miércoles, 10 de octubre de 2012

VECINDARIO, INCLUSO, LINGÜISTICO

La otra política
Luis Barragán


Lunes, 2 de julio de 2001

Los estudios de opinión coinciden, desde hace más de una década, en resaltar la alergia o desprecio hacia la política en general. Sin embargo, indispensable, aunque quieran llamarla de otro modo, insurge de dos modos distintos. Por una parte, la de naturaleza partidísta que, suponíamos, encontraría otros derroteros con el cambio proclamado, experimenta un retroceso innegable al degradar el debate público. Y, por otra, la no partidísta que, irremediablemente, sigue siendo política, reincide en las viejas prácticas que nos permiten colegir la existencia de una cierta cultura autoritaria y ventajista propicia al oficialismo actual.

El cambio sufre de una asombrosa adulteración expresiva para seguir en lo mismo o -como dijo alguien- peor de lo mismo. ¿Nos engañan o nos engañamos tercamente?.

La degradación del debate

Nada más necesario que la polémica para la vida democrática. Tan elemental convicción sugiere cierta consistencia de las razones esgrimidas que impidan una pronta degradación del ambiente político.

No pocos meses tiene la preocupación por el destino de Vladimiro Montesinos.

La opinión pública ha incubado serias sospechas sobre el personaje y la vinculación con un sector del gobierno. Ocurrió lo sabido por todos y el presidente Chávez reencadenó su larga, que no sustanciosa, versión sobre los hechos. Antes, dos de sus seguidores pusieron las notas de un retroceso innegable en el debate.

Los parlamentarios oficialistas quedaron en evidencia: el uno, no supo en definitiva qué decir cuando había asegurado la muerte del sujeto; y, la otra, acusó a un parlamentario de la oposición -Pérez Vivas- nada más y nada menos que de protegerlo. Y con todo el respeto, esas sandeces avisan de algo más grave, como es la carencia de una cultura política democrática mínima que obliga al razonamiento y a la circunspección.

Por lo demás, las consignas tienen sus límites. No puede continuar el coro maniqueo sobre el pasado mientras el presente parece reivindicarlo, pues, la invocación de una cuarta república corrupta luce como una necedad cuando el flagelo contínua a sus anchas.

El debate político es inevitable y no queda otra opción al oficialismo que asumirlo. Y me atrevo a aseverar que si ésta fuera una revolución, la sabríamos por sus tribunos, pues, generalmente, el cambio histórico evidencia a los mejores.

La otra política

La política no pertenece exclusivamente a los partidos, pues, también la hacen los gremios empresariales y sindicales, estudiantiles y académicos, vecinales y recreativos, en el ancho horizonte de las decisiones que dicen comprometerlos. Apenas es una cuestión de instancia, donde valores y principios, hábitos y prejuicios, se dan cita por igual.

Hay una cultura política fuera de la órbita estatal, insuficientemente evaluada en todos estos años. La mejor ilustración está en los condominios, donde propietarios e inquilinos frecuentemente exhiben los vicios que se les imputa con facilidad al liderazgo partidista.

Cualquier observador puede percatarse de la escasa participación en los problemas comunes del edificio, la barriada o la urbanización. La desconfianza, apatía o resignación, obedece también a la preeminencia de una camarilla habilidosa en el manejo ventajista de los asuntos administrativos, surgida con garbo y espontaneidad cuando la delegación tiende a ser tan absoluta como el mismo derecho de propiedad (y comodidad) invocado.

Puede colarse una crítica siempre subrepticia en torno a los deudores de la comunidad, cuyas crisis económicas no se compadecen con los peroles electrónicos exhibidos en fiestas que, por lo regular, desafían el sueño de todos. Las juntas de condominio y de administración exponen las medianas y pequeñas corruptelas, afianzadas hasta en la reparación de un modesto ascensor.

La pintada o las remodelaciones del inmueble siguen el curso del cableado televisivo o la promoción de un producto o servicio, en un universo de prácticas y percepciones orientado a todo el aprovechamiento individual posible y la conformidad con un discurso "heroico" de mantenimiento. Las empresas del ramo tienden a crecer independientemente de sus ineficacias y triquiñuelas, resultando asombrosamente rentables con el diferimiento del pago de la luz o el agua, incluída la complicidad de los líderes residenciales.

Es el vecindario de la clase media-media y baja, por lo general, el mejor indicador de una cultura política que no luce mejor que la versionada en sus reproches persistentes al liderato público. Una suerte de microfascismo la informa y, acaso, adquiere perfección en los comités de notables que surgen al calor de los nuevos encumbramientos urbanos: el tesista encontrará en las vicisitudes judiciales de un famoso cirujano plástico, rechazado al adquirir casa en una reputada urbanización caraqueña, las mejores pistas del pensar y el hacer colectivos de la Venezuela contemporánea.

La otra política la palpamos en ámbitos aparentemente insospechables. Las universidades plenamente dependientes del presupuesto nacional, so pretexto de la autonomía, la ejemplifica fielmente como un inmenso monumento a la anomia que los hechos todavía frescos de la UCV testimonian.

Ojalá pudiéramos precisar la vigencia, significación y alcance reales de los Juzgados de Paz, elegidos tiempo atrás por voluntad popular. Constituye un dato relevante para saber cuánta profundidad puede tener la revolución ciudadana que, por cierto, nada abona a la retórica del tutelaje político ensayado por un oficialismo evidentemente anacrónico.

No cabe duda que el autoritarismo encuentra nido en el obrar colectivo ajeno a la rutina de los partidos conocidos o que ya se conocen. Reconocerlo nos parece un importante paso.

Notas sobre un rapto

Suele ocurrir: nombrar la revolución es muy distinto a hacerla. Agotada la imaginación, la ineptitud es cubierta con etiquetas que la fingen.

No es un mero afán opositor el que nos inspira, porque acá nadie podrá decir jamás habíamos visto nada igual, parafraseando a Carlos Fuentes ("Casa con dos puertas", Joaquín Mortíz, México, 1970: 151).

Comprobamos con tristeza la pérdida de una inmensa oportunidad para el cambio que siempre soñamos desde la libertad.

Agolpadas las notas sobre la mesa, encontramos una ya antigüa advertencia de Augusto Mijares: "Lo más grotesco es que (el político) quiera ser un revolucionario y no sepa cómo" (Elite, 27/04/63, Nr. 1961). Desde la izquierda hasta la derecha, la invocación ha servido de mágica fórmula para conjurar las sorpresas que depara el ejercicio de gobierno y, habitual en este lado del mundo, las explosiones verbales dicen frenar el duro oleaje de la realidad.

El convencimiento más profundo que se tiene del tránsito por el poder reside en el empleo de la palabra: por modesta que sea, trasciende a todos los ámbitos. El desliz sintáctico, el neologismo espontáneo y la más atrevida adjetivación, rápidamente adquieren un visado social que también nos recuerda -con Castoriadis- aquello del político como prisionero de lo que dice.

Los dicterios no puede construir una senda diferente, al menos que se tenga por tal la sinceración -Rangel dixit- de una herencia aceptada y recreada. Y es que los pronunciamientos radiales del presidente Chávez provocan las naturales reacciones que abonan a una básica cultura democrática adquirida en décadas que contrastan favorablemente con toda la historia republicana, por lo que no puede agravarse la oquedad revolucionaria con los caprichosos atropellos verbales.

Atropellos que igualmente avisan de una necesidad inaplazable: la de estatizar al propio gobierno. Sentimos que, al discrepar de la reciente decisión del Tribunal Supremo, estaba en el fondo del recurso interpuesto por Elías Santana.

Insurge el Estado Audiovisual que, confundido con sus circunstanciales conductores y seguidores, sacraliza el gesto. No podemos olvidar las viejas experiencias, pues, observaba Fuentes: "La historia del siglo ha demostrado que las palabras también sirven para tiranizar. Hitler hizo algo más que quemar libros. El nazismo corrompió totalmente el lenguaje, al grado de que los significados elementales de la relación verbal se perdieron. Toda una generación de escritores alamenes ha debido dedicarse a la reconstitución del lenguaje primario de los individuos y de la sociedad. Y en los propios Estados Unidos, ¿no fue el macartismo, antes que otra cosa, un rapto verbal? El Senador Joseph McCarthy fundó su aparato de sospecha, de infundio, de represión, de cacería de brujas, en el uso de epítetos difamantes, de palabras que no podían ser comprobadas, de etiquetas verbales" (115).

Quisiera que fuese una exageración al revisar y citar lecturas de antaño. No obstante, permanece la doble angustia por una revolución inauténtica, sin el compromiso con las razones, las emociones y la realidad misma que la autorizan, y la adulteración expresiva que supondrá una paciente reconstrucción de la esperanza misma: ¡Qué inmenso es el reto para la oposición democrática!.

Fuente: http://www.analitica.com/va/politica/opinion/3591367.asp
Ilustración: Paulo Castro.

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