sábado, 12 de mayo de 2012

VOLVER, SIN HABER IDO

EL NACIONAL - Sábado 12 de Mayo de 2012     Papel Literario/1
Un verso de María Fernanda Palacios
NELSON RIVERA

Un verso y no cualquier verso.

No un verso elegido del cuerpo del poema, como ese que dice, "Y todo vuelve, nada se ha ido aún", que nos devuelve a esa antigua idea de que nada se acaba, de que nada encuentra su episodio final; ni tampoco este tan evocador, pero también tan esquivo que dice "cuántas cosas a medio camino, a medio hacerse", que invoca la medianía del mundo, la dificultad de todo o de casi todo de alcanzar su plenitud (este verso de anchas resonancias me ha hecho recordar al Walter Benjamin de Experiencia y pobreza, el breve y magnético ensayo suyo de diciembre de 1933, cuando ya habían aparecido en él las señales de que tantas cosas suyas quedarían inconclusas, y donde escribió "Nos hemos vuelto pobres. Hemos ido perdiendo uno tras otro pedazos de la herencia de la humanidad").

No estos dos versos tan sugestivos (en ambos los umbrales entre pasado, presente y futuro capitulan); no estos dos versos que son como prescriptivos documentos del presente (ambos nos impulsan a mirar a nuestro propio alrededor, a asumirnos como testigos de nuestra propia experiencia); no estos dos versos que reconfiguran el estado de cosas del presente (ambos nos incitan a repensar el aquí y ahora bajo la sospecha de que quizás todavía haya mucho por descubrir en nuestras propias vidas).

El verso del que hablo, el verso que reaparece una y otra vez en mis pensamientos (había escrito "el verso escogido", pero ello es incierto, en tanto que no ocurrió ese trámite que podría haber consistido en leer varios versos y finalmente escoger uno); el verso que me atrapó desde que lo tuve en mis manos, Y todo será cuento un día, es un verso dentro de un poema, pero es también el nombre del poema y, todavía más, es el título de un libro publicado en los últimos meses de 2012 que, según cuenta la propia María Fernanda Palacios en el texto liminar, es una selección de poemas de tres cuadernos, Vigilias, Raptos y La casa sumergida.

Y todo será cuento algún día es lo primero que uno lee en la portada, justo bajo el nombre de María Fernanda Palacios (y como el verso tiene esa condición aforística y coloquial a un tiempo, uno siente que es ella, sin preámbulo alguno, quien hace la afirmación para que cada uno de nosotros, sus lectores, la escuchemos). Pero Y todo será cuento un día es también el poema con que cierra el libro.

Más todavía: es el verso último, el punto final, el lugar al que la poeta regresa en la ceremonia de terminar su libro.

Que esté al comienzo y al final del libro, pero también al comienzo y al final del poema que lleva ese título, nos induce a este pensamiento: que ese verso es apertura y cierre, cierre y apertura. Que al momento de decir, Y todo será cuanto un día, la poeta abre las puertas de la recapitulación de la vida ("abrir" viene del latín aperire, que nos remite a la idea de apartar lo que cierra). En su condición de verso de apertura, Y todo será cuento un día nos llama a repensarnos, a volver a las evidencias y a las huellas de uno mismo. En su condición de verso de cierre, viene a decirnos que, de todos modos, hay un destino que debe cumplirse. Que, a fin de cuentas, cada vida no será más que un cuento, una forma breve e irregular que lentamente se hundirá en la desmemoria.

Telón de fondo
No el libro, ni el verso, sino el poema: Y todo será cuento un día es un decantado e intenso ejercicio de recapitulación. Un largo poema que se remonta más allá de los confines de la memoria: en búsqueda de la experiencia perdida, de las revelaciones que se ocultan tras el paso del tiempo. Trabajo de una memoria que se atreve, que no se conforma ("Ahora que nadie vive aquí / y nadie muere / y todos olvidan / emprendemos la atrevida excursión / a los cuartos de arriba: / allí vimos atesorar los sueños / y nacer las crías").

No escritura de la nostalgia, aunque por momentos hay trazos de ella (es inevitable que así sea), sino de la memoria puesta a funcionar como instrumento de revelación. No el recuerdo que se ventila para la auto gratificación, sino el regreso a la vida fluida y a la vida áspera, ni intempestivo ni heroico: la vuelta que reclama el paso de los años, la maduración: "Ahora que todo está fijo y quieto / y sabemos cómo suena el vacío / podemos repetir las ancestrales tareas / no digo los hábitos en su inefable artesanía / no digo el fugitivo trajín de los recados / hablo más bien de esas cosas sin ruido: / la ceniza y el pan / las cestas de ropa, la piedra de amolar / la luz que se convierte en brisa, en canto, en grillo".

Y todo será cuento un día (aquí me refiero al poema) puede leerse como un poema de la casa, como la visita emprendida mucho tiempo después a la casa de la infancia ("digo la casa que vio morir mi sangre"); puede leerse como una indagación del vínculo entre las palabras y la realidad (la palabra que no se puede contar; la palabra que se mueve para romper "la dureza del mundo"; la palabra que se empotra, que se fija en el mundo; la palabra que hay que olvidar; la palabra que no se dice con facilidad; la palabra que se olvida entre tantas otras; la palabra que dicta el apuntador, etcétera); también como la excavación por las vetas de la memoria menos trajinadas; o como la testificación de una infancia (la infancia de la poeta), en toda su compleja, y por momentos dolorosa, exposición de motivos ("Ayúdame hermana a doblar los disfraces y a olvidar / si podemos, aquellas canciones en francés / la fresca lechuga de Enriqueta, los cuentos / que contaba papá, las tiras de papel").

La casa, las palabras, la memoria y la infancia: sumadas, entremezcladas, tejidas, abrazadas unas con otras hasta una temperatura donde ya no será posible deslindar esta de aquella. Menos que un libro de temáticas (que lo es) Y todo será cuento un día es una visión, una enunciación, una verificación de la experiencia. Ni levanta un registro de la vida ordinaria (no propone una lista de objetos poéticos); ni escenifica la infancia como época feliz. Contra el telón de fondo del verso primero, Y todo será cuento un día, la poeta dispone esa experiencia con sus roturas y maravillas, con sus dudas y juicios, con sus nítidos y sus nubes en movimiento.

Lo irremediable
He dicho hasta aquí que Y todo será cuento un día es un extenso poema escrito en confrontación con la experiencia (la experiencia literaria de hacer uso de los materiales disponibles para vérselas con la experiencia de lo vivido). Es menester añadir lo que creo esencial: el poema y el verso lo son de la experiencia del tiempo.

Lo que el tiempo ha dejado: palabras que todavía resuenan; imágenes que ya no podrán perderse porque han quedado fijadas para siempre en el soporte del poema ("Han descolgado el tapiz / y las gruesas cortinas. / La cama está en la sala, entre los trastos / y las cuentas.

/ Todo está en venta, y sin embargo / no se olvida el olor de la sangre / entre las rosas; ni el llanto de la hermana / ni la dicha ni los sustos que amasaron la vida / y anunciaban la muerte"); recuerdos que están impresos en los ojos o en la piel; viejas heridas que, finalmente, han terminado por rendirse al silencio.

La belleza soterrada, perturbadora y casi pudorosa de este poema, es que él se vertebra ante la certidumbre del irremediable paso del tiempo.

A veces el poema titubea y dice, "quizás nada ha pasado / nada fue así / quizás todo está siendo". A veces lo da todo por concluido y escribe estas palabras categóricas: "Ahora que todo ha pasado". Entre el primer y el último verso, vive el temblor, el susurro, la perplejidad, una firme voluntad de auto conciencia.

Mesurada abundancia: tal su tono, su regocijo. Cuando celebra la vida, no omite que el tiempo sigue su paso irremediable. Y pasa el tiempo. Y pasa y sigue con su paciente rumia. Y es frente a esa experiencia que la poeta ejerce su don: eleva su voz como se eleva una oración ante el destino de todo lo que transcurre, y desde ese lugar por encima del tiempo, escribe, mejor dicho, nos escribe, a usted, a mí, a ella misma: Y todo será cuento un día.


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