lunes, 9 de mayo de 2011

SEMIÓTICA DEL RECUERDO


EL NACIONAL - Sábado 07 de Mayo de 2011 Papel Literario/1
Manuel Bermúdez, la profundidad hacia fuera
ATANASIO ALEGRE

No estaba en el país cuando falleció Manuel Bermúdez. De haber estado, me hubiera gustado advertir a esa hora que nuestra generación --cuando menos-- había perdido a uno de los conversadores más originales de que disponía esta sociedad atosigada por la política. Por la mala política, habría que añadir. Quienes redactaron la noticia de su deceso, tal cual la leí en unos medios y en otros, lo hicieron, sin excepción, con afecto. A Manuel se le profesaba en los medios esa admiración con que se respeta a los dioses tutelares de cuyo aviso depende lo mucho que le debían, en este caso, sobre el discernimiento de las viejas y nuevas formas de la comunicación.

Cuando las reuniones eran el eje de la vida social, según Madame de Stael, ello ocurrió porque el curso de las ideas dependía de la conversación. De haber pertenecido a esa época, Manuel Bermúdez hubiera sido un imprescindible en esos salones por imposición de quienes necesitaban escucharle. Admirables conversadores fueron, entre nosotros, Nuño, Garmendia, Montejo y Caballero, todos ellos escritores totales que supieron alternar ambas funciones, la de conversar y escribir. ¿Fue Manuel Bermúdez, como ellos, un escritor total? Lo fue y ello a pesar de que su obra publicada no iguale a la de los mencionados autores. Pero si se recogieran las publicaciones de Bermúdez, tanto en el papel impreso de periódicos como en el de revistas, sorprendería la obra resultante. Lo que hay que decir de seguidas es que ha habido pocos autores dentro de la literatura venezolana con un oído tan atento como Bermúdez para las hablas del pueblo, para eso que Jorge Guillén llamaba "lo real, hoy lunes".

Fue Bermúdez un clasicista en el sentido de que manejaba los clásicos venezolanos no sólo con conocimiento, sino con fruición. Eso le convirtió a la larga en un memorialista y a ratos (aunque él desechaba airadamente el término) en un costumbrista. Lo que pasa es que en esta función echaba mano de una originalidad de la que no suelen hacer gala los mismos costumbristas. Fue todo eso y a partir de determinada época de su vida, bajo la guía de maestros europeos, mayormente italianos, que hizo de la semiótica la razón de su profesión. Como ciencia de los signos, la semiótica ejerce sobre sus cultores una suerte de fascinación que llevó a decir a Humberto Eco que esa ciencia, y no la filosofía, iba a encargarse de explicar la sustancia de los tiempos por venir. Esa concepción de la semiótica fue la que hizo de Bermúdez un hombre de exterioridades, capaz de llegar desde el signo de los acontecimientos, desde el balbuceo de los hechos, al núcleo de lo consistente.

Personalmente, conocí a Manuel Bermúdez en un momento en el que él desplegó su proverbial generosidad intelectual frente al despiste mío como persona descolocada en determinados situaciones. Había yo aceptado, tal cual me la ofrecieron, la dirección de Video Forum, la revista de Radio Caracas Televisión, creada por el profesor Moraña, en la que Bermúdez había jugado un papel sumamente importante y, en consecuencia, muerto el fundador, la dirección de la misma correspondía a Bermúdez, hecho que yo ignoraba en ese momento.

Con la nueva etapa de la revista en marcha, se realizó un buen día en el Canal de Bárcenas un evento muy concurrido sobre teorías en boga de la comunicación y uno de los ponentes avisó una hora antes que no podía asistir.

--Digan al director de la Revista a ver si puede suplirle, dijo Bermúdez a quien coordinaba el evento.

Así se hizo.

--Hermano, vos sabéis bastante bien lo que os traéis entre manos, me dijo Bermúdez, al concluir mi exposición.

A partir de ese momento, no sólo terminaron los recelos, fuimos amigos.

Otro día, al concluir uno de aquellos programas de Napoleón Bravo --en los que ejercía el presentador con nombre y apellido a plenitud-- se me acerca Manuel y me dice: --¿Cómo hacéis vos para lograr ese nudo de corbata tan vertical y caído hacia abajo que yo veo tanto en la gente europea? Algún tiempo después de haberle explicado cómo era el asunto, fue Manuel el presentador de un libro mío de ensayo. Cuando le agradecí sus palabras, me señaló el nudo de su corbata y me dijo: --Creo que esta vez lo logré.

--Cuando la corbata es tan fina, es necesario dar una vuelta más, dije.

Ya no volvimos a hablar del tema, pero me di cuenta de que siguió con su nudo Wilson, más horizontal que vertical, en lo sucesivo.

Pero lo cierto es que no se le escapaba detalle, ni dejaba de leer las segundas intenciones de la letra pequeña con que se estaba escribiendo la historia de la Venezuela actual. Barajaba de esta manera lo interno y lo externo. Personalmente, fue la persona, siendo como éramos amigos, cuya critica más temí. Era implacable con sólo un gesto: --¡Ese articulo suyo, hermano!.. y no decía más. Pero algo había en ese escrito que no cuadraba.

Y no cuadraba.

Dije alguna vez que una escritura sin crítica era como un rebaño sin perro guardián y que, dado su conocimiento de prosas, autores y estilos, él podía ser el crítico que necesitaba el país literario Pero nunca estuvo por la labor, al menos en público. En privado era otra cosa. Sabía muy bien quién era quien y con qué vientos artificiales navegaban algunos autores a los que Eugenio Montejo llamaba escriturgos.

En otra oportunidad, con motivo de la presentación de un libro de Luis Alberto Crespo, dije que había encontrado en el texto --magnífico libro de poesía, por lo demás-- unas cincuenta palabras de origen llanero desconocidas para mi.

--¿Pero bueno, no decís vos eso de que la infancia es la patria del escritor, en cita de Rilke?, comentó en alusión a mis orígenes españoles.

--Pero es que tampoco encuentro la mayoría de esas palabras en el diccionario de venezolanismos.

--Razón de más. Hay palabras que sólo son de nosotros los llaneros.

Manuel Bermúdez, tal vez por ser tan del habla popular, por su exterioridad, fue un gustador de la vida. ¿De qué hablaba con el compadre Rubén Darío González, aquellas veladas después de las faenas de los viernes hasta el amanecer del sábado, interrumpidas solamente cuando le sobrevino la enfermedad, en aquel callejón de Sabana Grande que iba de coplas --las que ellos dos habían contribuido a forjar durante años, por cierto? Cuando los lunes me encontraba en el paseo matinal del Parque del Este con el "compadre" Rubén Darío procuraba tirarle de la lengua.

--Comentaba yo con Rubén hoy en el Parque --diría ya en la noche por teléfono para provocar a Manuel-- que hay textos de Garmendia que no han sido igualados en puridad por ningún otro escritor de la lengua venezolana...

Hacía un largo silencio, y luego añadía: --No se si vos habéis leído...

y entonces soltaba un párrafo completo de alguno de sus autores de culto, sin necesidad de desmentir mi provocante afirmación.

Quiere decir que fue un lector con memoria, un lector de ritmo lento que podía meter en una sola palabra el significado de la obra de un autor. Fue él quien habló de uslaridad, un término que dejó caer como un plomo sobre la escena nacional, preocupado por los derroteros por los que trascurría la vida social y política en Venezuela.

Los artículos que prodigó por épocas en El Nacional y su columna en el dominical de la revista Estampas de El Universal durante años, son crónicas magistralmente escritas en las que era capaz, si venía al caso, de convertir en arte la más sórdida de las realidades. Pero donde Manuel volvía a ser el profesor que habían hecho memorables sus clases en el Pedagógico era cuando explicaba, especialmente por radio, las teorías semióticas.

Esas lecciones, además de ser lo que fueron, constituían, al mismo tiempo, una especie de dique de contención para los medios venezolanos que pretendieran deslizarse hacia lo banal. ¡Que supieran al menos lo que estaban haciendo y que eso tenía un límite! Edgar Colmenares del Valle pronunció, en una de las sesiones de la Academia Venezolana de la Lengua, un memorable discurso sobre la vida cotidiana de Bermúdez como profesor, amigo y hombre de familia a raíz de la muerte de tan singular académico. Habló también de la importancia de quien fuera secretario de la Academia durante un largo periodo, de su papel en las letras venezolanas, glosando con autoridad de especialista algunas de las obras más importantes de Manuel Bermúdez.

En otra oportunidad y tal vez bajo el registro que corresponda, hablaré de la importancia de Bermúdez en la época gloriosa de la telenovela venezolana, si antes no se adelanta alguien con mayor autoridad en la materia que la mía.

De momento, queda dicho lo escrito.

Fotografía: Yanni Montilla

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