Luis Barragán
Libre por definición, la controversia de la vida democrática adquiere una pertinencia, complejidad y profundidad que, ocurre desde hace demasiado tiempo en Venezuela, contrasta con el hastío, simplicidad y ligereza en el tratamiento de los problemas comunes. Toda dictadura pugna por imponer constantemente su versión de las realidades, aunque esa yunta espantosa del eufemismo y del cinismo nunca logre subvertirlas y domesticarlas eficaz y completamente.
El esfuerzo inicial consiste en reducir a toda la sociedad, por muchas o pocas que sean las tradiciones de independencia que la pavimenten, a una suerte de aldea taciturna, desalumbrada y peligrosa. Destruir o reemplazar las extensas avenidas, calles y callejuelas del pluralismo, significa transitar o intentar el tránsito resignado por las escasas, precarias y circulares veredas del poder, allanadas por el abuso de un lenguaje que desoriente hasta consumarnos en la abulia del desatino.
Sobresaturada por noticias ciertas e inciertas que se reemplacen entre sí, la opinión pública – dejando de serla – va incapacitándose para tratar y digerir una agenda extensa de temas y materias, a favor de la que monotemáticamente imponga el gobierno. Lenta, pero segura, las fuentes periodísticas se desespecializan, mientras que los actores públicos – fuesen o no de carácter político – ejercen una vocería cada vez más elemental, autorizando – incluso – la improvisación: no por casualidad, sintoniza con la escasez de médicos que, celebrando además al paramédico que queda a la mano, debe resolver, arriesgándonos, asuntos muy propios del cardiólogo, el neumonólogo o el oftalmólogo que ya no se tiene y con el fármaco que la fortuna dispense.
Luego, la censura y el bloqueo informativo constituyen – apenas – un dato de la cultura cívica que minimiza cualquier disidencia y hasta hace de la propia coincidencia con el régimen, una experiencia pésimamente laudatoria. En definitiva, una experiencia de descomposición moral que se convierte en hábito.

Fotografías: LB (03/17). Casualmente, en horas de la mañana, nos comentaron la visita de unos funcionarios al Museo Boliviano en solicitud de sacar las bolsas de basura lo más temprano posible de la tarde. Regresando a casa, fue evidente. Antes que las hurguen, vean a las personas comer de la basura, las bolsasintegras van al camión.
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