Cigarrillos para no fumar
Siul Nagarrab
“ … Sólo el humo del tabaco
simula algunas sombras en su frente”
Antonio Machado
(“Del pasado efímero”)
El cigarro, puro o habano, nos
remite a un tabaco de extraordinaria calidad en su cultivo y manufacturación - artesanal
o industrial - que, además de afectar la
salud, reporta una placentera aspiración o inhalación que también perfuma el
ambiente y, con un buen licor, invoca algún inolvidable instante gastronómico.
Socialmente, la costosa afición está asociada al poder antes económico que
político, aunque éste definitivamente masificó el estereotipo gracias a las
mandíbulas de Winston Churchill, Fidel Castro o, entre nosotros, Lorenzo
Fernández con la larga campaña electoral que culminó en diciembre de 1973. No
obstante, la mayor y mejor identidad popular se la concede un oficio: la del
brujo lector del tabaco y despojador de los malos espíritus que impregna de
humo barato a su esperanzado cliente.
Valga la curiosidad, con el
cigarro pasó algo semejante a las mejores sinfonías, suites, sonatas o poemas
sinfónicos, al crecer exponencialmente la industria discográfica. Caros y de un
consumo prolongado y tedioso, según el gusto, prosperaron versiones cada vez
más reducidas y baratas, ágiles y portátiles y del pausado consumo de un
Partagás o un Grown Ashton Virgin Sun, por citar al azar dos marcas, pasamos al
cigarrillo, un diminutivo inadvertido, tal como nos ahorramos los cuarenta y
tantos minutos o más de una pieza de
varios movimientos de Beethoven o Shostakovich, gracias al allegro o scherzo
que inspira y convierte una canción de tres o cinco minutos en todo un hito
demoledoramente popular.
La vieja prensa venezolana, sobre
todo de finales del siglo XIX y principios del XX, antes de que pusieran orden
en las aduanas, nos trae infinidades de marcas de cigarrillos que, muy luego,
por el tratamiento del filtro y sus innovadores componentes, diseños de
presentación e ingeniosa publicidad, hicieron que cinco de ellas controlasen el
mercado e, incluso, resistieran la importación y la competencia de otros
productos de envoltura exótica, con la primera bonanza petrolera que nos
obsequiaron los países árabes con su embargo. Y, así como hubo una generación
adedadora de un cigarrillo Bandera Roja o Negro Primero, igualmente la hubo de
un Fortuna, Lido o Belmont que, ahora, conoce de otros cilindros más infames de
los comerciantes de la supervivencia que los ofrecen en las calles y a las
puertas de los bares que no permiten echarse un palo y fumar a la vez en sus
interioridades.
Por cierto, valga la digresión, algún
día se sabrá de los orígenes de la antipolítica por una conspiración del
cigarrillo y del licor. Luego que el entonces presidente Herrera Campíns
prohibiera su promoción, los anunciantes de radio y televisión – voluntariamente
o no – agotaron sus mejores esfuerzos por pasarle la factura a la democracia de
entonces, víctimas después de los facturadores que creyeron manipular.
Un amigo, al hurgar entre las
cosas de su finado padre, recientemente descubrió - en el maletero - numerosas
y viejas cajas de cigarrillos, obsequiándonos una muestra importante. No tienen
siquiera la consabida advertencia sobre el mal que ocasiona su consumo y, con
la pátina correspondiente, se alzan como el testimonio de una época remota en la
que encender y empuñar un cigarrillo antes las cámaras, podía visarnos en una
sociedad falocéntrica; empero, suponemos que el contenido está destruido por
los componentes químicos del cigarrillo, la tinta de la marca sobre un papel tan
delicado, el pegamento del envoltorio, la picadura hecha aserrín, o el
microscópico insecto que los tiene por una obscura y amplísima residencia
palaciega.
Deseándola como una crónica de
los nuevos hábitos, cedemos a la tentación, pues, por una parte, el cigarrillo
todavía llega hasta el rincón más apartado que está vedado al Estado Nacional.
Y, con la catástrofe humanitaria, tenemos la convicción de un repunte de las
compras – digamos – terapéuticas para afrontar las angustias de un presente que parece
interminable.
Y es que, por otra, con el peso
de los impuestos, vender cigarrillos no fue el jugoso negocio que se suponía
para los expendedores al detal, si no lo vinculaban a alguna jornada etílica,
amatoria, digestiva y, valga la paradoja, deportiva por lo que respecta al
cómodo espectador de la alejada tribuna. Es tan cara la cajetilla actual que,
desde hace dos o tres años, con o sin el alquiler de un móvil celular, lo
ofrecen detallado con un significativo margen de ganancia que nunca los
industriales previeron para la cadena básica de comercialización.
Así como hay coleccionistas de
botellas de cerveza, cajas de fósforos, jabones de hotel, llaveros o cualesquiera otras cosas que
recuerden nuestros ya remotos esplendores, añadida la nostalgia celebracional
del día de la secretaria, surgirán los de una cajetilla que tiene, por
innegable valor agregado, un testimonio heroico: por demandada que fuese, no
fue vendida; por vicioso que luciera el dueño, no se la fumó, pues, nadie debe
saber que se conservó en una suerte de bóveda residencial, por olvido.
Fotografías: LB (CCS, 06/2018).
24/06/2018:
http://www.opinionynoticias.com/opinionnacional/32938-nagarrab-s
24/06/2018:
http://www.opinionynoticias.com/opinionnacional/32938-nagarrab-s
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