De una deidad castrense
Luis Barragán
La graduación de los nuevos oficiales y el retiro de los que cumplieron el tiempo reglamentario en la entidad castrense, acentuó nuevamente el carácter partidista que ha adquirido en franca violación de las previsiones constitucionales. La transmisión televisiva dibujó más un mitin que la marcialidad de un acto de Estado, y discursos como el del saliente general Wilmer Barrientos, interpretando interesadamente el periplo de una treintena de años, con los visos épicos ya acostumbrados, o del que hasta hace poco era cadete, marcan un contraste y evidencian un retroceso que les resta – sencillamente - autoridad moral.
Las graves y delicadas responsabilidades en la materia, por muchos errores y equívocos que puedan invocarse, jamás llevaron a confundir la jefatura del Estado con las vicisitudes políticas más hueras y circunstanciales. La solemnidad de los anteriores eventos de graduación y egreso de oficiales, garantizaba un mínimo de prestancia y sobriedad republicana, en la que no cabían las fáciles consignas de la parcialidad y sectarismo político.
Es necesario recordar siempre que en los ascensos, y de la propia política militar, participaban todas las corrientes políticas representadas en el parlamento, incluyendo a las minorías por minúsculas que fuese. Puede alegarse cualesquiera de las maniobras que naturalmente las promociones o los intereses intentaran o suscitaran, pero luce irrefutable que se ejercía un mayor control civil que obligaba a cotas importantes de neutralidad política y apego constitucional de las otrora Fuerzas Armadas.
Ocurre un fenómeno inverso, cuando los asuntos de la Fuerza Armada conciernen exclusivamente a quien la conduce con una supremacía que Bolívar ni la consiguiente y deliberada doctrina constitucional bolivariana, exhibieron. Por un ardid del lenguaje, la tal alianza cívico-militar oculta la entera prestación de un servicio a la jefatura y los relacionados del PSUV, más que del partido mismo, desligándose – por una parte – de la nación que es, por definición, compleja y plural; y, por otra, obliga a la repetición exhaustiva trastocada en constante juramentación, de consignas a favor de una soberanía que los hechos desmienten. Empero, otra es la deidad naciente.
A guisa de ilustración, nunca se le ocurrió a Juan Vicente Gómez perder las formalidades en sus relaciones con la institución castrense, dejando aquello del “Gómez único” para la aridez del terreno político. Que sepamos, los sucesivos mandatarios nacionales, con superior razón los elegidos popularmente, tampoco aceptaron que se les rindiese un culto a la personalidad, y menos de sus antecesores, confundiéndola con una institución nacida en el fragor de la guerra independentista y reestablecida cuando – por fin – nos dimos un Estado Nacional al principiar el siglo XX.
La elevación de Chávez Frías a los altares existenciales de la Fuerza Armada, tan lógicamente conveniente a sus herederos, en los aludidos actos, es contraproducente para su continuidad, facilitando una futura conversión o desmantelamiento que beneficiará a la camarilla en el poder que logre definitivamente consolidarse. No olvidemos, camarillas que actualmente celebran una silenciosa pugna que fuerza al reacomodo de sus clientelas más avisadas.
Se dirá que lo dicho es cosa sabida, pero la memoria colectiva es frágil y, prácticamente, pocos recuerdan una diferente dinámica política que aireaba a la corporación armada, demandante y demandada de y por una celosa institucionalidad que, pudiendo perderla, la reencontraba persistentemente. Ya el general saliente no corregirá, pero el oficial entrante debe hacerlo fundando sus convicciones en el articulado de la Constitución de la República: un aprendizaje necesario que evaporará esa abusiva deidad, sobrevenida y artificial.
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Fotografía: Ana Mercedes / Noticias24.com
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