perdí nunca la visual latinoamericana ni el sentido de nuestra realidad. Comprendí desde un principio que el pensamiento socialista no era aplicable esquemáticamente a toda entidad o nación. Para Venezuela, país atrasado y mediatizado, el problema consistía en quebrar las estructuras feudales, emprender la revolución democrática, conquistar los derechos más elementales. Además, me apartó siempre de los comunistas mi culto a la libertad del hombre que ellos no compartían. Pero debo advertirte que si nunca me hice comunista no fue porque me sintiera temporalmente anticomunista. Creo que la existencia de la extrema izquierda es necesaria para el funcionamiento progresista de la libertad porque sus prédicas hacen hincapié en las desigualdades sociales, son como un tábano que señala las injusticias. Por otra parte, respeto los objetivos sociales que persigue el socialismo en sus diversas expresiones y tengo la seguridad de que la humanidad marcha indefectiblemente hacia un sistema más equilibrado, más justo, de igual oportunidad para todos los seres.
—¿Se considera usted antiimperialista, como cuando leía en su juventud a Manuel Uzarte?
El Presidente se detiene un instante al pie de los crujientes bambúes y hace frente al periodista:
—Soy fundamentalmente un nacionalista, en el mejor sentido de la palabra. El mundo está dividido injustamente en países pobres y ricos, desarrollados y subdesarrollados, lo cual es tan inicuo como la división de la sociedad en poseedores y desposeídos. Yo estoy contra esos desniveles como estoy contra el armamentismo de los países poderosos. Si los recursos que se emplean en armas se dedicaran a subsanar injustitas, a cooperar con los países pobres, a reparar las propias desigualdades sociales internas, se sembrarían las bases más sólidas de la coexistencia pacífica. El destino del hombre sobre la tierra no es la guerra, ni el dominio sobre los otros hombres, sino el dominio de la naturaleza y, actualmente, del espacio, por obra y gracia de los astronautas.
—¿A usted nunca le ha tentado escribir un libro, —pregunta el periodista, esta vez en serio— bien fuera de teoría política, bien de historia, bien de memorias?
—La verdad es que nunca he tenido pretensiones de hombre superior, ni he dragoneado de genio. Más aún, me he considerado siempre un hombre del común, un venezolano medio, a quien la historia ha llamado a cumplir posiciones destacadas. Tengo, eso sí, cierta cultura política y a base de ella comencé a escribir un libro hace ya mucho tiempo. El tema era la evolución de las ideas políticas en la Venezuela moderna, arrancando de su raíz en el pasado, hasta llegar a la aparición en nuestro país de las ideas de izquierda en sus diversas modalidades. Escribí varios capítulos de ese libro en el destierro, privado de calma para pensar y de campo para las labores de investigación. Por último, en una de mis sucesivas emigraciones, se me extraviaron los primeros capítulos y también los documentos adicionales, que eran cartas interesantes de nuestros viejos caudillos. Total, que el libro se pasmó. Y si a eso le añades que con el tiempo se me ha desarrollado un sentido agudo de autocrítica, que me obliga a leer y releer muchas veces lo que escribo, te permito vaticinar que mi proyectado libro de juventud jamás saldrá a la calle.
(El periodista entra al despacho presidencial del doctor Raúl Leoni en Miraflores, durante el largo recuento de votos que estamos sufriendo los venezolanos en la primera semana de diciembre. (…) El periodista desea conocer la opinión del Presidente acerca del resultado electoral, que aún luce indeciso. “Según las informaciones de que dispongo, el doctor Gonzalo Barrios va a ganar por un margen bastante estrecho”, responde el Presidente. Y añade a renglón seguido: “Pero si no sucede así, y mi amigo entrañable y compañero de partido Gonzalo Barrios pierde las elecciones, así sea por un voto, óyelo bien, por un solo voto, este Raúl Leoni que ves aquí le entregará sin vacilar un segundo la banda presidencial al doctor Rafael Caldera”. El periodista comprende que el Presidente habla dramáticamente en serio).
Se ha hecho de noche y nos traen dos merecidos whiskys al corredor donde estamos sentados. El periodista recuerda la conversación de diciembre en Miraflores y vuelve sobre el tema:—¿Nadie le aconsejó en aquellos días que hiciera o propiciara un pequeño fraude electoral para impedir el acceso de Caldera al poder?
—Nadie me lo aconsejó, ni yo hubiera permitido que me lo aconsejaran. En Venezuela se ha avanzando tanto en el campo democrático, que ni aun los más irreconciliables enemigos de Copei insinuaron que se desconocería el resultado de las elecciones. Eso de las presiones sobre mi persona no pasa de ser una conseja, un cuento chino. La verdad histórica y absoluta es que no recibí la más leve insinuación, ni de ningún dirigente de Acción Democrática, ni de otros partidos, ni de jefe militar alguno, para que propiciara un fraude electoral. Fue el remate de una conducta cívica ejemplar que abarcó a todos los estamentos de la población venezolana.
Llega un Ministro del Despacho y se suma al whisky. El periodista aprovecha la coyuntura para despedirse con una última pregunta clásica, de esas que figuran en los textos de periodismo de la Pitman Publishing Corporation:
—¿Puede usted resumir en una sola frase su ideario político?
El Ministro nos mira alarmado, pero el Presidente se entusiasma:
—Claro que puedo: El hombre, más aún el pueblo, es el motor y el sujeto del desarrollo de una nación. Toda la actividad de los estados debe dirigirse a solucionar los problemas del hombre, ya sea habitante de la ciudad o del campo. De ahí la preocupación de mi gobierno, mientras he sido gobierno, y la mía personal por aumentar las posibilidades de realización de la persona humana y su acceso al bienestar en todos los órdenes: social, económico, político, cultural y administrativo.

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