martes, 4 de enero de 2011

dulce amargura


EL NACIONAL - Lunes 03 de Enero de 2011 Cultura/3
RESEÑA Editorial Alfa reedita la novela de Michaelle Ascencio
Amargo y dulzón es el río de la sangre
La obra obtuvo el Premio de la Bienal José Rafael Pocaterra en 1998 y fue publicada por la Casa Nacional de Las Letras en 2002
DIEGO ARROYO GIL


Cada quien custodia el secreto de su sangre, cada cual entraña en lo profundo los nudos de su origen. Amargo y dulzón trata sobre ese secreto, sobre esos nudos. Es la historia de una familia contada por una de sus descendientes, y entonces es también, por rebote, la historia de esa descendiente, la historia de su corazón, de lo que su corazón hace con esa historia, de cómo la transforma.

Se convierte así, ella, en testigo de todo aquello que se confabuló para que naciera, para que tuviera un nombre y dos apellidos. Altina, que es como se llama, se hace testigo de los azares, dichas y desdichas, que dieron causa a su existencia.

Y si bien por la historia de la familia puede leerse la historia de un país (la novela transcurre en una república de negros en el Caribe, veladura a través de la cual se descubre Haití), puesta en boca de una narradora, esa historia se convierte en cuento, en novela. Gana espesura, por tanto. De allí que esos hechos a los cuales los pueblos se refieren como victorias o tragedias, aquí se evoquen como sabores: se sabe que la cosa estaba buena en la casa en aquel momento por lo "dulzón" del café, o que, por el contrario, ese hombre era malo porque dicen que era "amargo". Lo que ocurrió no se sabe, sino que sabe, lo que es distinto.

Y es que, quizás, esa sea la única manera de enterarse de la vida de la familia y la que más conviene, cuando esa familia no es cualquier familia sino "mi familia": antes que conocer datos exactos, se tienen intuiciones, sensaciones, sospechas. Por eso, cuando Altina fastidia a su padre para que le dé informaciones precisas sobre sus tatarabuelos, éste la evade, y la vuelve a evadir, y la vuelve a evadir. Verse ante ese misterio es lo que permite que Altina recupere la fábula, es decir, que la rehaga ella misma, echando mano de lo que encuentra en los márgenes del camino. Como siempre, al arte le interesa aquello que la historia oficial deja de lado.

Amargo y dulzón funciona como una concha donde rebotan voces que poco a poco construyen un coro. La trama vital de cada personaje importa sólo en la medida en que se incorpora a esa vida mayor, compartida, de la memoria.

A la fresca voz de Graciana se suma la parquedad vocal de Toribia; la sencillez de las frases de Laurencio no causa mella en la riqueza evocativa de Finelia; el severo sonido que produce la mecedora de la vieja Consolación sirve de contrapunto al sosegado traqueteo de la mecedora de "Ay, Coralia, qué imaginación", le dice la abuela a la nieta al final de la novela cuando la escucha decir que la primera vez que vio la nieve le provocó echarle azúcar y comérsela como si fuera dulce de algodón. En ese breve diálogo se resume la clave de toda la historia: ese juego de voces se ha dado para que pasado y presente hablen de tú a tú, en una proximidad propiciada por la imaginación.

Lo que queda sugerido es que la narración continuará, que lo que se ha escuchado es sólo una versión del cuento que guarda en sí misma, como posibilidades, otras versiones, tantas como nietas hayan nacido o estén por nacer.

Ganadora del Premio de Novela de la Bienal Latinoamericana José Rafael Pocaterra el año 1998 y publicada por la Casa Nacional de Las Letras Andrés Bello en 2002, Amargo y dulzón acaba de ser reeditada por Editorial Alfa. Su autora es Michaelle Ascencio, venezolana nacida en Puerto Príncipe, Haití.

Su segunda novela, Mundo, demonio y carne, circuló en 2005 también con el sello de Alfa.

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