sábado, 3 de marzo de 2012

EJERCICIO FOTOGRÁFICO


EL NACIONAL - Sábado 03 de Marzo de 2012 Cultura/3
MUESTRA La galería D’Museo expone el trabajo reciente de Antonio Briceño
El llanto propio en una voz plañidera
Las plañideras, mujeres que lloran pérdidas ajenas, prestaron su lamento al artista venezolano
MARJORIE DELGADO AGUIRRE

Un funeral. Un coro ­literalmente un coro­ de mujeres entona un lamento. No lloran por el muerto, lloran para el muerto y para los vivos... Quizá una pérdida propia les inunda la memoria. Lo cierto es que algún golpe certero de la vida les convoca el llanto y, así, las plañideras, también conocidas como lloronas, cumplen con su misión: acompañar el dolor con lamentos o, tal vez ­en una versión muy libre del artista Antonio Briceño sobre el papel de estas mujeres­, las plañideras están para llorar por los que no lloran; para llorar por aquellos a los que les dijeron que a los arrechos no se les sale una lágrima, aunque se les ahoguen las entrañas. Con estas mujeres en especie de extinción, figuras clave en ritos fúnebres de la antigüedad y en varias civilizaciones, y con ellas como excusa para reflexionar acerca de la represión de las emociones, el creador regresa mañana a la galería D’Museo, en el Centro de Arte Los Galpones.

Se trata del trabajo más fugaz de Briceño y al mismo tiempo el más personal. Luego de leer una noticia que anunciaba la extinción de esta manifestación cultural, heredada de Grecia y otras civilizaciones, el artista viajó a Perú y localizó a las lloronas, que hace años sólo le parecían mujeres que lloraban por dinero. No obstante, la voz de esos lamentos se convirtió en el suyo propio, ese con el que comenzó a exorcizar sus tristezas más profundas.

Al principio pensó que se trataba de mujeres con llanto falso, pero luego se dijo: "Pueden no llorar por lo que yo lloro, porque ¿quién no tiene una tragedia? Al buscar la suya, hacen mímesis con la mía, con la nuestra, y yo, frente a su llanto, hice catarsis. Lloraron por mí, lloraron lo que yo no podía llorar". Briceño cuenta que en esa experiencia encontró la manera de dar forma visual a cinco años de psicoterapia y a una vida asaltada por tristezas que se ocultaron de las lágrimas.

Cuando estuvo frente a ellas, lo primero que las plañideras le preguntaron fue por quién llorarían Él les contestó: por mi madre, a quien perdió cuando era niño. En sus sollozos, las mujeres traducían la idea del abandono, de la soledad a la que lo dejaba atado el vacío por la muerte. La cámara de video hacía lo suyo y las emociones revueltas del artista elaboraban la obra.

En la sala también se exhiben piezas que dan cuenta del predio de este trabajo y al mismo tiempo de la génesis de sus inquietudes: lo primero que el espectador encuentra es una serie de fotografías impresas en bloques transparentes gruesos, a manera de "témpanos", en los que el agua evoca una de las pesadillas más recurrentes y añejas del creador: el mar se aleja tranquilamente, llevándose consigo a algunos seres queridos. Otra serie registra los lacrimatorios, frascos en los que se guardan las lágrimas. "Antiguamente se creía que el ascenso de un alma al cielo duraba lo que duraran en evaporarse las últimas lágrimas que brotaran por la persona fallecida", relata Briceño.

Aunque el enfoque de este trabajo no tiene el mismo fondo antropológico de sus investigaciones anteriores existe, sin duda, una irresistible tentación de pensar en el discurso cultural detrás de las plañideras.

Y hay más: dolorosamente se siente que estas mujeres se ven a diario en los rostros de cientos de madres venezolanas que sí lloran por sus muertos. De hecho, Briceño confiesa que la primera "plañidera" que encontró fue una madre venezolana a la que retrató para el Proyecto Esperanza Venezuela, que expone en los espacios públicos urbanos los rostros de madres que han perdido uno o varios hijos a causa de la violencia en el país.

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