EL NACIONAL - Jueves 11 de Octubre de 2007 NACION/13
La realidad es así
JOAQUÍN MARTA SOSA
Nada más sencillo que creer en la realidad como un animal dócil que puede ser domesticado a voluntad y que sólo intereses infamantes se pueden oponer a transformarla, pese a las injusticias o infecciones de corrupción que esté sufriendo.
A partir de esta conseja, en la cabeza de algunos personajes, por buenas o malas razones, se desata la comezón de enarbolar la inconformidad tras la cual, si pueden, nos arrojan promesas, terremotos y estallidos. Pero, cuidado, éste es apenas uno de los rostros en el espejo.
El otro, como buen espejo, refleja la misma cara, pero invertida, con las facciones de quienes aseguran que la terrenalidad, tal como es, tiene su razón y sus causas, que por algo, ignoto, sí, pero inamovible, es la que es y nada puede perturbarla de su lugar ni siquiera unos milímetros. Quienes se apoyan en esta ordenanza son reacios a cualquier impronta reformadora arguyendo que a nada y a nadie beneficiará salvo al desorden.
Los primeros forman las tribus de los optimistas irredimibles, los segundos las de los pesimistas sin redención.
Para unos, basta con lucidez de conciencia y voluntad de acción para que nazca en la tierra el Paraíso. En el fondo se sienten pequeños dioses o grandes, depende del personaje, pues, en definitiva, se pasean por el tiempo y el espacio como si nada les estuviese impedido, como si su especificidad personal consistiera en hacer el mundo y sus realidades a la medida del cuerpo que su imaginación supura. Son esos grandes sastres de la Historia que, hasta hoy al menos, sólo nos provocan calamidades enormes con sus trajes hechos a la medida de sus fiebres y cogitaciones.
Los otros, los que combaten con fiereza para que las piedras del yermo o los árboles del bosque sean siempre los mismos por los siglos de los siglos, que no perezcan ni envejezcan, nos llevan en la procesión del Flautista de Hamelín rumbo a los charcos donde nos ahogaremos, y en esto la experiencia constatada es terca.
Algo de lo dicho es lo que vemos inundar las mesas de esta batalla en la que han metido de cabeza al país. Nada nuevo, por lo demás, a pesar de que algunos creen haber descubierto el secreto de los secretos, el de montar un país a imagen y semejanza de su puño y de su letra y ponerlo a andar. "Pintar un pájaro / es gran facilidá / abrirle el pico y que coma / esa es la dificultá", dice la sabia copla llanera que nada sabe o mucho, de teorías, imperialismos y oligarcas.
Así que hemos descubierto lo de siempre, que el menú de la historia que cocina nuestra especie resulta sólo un poco más variado, pero muy, muy poco, que el de cualquier otra. Pero, en fin, algo es algo. Es decir, el mundo y sus sociedades cambian, no tienen más remedio que hacerlo, pero las trazas y la ciudad donde arriba ese camino ni las escribe un elegido en la madrugada indigesta de cafeína en su escritorio ni las receta un fantasma desde las grutas del pretérito remoto. Él no puede ser sino la tarea siempre inconclusa, jamás perfecta o deslumbrante, de muchos que pugnan con la realidad, aprenden a leerla, descubren sus teclas maduras y allí ponen el dedo. De lo contrario tendremos enfrente el vozarrón de Goya: "Los sueños engendran monstruos", sin olvidar la admonición de Saint Exupéry, el de El Princi pito, "fuera del cambio nada hay sino la muerte", unidos en el sereno Maritain: "Las corrientes no se hicieron para seguirlas, sino para nadar en su contra".
Pieza: Martín Mancera (FIA, 2013)
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