lunes, 1 de octubre de 2012

DAR (1)

Cinco notas sobre Domingo Alberto Rangel
Luis Barragán

Nos encontrábamos en medio de las actividades de campaña, en el profundo interior del país,
zona campesina del estado Táchira, cuando nos enteramos del fallecimiento de Domingo
Alberto Rangel. Obró la casualidad, pues, removiendo papeles en casa el mes anterior,
hallamos y fotografiamos más de cien de sus artículos de prensa, calculados en una cifra
superior a diez mil entregas por Francisco Jiménez Castillo, autorizado especialista de la
historia de vida del tovareño.

Escuchamos sobre Rangel en casa, desde pequeños, como ocurría también con Castro León
y otros actores de la época romuliana, gracias a las distraídas tertulias de los mayores. Y
establecimos una curiosa relación de lectores, pues, política e ideológicamente opuestos,
gustamos de su verbo escrito por esa progresión metafórica que lo caracterizó, según la
conclusión de Orlando Araujo; y del oral, por sus extraordinarias cualidades de vociferador
de masas. Inadvertidamente, se hizo costumbre leerlo con sus severísimas afirmaciones,
numerosas contradicciones, también díscolas posturas y las malhumoradas e inesperadas
reacciones ante la pregunta incómoda y necia.

Suponemos que, ya para principios de los ochenta, pocos lo invitaban para un interviú
televisivo, acaso porque no deseaban arriesgarse con el inteligente analista, por su sectarismo
o hasta la más probable torpeza del periodista que le tocara en suerte. Renglón éste, en el
que recordamos la cordialidad hábilmente neutralizadora de Paco Benmamán, el interrogador
que recibió la amable respuesta de Rangel, palabras más, palabras menos: “No me meto con la
ministra Mercedes Pulido, porque entre tovareños no peleamos”.

1) El debate petrolero

A mediados de los años setenta, el proceso nacionalizador del hierro y el petróleo provocó
un largo e intenso debate en todos los sectores del país que muy bien extrañará a las
generaciones que ahora sufren los rigores de la democracia participativa formal. El
estudiantado de secundaria, por lo menos el de las instituciones públicas de enseñanza, lo
hizo suyo por la avasalladora estrategia de una ultraizquierda diversa, por cierto, la de un
radicalismo que después retrató estupendamente en un breve ensayo Radamés Larrazábal.

No gustamos del ultraísmo de gratuita e inconcebible violencia, repetidor de estruendosas
consignas que no nunca supo explicar. Y, a pesar de empuñarlo, Domingo Alberto se
nos antojaba ajeno, aunque jamás renegó de Tirofijo, siendo el mismo autor radiado
incansablemente por Notirumbos, debido a su celebérrimo libro sobre Gómez, editado por
Vadell Hermanos.

Intentamos acopiar todo lo que se dijo sobre la materia petrolera y hasta una cartelera del
liceo la plenamos con nuestros recortes de prensa, incluyendo al nostálgico creador del
MIR. Tuvimos la fortuna de hallar “La revolución de las fantasías” en nuestras tempranas
incursiones por el remate de libros, postergada la lectura ya que, para sorpresa de la
bibliotecaria, dos títulos coparon nuestro tiempo: “El proceso del capitalismo contemporáneo
en Venezuela” de Domingo Alberto; y “Venezuela, política y petróleo” de Betancourt, los
cuales – además - no entendimos cabalmente en medio de sus abundantes disquisiciones y
cifras, pero fueron insignias de orgullo personal haberlos devorado pacientemente.

Acudimos a dos conferencias, una de las cuales parcialmente recuperamos gracias a Luis
Tarrazzi y sus habilidades para domar las antiquísimas y rudimentarias grabaciones: Domingo
Alberto en la antigua sede de la AVP, en nombre de un Centro de Estudios Socialistas, versó
sobre el petróleo y el imperialismo. La otra, en inmueble adeco, alguien defendía el proyecto
de Carlos Andrés Pérez, otrora presidente de la República.

Algo curiosísimo, pues creímos propia la ocurrencia dicha a un periodista de El Nacional
a mediados de los ochenta, Eduardo Delpetti, quien hizo una histórica e irrepetible serie
de preguntas a la dirigencia juvenil de entonces: algo así como que no debemos mirar la
realidad como Don Quijote a Dulcinea, creyéndola hermosa siendo una vieja áspera. Delación
del subconsciente, al reescuchar la referida grabación de ¿1975?, Rangel empleó casi
exactamente el tropo.

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