miércoles, 3 de agosto de 2011

FILMAR LA LUZ


EL NACIONAL - Sábado 30 de Julio de 2011 Papel Literario/4
Reverón en su santuario
GISELA CAPELLÍN

En el mortero que Ferdinandov le regala a Juanita, Diego Rísquez encontró la luz.

Tratar de glorificara alguien considerado inmortales un reto difícil. Cuando la obra de un personaje ha trascendido y forma parte del inconsciente colectivo, resulta exigente intentar supera r su i magen. Si n embargo, ha habido ocasiones en que propuestas artísticas posteriores a la vida de esos personajes han ayudado a perpetuar sus figuras en la memoria de las sociedades.

No muchos coleccionistas han tenido acceso a la obra del pintor Armando Reverón. Sólo algunas personas han podido conocer la trayectoria del pintor a través de las escasas reproducciones impresas que han sido publicadas. Son pocas las piezas que se pueden disfrutar en museos internacionales de arte contemporáneo como parte de sus colecciones permanentes.

En una sola ocasión se ha exhibido en un gran conjunto la obra de Reverón: la retrospectiva presentada al público en el año 2007 en el Museo de Arte Moderno de Nueva York.

Los espacios donde han vivido y trabajado acreditados artistas en otros países son conservados como templos de creación, mientras que la casa de piedras construida por este trascendental pintor venezolano está en ruinas.

Ahora Diego Rísquez nos brinda la posibilidad de acercarnos al artista plástico Armando Reverón a través del cine, medio que nos permite tenerlo repetidas veces a nuestro alcance.

Con la pureza de una elevada alquimia, Diego Rísquez logra una obra maestra: su película Reverón reúne los ingredientes de la magia perfecta. En la cinta, el director hace honor al arte de la fotografía, colmándola con las hermosas imágenes de Cezary Jaworski que, al igual que pinceladas, se cuelan en su versión de la etapa de la vida del pintor que ha sido llamada "período blanco". En esta propuesta, Rísquez logra la depuración de su estética; su personal estilo en esta ocasión destaca como un sobrio y cálido sabor de lo venezolano. Enmarcada en una impecable ambientación artística, la película muestra un Castillete pulcro, donde cada detalle estético juega un rol protagónico; un santuario rodeado de paisajes donde el hábitat encandila.

La suprema actuación de Luigi Sciamanna nos pasea por los diferentes estados de ánimo de Armando Reverón, de una manera absolutamente natural, en todos los cortos pero acertados diálogos.

El actor logra transmitir, con la misma veracidad, la pasión, la tristeza, el ingenio y la demencia del personaje.

La asombrosa y coherente expresión corporal de Sciamanna, más que admirar, conmueve.

Los clásicos elementos de la cinematografía de Rísquez aparecen determinantes pero a la vez sutiles; así, las puntadas de la mantilla que el pintor regala a su vecina, o los marcos vacíos encuadrando escenas de mujeres cargadas de erotismo. La simbología aparece desde la primera escena. El pintor, a pesar de su afición por la tauromaquia, no se deja seducir por la española que lo corteja, sino que se va de la mano con Juanita y su afrodescendiente sencillez: una manera de representar el rechazo del artista hacia sus antepasados, hecho que reincide en la cinta con la visión de sus padres en las pesadillas que lo atormentan.

En la película, Juanita tiene una presencia categórica junto a la figura de Reverón, lo que brinda el equilibrio necesario para lograr una creíble historia de amor. En sus breves parlamentos, la actuación de Sheila Monterola interpretando a la musa del artista es fascinante. El tránsito de sus sentimientos, de la risa espontánea al llanto de dolor, se manifiesta de una manera tan desenvuelta que su figura permanece imborrable en el espectador.

Resulta fácil sentir afecto por esa mujer "con su maletica de estrellas", como la define el coro, en la lograda musicalización de Alejandro Blanco Uribe, quien acompaña las primeras imágenes de la película con un bongo que remonta, a la manera de Gallegos, la costa de Macuto.

Armando Reverón pareciera un personaje hecho a la medida para Diego Rísquez.

En sus películas anteriores, el cineasta venezolano intenta adaptar su exuberante fantasía tropical a quienes consideró sus héroes, y en el caso de próceres militares, resultaban elementos difíciles de conjugar. El pintor, en cambio, se presta con docilidad para la propuesta onírica del director y Rísquez lo maneja con devoción y respeto.

Ambos artistas coinciden en su delirio por la naturaleza y en la búsqueda de la luz. Asimismo, obsesionado por la luminosidad, aparece en el filme el ruso Nicolás Ferninandov, cuyas visitas al pintor de Macuto representan la exaltación de la amistad. En la película, la complicidad pareciera el engranaje principal entre los personajes.

Reverón y sus amigos, el fotógrafo Alfredo Boulton y el poeta Vicente Gerbasi, mencionan con familiaridad a Dumas, Cervantes y Rubén Darío. En uno de los parlamentos, Rísquez rinde homenaje a los cineastas que lo precedieron: Edgar Anzola, Roberto Lucca y Ma rgot Benacerra f. Las referencias culturales aparecen en un ambiente que resulta cómodo y afable.

En el cierre de la narración cinematográfica, la intimidad y la privacidad del pintor se ven transgredidas por la fuerza de los poderes públicos. Lleva a la reflexión imaginar que actualmente, de alguna manera, otros artistas también se ven obligados a sucumbir ante esta fuerza superior en que el poder económico f unge como elemento "sanador". Es de esperar que el público venezolano, con la evolución de su lenguaje cinematográfico, sepa apreciar esta obra y que ello se vea reflejado en la taquilla.

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