lunes, 11 de julio de 2016

SENTIDO DE UN ACTO



De una ordenación diaconal

Luis Barragán

El domingo 10 de los corrientes,  en lugar de la acostumbrada misa ordinaria, fuimos gratamente sorprendidos por una ordenación diaconal que la extendió. No pretendemos una crónica del hermoso evento que muy bien lo merece, o de utilizarlo para lanzar algunos dicterios contra el gobierno, no menos merecido, sino de enunciar una breve y modesta reflexión en torno a la  importancia y también trascendencia del acto de  cara a las actuales circunstancias.

La mayor parte de la población reza católicamente, aunque no acostumbra visitar frecuentemente los templos excepto se trate de recibir los sacramentos que, después, justifiquen el jolgorio hogareño, por cierto, mezclando incansablemente la práctica de la fe con manifestaciones que le resultan ajenas, ejemplificadas por la llamada ”nueva era”. Hay ministerios de una elevada y razonable exigencia que la Iglesia tan escasa de sacerdotes y religiosas, no ha sabido explicar, ni la feligresía no menos exigente ante el clericado, predispuesta por otras creencias aún desorganizadas que lo compiten, muestran el suficiente interés por conocerlos.

 La cultura dominante tiende a la efímera responsabilidad con el otro y los otros, meramente utilitaria y oportunista para el logro de beneficios inmediatos, desconfiando de una conducta firme, sobria y consecuente con valores y principios que impongan costos y sacrificios. Urgimos de la propia noción del compromiso responsable, abierto y creador, personal y comunitario, capaz – incluso – de sacarnos de esta crisis humanitaria en la que nos encontramos, cuyas consecuencias lucen todavía impredecibles.

De una nefasta pedagogía, los actos de Estado perdieron toda la majestad y precisión que refuerzan y justifican su existencia,  banalizado el ceremonial y adulterado los requisitos, ora para un desfile militar, ora para validar un documento público. La comentada ordenación diaconal ilustra la ineludible necesidad de los eventos eficaces,  solemnes y formales, sentidos e inequívocos, que le den continuidad a nuestros esfuerzos real y convincentemente decisivos.


 Procurada la sencillez de una larga tradición, la que admite una evolución y una ruptura sólo de concluyente superación, contamos con procedimientos, símbolos y rituales que refuerzan y notifican el calibre del compromiso adquirido.  Sobreviven en el medio católico, como es dado reconocer en otros ámbitos de la fe, actos que contrastan con la frivolidad y el vacío que el medio político ha irradiado, incluso, reproduciendo las convicciones y prácticas de los sectores que lo adversan, propugnando la arbitrariedad y la comodidad de toda tarea humana,  reducida a la mera y provisoria escenografía.

Fotografías: LB, Caracas (10/07/2016). 

11/07/2016

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