EL PAÍS,
Madrid, 08/12/2016
EL ACENTO
Dylan, el
mocoso que se puso solemne
José Andrés
Rojo
Habrá que
escuchar el discurso que, por fin, Dylan ha mandado a Estocolmo y que se leerá
este sábado durante la ceremonia de entrega de los premios Nobel. Habrá que
escucharlo para saber si tiene algo que decir. Tanto aspaviento gratuito, tanto
afán por llamar la atención, todo ese repertorio de gazmoñerías: el bardo
contestatario ha hecho solemnemente el ridículo desde que saltó la noticia de
que el mayor galardón literario había caído en sus manos.
Así que habrá
muchos que estarán pendientes de lo que dice, simplemente para confirmar que
tenían razón, y que ese premio no debió reconocer nunca esas “nuevas
tradiciones poéticas” que Dylan ha explorado con tanto talento “dentro de la
tradición de la canción estadounidense”. Bob Dylan no ha hecho otra cosa que
darles argumentos para que se carguen de razón a cuantos querían otra cosa.
Es demasiado
célebre en el mundo del espectáculo. Y resulta chirriante que el dueño de las
letras que canta esa voz que se ha ido haciendo cada vez más cavernosa —cuando
empezó con un aire gangoso e incluso con un punto chillón— se haya hecho
acreedor de tanto reconocimiento. Dylan tiene entre sus grandes temas menos
conocidos ese Forever young que tanto dice de su generación, y de todas las
posteriores. “Permanece siempre joven / Siempre joven, siempre joven /
Permanece siempre joven”. ¿No es ese el mayor anhelo de cuantos convirtieron la
rebeldía de los años sesenta del pasado siglo en el proyecto de vida más
auténtico y liberador? “Que tus manos no descansen / Que tus pies nunca
desmayen / Que tus cimientos sean fuertes / Cuando soplen nuevos vientos / Ten
el corazón alegre / Y que suene tu canción…”: forever young.
En una
anotación de sus diarios de 1957, el escritor polaco Witold Gombrowicz apuntaba
que “la forma nos humilla”. Quería contar que la cultura occidental se ha
construido ocultando la inmadurez y consagrándose siempre a celebrar a aquellos
“que se esfuerzan por alcanzar altas cotas” de sabiduría, seriedad,
profundidad, responsabilidad. Van en su empeño tan lejos que el resto de los
mortales “no somos capaces de estar al nivel de nuestra cultura”, escribió. Y,
por eso, concluía con su habitual ironía: “En el fondo somos unos eternos
mocosos”.
Una hipótesis
plausible podría ser que la Academia, al premiar a Dylan, hubiera querido
confirmar que sí, que también tiene un inmenso valor literario lo que está
atravesado por la inmadurez: todas esas letras en las que Dylan fue dando
cuenta de la fragilidad de gentes sin muchas expectativas, medio tarambanas,
arrinconadas en los márgenes, perdidas, o en las que le dio por tirar de humor
o tratar de sombreros de piel de leopardo. Sin demasiadas dosis de sabiduría,
seriedad, profundidad, responsabilidad. Y que le hubiera dado así el galardón
al mocoso (literario) que todos llevamos dentro. Y fue, justo en ese momento,
cuando Dylan se puso (una vez más) estupendo. Tan ávido de solemnidad como los
peores representantes de la cultura del relumbrón.
Fuente:
Fallece a los
69 años, Greg Lake:
Breve nota LB: Nos sentimos un poco más interpretados por la crónica de Rojo,
con la cual creemos saldada la cuenta con Dylan. No obstante, nos enteramos hoy
del fallecimiento de Greg Lake, cuya voz nos fue siempre familiar desde que,
adolescentes, nos deleitaba – sobre todo – el disco: En la corte del rey Crimson. Nos impactó, por aquellos remotos años, el
disco del concierto en Montreal y los Cuadros de una exposición que, ahora,
puede hallarse en la red (https://www.youtube.com/watch?v=jO4lEEigeeo).
Naturalmente, con los años, reivindicamos la versión de los grandes directores,
como Essa-Pekka Salonen, nuestra favorita, mas no olvidamos la de Lake y el
grupo que tanto llegó a deleitarnos.
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