jueves, 4 de noviembre de 2010

aquilatados (algo más que un tip)



EL NACIONAL, Caracas, 14 de Diciembre de 1996
Trasunto de las cosas En Ruan vive el caballo de Aquiles
JESUS ROSAS MARCANO

El caballito de Aquiles Nazoa, que comía jardines, es también la Navidad. Resucitó en Ruan, Francia, la historiada ciudad en la que fue chamuscada Juana de Arco.

El año pasado, cuando participé en un coloquio de la Pedagogía Freinet en la propia ciudad, una rutina de la banalidad cotidiana se convirtió en suceso, como se verá.

Entre los cinco percherones que llevaron una mañana cualquiera al matadero local, y una vez convertidas las cuadrúpedas estructuras de los beneficiados en bistecks livianos, y pulverizados a golpes de hachuela sus huesos, el quinto caballo -no hay quinto malo- atormentado por la tortura de sus congéneres, reventó las amarras, y libre de tapaojos, echó a correr, a pesar de lo gordazo que estaba, por vías excusadas de la vieja ciudad, ante el asombro de los matarifes.

Fatigado se apoltronó sobre una grama afeitadita con un letrero que decía por un lado: ``privado'', y por el otro: ``no pise el césped''.

Allí permaneció esperando nadie sabe qué cosa. Una ama de casa le puso un bozal de cebada y le acercó un cubo de agua. Los niños de la escuela vecina se apropiaron de ese regalo vivo y comenzaron a dibujarlo y a escribirle poesías. Lo bautizaron con el nombre de ``Resucitado''. Le colocaron en el pescuezo una banda tricolor con esta inscripción: No tocar el caballo que escapó de la muerte .

Esos niños nunca supieron quién fue Aquiles Nazoa, pero coincidieron con él en que ese caballo era bien bonito, como el que comía jardines y deponía flores.

EL NACIONAL, Caracas, 7 de Enero de 1997
El libro y su anécdota
José Rivas Rivas

1. Ubiquémonos en los tiempos del mandato constitucional de Rómulo Betancourt, cuando ya el partido de gobierno había sufrido su primera fractura. Me encontraba al frente de la recién fundada ``Pensamiento Vivo, Editores'', en una oficina de dos pisos. Había recibido los originales de ``Hoy me levanto y digo'', un puñado de valientes poemas de Hely Colombani, para estudiar su publicación. Allí estaba sobre mi caótico escritorio el poemario con su título en letras de plástico pegadas sobre la portada. Una mañana, mi empleado de confianza me informó, desde la planta baja, por medio del intercomunicador, que tres policías subían hasta mi oficina en busca de un libro de Colombani. Por un oído escuché estas palabras y por el otro las pisadas de los sabuesos. De un manotazo arranqué las letras de plástico y me las metí en la boca. De inmediato asomaron los cañones de las armas y surgieron las preguntas de rigor. La tóxica masa que me atragantaba apenas permitió informarles que ignoraba la existencia de ese libro. Buscaron con la tradicional torpeza con que trabaja la policía cuando está en presencia de libros y papeles y se retiraron con las manos vacías. A los allanamientos policíacos ya nos había habituado la dictadura perezjimenista, mas no a los terribles efectos digestivos del consumo de plástico. Todo sea por la libertad de expresión, por la amistad... y por la poesía.

2. Sólo una vez conversé con Rómulo Gallegos. Un editor argentino, de paso fugaz por Caracas, quería entrevistarlo. Lo llamé por teléfono, me identifiqué como ``un estudiante universitario'' y nos invitó a visitarlo esa misma tarde. Muy asombrado se sentía el sureño por la facilidad con que se había logrado aquel contacto, dada la categoría nacional e internacional del novelista. Le expliqué que tanto nuestra guerra de Independencia como la Guerra Federal y otros factores de tipo étnico habían eliminado en Venezuela cualquier diferencia social, y por ello todos éramos iguales. A veces demasiado iguales, pues como decía Andrés Eloy, ``en un mutuo irrespeto y en un cordial vacío / nos confundimos todos como el agua en el río''. Aproveché el diálogo con el Maestro Gallegos para preguntarle por cuál razón sus libros eran editados exclusivamente por Espasa Calpe. Me dijo que había tenido urgencia de dinero para terminar de construir una casita (¨o liberarla de una hipoteca?) en Macuto y vendió por trece mil bolívares los derechos de todas sus obras a la citada editorial.

3. Cuando se publicaron ``Las Celestiales'', la más audaz travesura humorística de Miguel Otero Silva, que recogía un cardumen de coplas profanas (muchas de ellas de Paco Vera), irreverentes para el santoral cristiano, ilustradas por Zapata, se formó un escándalo mayúsculo hasta el punto que la policía allanó las librerías para decomisar la publicación. Cientos de personas que jamás habían adquirido libro alguno invadieron las librerías en solicitud de aquella joya bibliográfica. El gerente de una librería caraqueña le sacó ventaja a la circunstancia, pues les preguntaba con la mayor candidez a los ansiosos clientes: ``¨Las Celestiales? No conozco esa obra. ¨Será esta?''. Y les mostraba ``La Celestina'', de Fernando de Rojas, un libro de la picaresca española de los años medievales. De esa manera agotó la existencia de ese título que, con mucha suerte, podría vender un par de ejemplares cada año.

4. Aquiles Nazoa, cuya poesía había alcanzado gran popularidad, decidió compilarla en un libro titulado ``Humor y amor''. Se interesó en la edición un librero español, Requena, fundador en Caracas de la Librería Antigua y Moderna, un gigantesco y anárquico depósito de libros de todo tenor. Cuando el poeta le entregó los originales había incorporado a ellos una fotografía de sus primeros meses de edad, con la siguiente leyenda: ``Aquiles Nazoa, cuando todavía no había nacido su vocación de pendejo''. El librero, que apreciaba al humorista en alto grado, le objetó, con toda razón: ``­Hombre, señor Nazoa, usted no es ningún pendejo. Cámbiele usted ese texto. Así yo no voy a publicar nada!''. El autor, que hasta sus momentos depresivos los resolvía con el humor, meditó un poco, y luego corrigió: ``Aquiles Nazoa, cuando todavía no había nacido su vocación de monaguillo''.

EL NACIONAL, Caracas, 15 de Junio de 1997
Vanidades y humorismos
Carlos J. Soucre

I. Dijo Baudelaire: ``Los elegíacos son canallas'' y Paul Sartre: ``La hediondez de los artículos necrológicos''. De algún modo podrían entenderse esas tremendas frases. Yo trataría de justificarlas ante ciertas actitudes que desagradan. Hay gentes que gustan hacer literatura con la muerte de sus semejantes. No me refiero a obras de arte que puedan surgir desde situaciones luctuosas o dramáticas ni tampoco a aquellas manifestaciones de condolencia que se traducen en sobrios y sentidos artículos periodísticos, sino literatura en el peor sentido del vocablo. A veces la muerte viene a resultar un pretexto para esas largas vanidades y exhibicionismos a que son muy dados no pocos literatos.

Parece que ante la muerte lo más digno es el silencio; con el silencio se traduce el mejor sentir, lo que por ser tan hondo resulta difícil que surja hacia lo exterior. Además, cuán impotente se muestra allí la palabra. Creo que fue Homero quien dijo: ``Las desgracias y los acontecimientos aciagos acaecen para que los poetas tengan qué cantar''. Leí esto en Unamuno, quien reputa esa frase como demoníaca. Yo afirmo que ciertos literatos no hacen en toda su vida otra cosa que desear hechos funestos para poder cantar; mientras tanto hacen silencio esperando a que se produzca una desgracia. Y es que la vanidad del hombre es tal que, como decía mi amigo Schopenhauer: ``podría darle muerte a su semejante sin el menor esfuerzo con el solo fin de cogerle la grasa para lustrarse con ella los zapatos''. Cuántos literatos no hay que sólo esperan a que muera un camarada de letras para así tener una buena ocasión de lustrar su ``inspiración'' con la grasa del muerto. Y hasta van más allá: piensan que la muerte de esa persona se produjo especialmente para que ellos se dignaran escribir su apología.

II. Unamuno despreciaba los retruécanos, esos juegos de palabras a que son muy dados algunos humoristas venezolanos. Decía ser ello ``la forma más baja del ingenio'', o ``la forma favorita de los más bajos ingenios''. Debido a esto no le resultaba muy atractivo Don Francisco de Quevedo. Me inclino a darle la razón, pero es que también Unamuno carecía de humor, (aunque no de malhumor). Fíjense que ni siquiera hay sátiras o ironías en Unamuno, sino sarcasmos, paradojas, apóstrofes y violencias. Por eso mismo no soportaba al feliz Voltaire y abominaba de Anatole France porque éste ``no sabía indignarse''. Aquello lo dice en una de las notas intercaladas en su libro ``Rosario de sonetos líricos'' y ello porque alguien pretendió hacer aquel tipo de humorismo con su segundo apellido, que, como se sabe, es Jugo. Para hablar ahora entre nosotros. Para mí los únicos humoristas que hemos tenido son Leo, Otero Silva, Kotepa Delgado, los Nazoa -Aquiles y Aníbal- , Rosas Marcano, León Zapata y algún otro que se me escapa. Los de ahora que aparecen como humoristas no son sino cómicos, ­y esos gacetilleros de un barato humor a lo Radio Rochela! y para colmo ­cómo escriben tan mal! Aquéllos son auténticos. Sin embargo, en Venezuela no hemos tenido el cultor de ese supremo humorismo denominado ``humor negro''. Este humor no es nada alegre, pero es lo más corrosivo y el de la burla más eficaz. Utiliza el mal gusto con la intención más destructora y hace de lo sagrado y solemne una comedia irrisoria. Debe ser porque ello no se aviene con nuestro temperamento de seres chistosos y alegres. ¨Sólo se da aquello en la flema inglesa, Bernard Shaw, Chesterton? Aunque Jarry, Lautremont y también Prevert lo hicieron de manera suprema. No conozco la ``Antología del humor negro'' de André Breton. Cuando termino de escribir esto encuentro en mi biblioteca una antología del humor negro editada en Argentina en 1972, y allí se selecciona, junto a otros de grandes humoristas, un texto de Aníbal Nazoa titulado ``La oración fúnebre'' que creo está en el libro de Nazoa que él titula ``Obras incompletas''.

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