miércoles, 25 de mayo de 2011

NAZOA


EL NACIONAL - Lunes 23 de Mayo de 2011 Opinión/9
Libros: Aquiles Nazoa
NELSON RIVERA

Una elegancia imperturbable: tal es el primer atributo que deseo consignar ante el lector: Aquiles Nazoa (1920-1976) escribía como quien se ha impuesto el don de la amabilidad, como si cada página le hubiese exigido actuar más allá de su condición de expositor: como un anfitrión, como un guía a quien se ha encomendado la misión de hacer comprensible la complejidad de lo que nos rodea.

Quizás porque fue un hombre de ancha cultura, que hizo de su condición de autodidacta no una limitación sino una pródiga fuente, Nazoa mantuvo siempre un vínculo activo con las fuentes clásicas de la cultura occidental, experimentó el privilegio de pensar con libertad: tenía una incalculable facilidad (propiedad) para conectar esto y aquello. Para ejemplificar. Para hacer visible la circularidad del mundo. Para demostrar al lector las maravillas que guarda lo sensible.

La magia del buen decir. Antología de conferencias de Aquiles Nazoa (Ediciones del Rectorado de la Universidad Central de Venezuela, Caracas, 2009) recopila 18 conferencias de distintas épocas, que incluye alguna entre aquellas que dictó frente a las cámaras de televisión para su programa Las Cosas Más Sencillas. No podía ser de otro modo: Ildemaro Torres, autor de una biografía y de otros tres o cuatro libros sobre Nazoa, según recuerdo, es el responsable aquí de la selección y de los textos de presentación de cada una y del conjunto.

El hombre que le "habla" al lector es un humanista, en el más redondo sentido del término.

Con la misma convicción podía hurgar en las fuentes de la Grecia clásica, como en las tradiciones venezolanas o latinoamericanas.

Pero he de aclarar que no era un nostálgico: sus permanentes apelaciones a la memoria (mejor: a las memorias) apuntaban a nuestro presente, a fijar una cierta luz sobre los asuntos que nos conciernen.

Se me antoja pertinente preguntar de dónde proviene Aquiles Nazoa. En qué lugar hizo su aparición. Y he de contestar: parece un alma surgida de la lengua española. Un caballero que pronunciaba cada palabra como si en ello consistiera el sentido de vivir: decir bien, decir claro, puesto que ese decir implicaba consideraciones éticas y estéticas.

Y aquí llego al Nazoa que he descubierto (y ni siquiera me ha alcanzado el espacio para referirme a la impugnación en forma de humor que late en cada momento de esta lectura): al artista consciente de la permanente fragilidad de las libertades individuales y políticas. Nazoa lo advertía: Vivimos bajo la amenaza de los tiranos. Y, puesto que su sensibilidad lo urgía a ello, en sus conferencias no faltan las referencias a ciertas víctimas: a los hombres libres a quienes siempre, a lo largo de la historia, el poder de turno ha convertido en perseguidos.

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