viernes, 8 de abril de 2011

FERVORES


EL NACIONAL - Sábado 02 de Abril de 2011 Papel Literario/3
La región Zagajewski
NELSON RIVERA

Me remitiré a las tres líneas con que arranca el primer párrafo de En defensa del fervor *, que debe ser el más frondoso y esencial ensayo de Zagajewski (me refiero de forma limitada a sus libros traducidos al español): "De Lvov a Gliwice, de Gliwice a Cracovia; de Cracovia a Berlín (para dos años); después a París para largo tiempo y, desde allí, cada año, a Houston por cuatro meses; el regreso a Cracovia". Sostengo: que Adam Zagajewski haya inaugurado ese texto, su más palpable declaración estética o su arte poética, y haya anotado allí la ruta de su periplo vital, un circuito que finalmente siempre termina en Cracovia, constituye, en principio, una guía que no es posible desatender.

Es la ciudad, el marco, el lienzo y el óleo con que Zagajewski evoca su pasado; es la ciudad, el plano en que la experiencia florece, se levanta hacia su cénit y se apaga en el olvido; es la ciudad donde el pensamiento se afila y pronuncia, o donde escoge guardarse a la espera de una mejor oportunidad; es en la ciudad donde a menudo se articulan sus poemas ("En ciudades ajenas venimos al mundo/ y las llamamos patria, mas breve es/ el tiempo concedido para admirar sus muros y torres"**); es en la ciudad donde la fraternidad y la escritura de la fraternidad con el mundo encuentran su espacio recurrente.

En dos colecciones de ensayos (Dos ciudades y En defensa del fervor); en su premiado libro de memorias (En la belleza ajena); y en cuatro libros de poemas (Deseo, Tierra del fuego, Antenas y Poemas escogidos) a veces se lee y a veces se presiente lo que llamo "La región Zagajewski": Lvov, Gliwice y Cracovia, las tres ciudades sembradas en la poesía y en los ensayos del autor polaco: cuando no son la mordedura, el eje de la escritura (por ejemplo, Cracovia preside y atraviesa las evocaciones de En la belleza ajena), ellas se constituyen en referencias para pensar lo distinto (como ocurre en el poema "En una ciudad ajena"***, que expresa la perplejidad del poeta ante una ciudad mediterránea --no dice cuál--, distinta a las ciudades que el escritor conoció en su infancia y adolescencia.

Pero esta región Zagajewski no se consume en la ciudad: en aforismos, prosas breves, recuerdos, poemas y en las luces de sus ensayos, los temas vuelven y se entrecruzan: los paseos por calles entrañables o por avenidas enfiladas de árboles; la fidelidad a los escritores atesorados en su juventud (Aleksander Wat, Czeslaw Milosz, Tadeus Kantor, Nietzche, Kafka); las opacidades y aristas espeluznantes de la experiencia totalitaria; las glorias y miserias que son inherentes a la vida de los artistas; la propia lucha por alcanzar una comprensión sensible del mundo.

La región Zagajewski se proclama en uno y otro género: anida en un poema, adquiere la largura y generosidad de un ensayo de pálpitos y colores, se torna en la figura claroscuro de una plácida evocación. No importa cuál de sus libros uno tenga en las manos, los recuerdos de otros libros suyos penetran, aparecen en la lectura del momento. La región Zagajewski (quizás "la esfera Zagajewski" sería una imagen más adecuada) remite a sí misma. En un sentido, está abierta y permeable al mundo. Sabe que, a fin de cuentas, la sensibilidad es única, imposible de reproducir.

De Lvov a Gliwice Tenía cuatro meses de edad cuando él y su familia fueron obligados a salir de Lvov (que hasta ese momento pertenecía a Polonia y que ahora pasaba a convertirse en propiedad rusa), para ir a vivir a Gliwice, una gris ciudad industrial alemana, y que en ese reparto de post guerra se convertía en territorio polaco. Corría el año de 1945 y la ilusión de que el mundo sería mejor después de Hitler. Pero ese desplazamiento forzado no sería nimio en la vida de Adam Zagajewski, sino un hito fundacional de su visión de sí mismo: un ser sin hogar, alguien que "no quiso o no supo en sus años de infancia y de juventud entablar relaciones estrechas e íntimas con el entorno en que crecía y maduraba".

El propio autor corta de inmediato cualquier obvia especulación de lo que ese desarraigo hubiese podido significar: no fue infeliz. Le abrió un camino para mirar a su alrededor, no como un sedentario, tampoco como un emigrante, sino con una luz peculiar: aquél para quien todo es novedad y obsolescencia, posibilidad e imposibilidad, agobio y alegría: aquél para quien la única patria es una lengua para atravesar por la vida ("la música ha sido creada para la gente sin hogar porque es el arte que menos unido está a un lugar concreto").

Don ciudades, el ensayo de memorístico talante que inaugura el libro, es mucho más que un regreso del autor a sus primeros años. Es la invención de una íntima paradoja: aunque se acepta a sí mismo como un hombre sin hogar, adopta esa intemperie para pensar la vasta anchura del mundo a su alcance, sin separarse nunca de las raíces reales y simbólicas de las dos ciudades: Si Lvov es la ilusión del mundo perdido (que Zagajewski otea a través de los recuerdos de sus nostálgicos parientes), y Gliwice es el destino impuesto por la brutalidad del siglo XX, de esa tensión entre lo que se añora y lo que se vive surge una clarividencia, una lúdica personalidad crítica, un carácter dominado por el deseo de registrar y descifrar el mundo.

Prosa ultravioleta que rasga mientras avanza sobre las apariencias de lo real, a Zagajewski (1945) le interesa la otra mirada: el revés de lo cierto, la hora que sigue al cansancio, el ser humano en su dimensión aleatoria o animal.

Es la ciudad, el marco, el lienzo y el óleo con que Zagajewski evoca su pasado; es la ciudad, el plano en que la experiencia fl orece, se levanta hacia su cénit y se apaga en el olvido; es la ciudad donde el pensamiento se afi la y pronuncia, o donde escoge guardarse a la espera de una mejor oportunidad

En su pensamiento hay algo de aventura, de experimento fuera de laboratorio, de desparpajo frente al riesgo que entraña asumir una ciudadanía mutante, con el coraje de repensarlo todo: "durante mucho tiempo, estuve persuadido de que el sentimiento inefable de impotencia era uno de los rasgos constitutivos del universo cívico (...) la impotencia parecía algo evidente, trágico, plenamente aceptado e incluso placentero".

Movimiento y una considerable libertad para pensar: quizás en ello consiste la poética del hombre sin hogar. Inusual capacidad de adaptarse de tanto vivir extrañado. Inhalación y exhalación. Sed, relación natural con el error, biografía abierta: intransigencia y generosidad. De esa profunda escisión que late en su urticante prosa es que provienen las preguntas irrenunciable que Zagajewski se formula a sí mismo (¿cómo vivir sin hacer daño al próximo?), pero también su imitación burlesca, los asombrosos ejercicios paródicos que contiene Dos ciudades.

Parodia: y es que bajo los rótulos de Archivos abiertos y El nuevo Pequeño Larousse, las otras dos secciones del libro aglutinan a un conjunto de textos breves que, a través de distintos procedimientos, sacan a la superficie el artificio, la banalidad inherente a toda retórica. Piezas del desencanto, giros irónicos, divertimentos, potente vitalidad de su lengua lúdica, Zagajewski hinca su fuerza sobre la hipocresía: burla a la fiera totalitaria y a Dios, a los procedimientos burocráticos (insisto: ser un escritor centroeuropeo es vivir con la sombra de Kafka en el reojo), a policías y tribunales, a lo que subyace en el pozo donde conviven memoria y justicia, a la "injusticia comercial de toda ontología".

Estos ensayos y juegos de inteligencia que nos obsequia este escritor polaco no han sido concebidos para concluir nada, sino como experiencias de recorrido; su secreto consiste en volver, en abrir sus páginas en cualquier parte y comenzar de nuevo. No proponen nada que pudiese ser traicionado. Se adhieren al principio de fragilidad de todo lo humano. Por momentos desesperan, más adelante sosiegan. La legitimidad da saltos de conejo en apuros. Lo humano son las preguntas, el cese de las veleidades, la estupidez de tanta argumentación.

¿Un desdeñoso, un obcecado afilador y lanzador de cuchillos, un ocioso desmontador que se place en dinamitar las bases de la convivencia? Un escritor que nos invita a la gratitud y a la desconfianza en un mismo párrafo. A tensar y contraponer los lugares de la comodidad. Es la cabeza de Zagajewski que se inclina conmocionada por la delgadez de nuestro vínculo con el mundo.

Que rechaza los discursos que distorsionan y aplastan nuestro lazo con los demás. De lo que habla esta brillante alma polaca es de nuestra necesidad de creer. Del refugio que son nuestros sueños, la imaginación y la poesía. De la soledad que habita en cada intemperie. De que todo conocimiento está sometido a su propia paradoja.

La salvación Desde que apareció en el año 2000, lectores entusiastas han coincidido en señalar que En la belleza ajena, merece ser calificada como la obra maestra del autor polaco. Algo subyuga en cada página: por momentos diario, por momentos texto de evocación, por momentos prosa que dictamina: "A Gombrowicz le gustaban las teorías, la filosofía, incluso dictó conferencias sobre historia del pensamiento. De sus teorías no ha quedado nada.

Durante toda su vida escribió exclusivamente de sí mismo, pero nosotros, sus lectores, que hemos estudiado una y otra vez todos sus libros y cartasm no sabemos quién era.

Era un gran escritor".

Libro reivindicación: Zagajewski rescata la experiencia de vivir, en el sentido de vivir mucho, con intensidad y gratitud.

A pesar de la experiencia totalitaria ("No fui testigo de la matanza de los judíos, nací demasiado tarde. En cambio viví el lento proceso de regeneración de la memoria europea, la cual (...) condenó con la mayor severidad el mal del Holocausto y del nazismo, y también, aunque con menos vigor, como no queriendo comprender que es posible tener que habérselas con dos monstruos al mismo tiempo y no con uno sólo, el mal de la civilización soviética"); de las temporadas de precariedad enlazadas como un cordón umbilical a la vida de los artistas; de la disidencia que le obligó a salir de su país; de haber sido testigo del deterioro que le rodeaba ("Era la época de las fundas. Había que ocultar con fundas las cosas para que no se gastasen. No sólo los muebles, sino también la ropa y los pensamientos, y el coraje"), estas páginas son también un elogio del mundo ("el arte crece de la más profunda admiración al mundo, visible e invisible"); de pacto con la propia lengua (Zagajewski dice un escritor es aquél que puede rezar con palabras propias); de descubrimiento de "la belleza ajena", constituida por el vasto catálogo de las magníficas expresiones de cuanto nos rodea, reconocida sin patetismo y sin desesperación, como consecuencia de una gratitud vital, de una voluntad de liberación que crece con el paso del tiempo.

Dice este enorme escritor polaco: "La defensa de la poesía es la defensa de algo que alienta en el hombre, la capacidad fundamental de experimentar el milagro del mundo, de descubrir la divinidad en el cosmos y en otro hombre, en una lagartija y en las hojas de los castaños, de asombrarse y de quedar sumido durante un largo instante en ese asombro".


*"En defensa del fervor" forma parte de la colección de ensayos que lleva el mismo título. Fue publicado por El Acantilado, 2005.
**Los tres versos son los primeros del poema "Canción del emigrado", incluido en Poemas escogidos , Editorial Pre textos, 2005.
***El poema "En una ciudad ajena" pertenece a Antenas, publicado por El Acantilado, en 2007.

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