viernes, 8 de junio de 2012

CONSTRUYENDO UNA GRAN PRISIÓN

EL NACIONAL - Viernes 08 de Junio de 2012     Opinión/9
¡Para qué la CIDH!
HÉCTOR FAÚNDEZ LEDESMA

En la última Asamblea General de la OEA, celebrada en Cochabamba, Bolivia, del 3 al 5 de junio pasado, con el pretexto de fortalecer el sistema interamericano de derechos humanos, Venezuela, Ecuador y Brasil, con el apoyo del secretario general de la OEA, José Miguel Insulza, continuaron una campaña dirigida a debilitar o, de ser posible, desmantelar la Comisión Interamericana de Derechos Humanos.

En este sentido, el lunes pasado, en una breve aparición pública, el presidente Chávez se preguntó para qué se necesita una Comisión Interamericana de Derechos Humanos. La pregunta es pertinente, y merece ser respondida.

Hitler, Mussolini, Franco, Stalin, Idi Amín, o Pol Pot, no se sentían sometidos a estándares internacionales que debían respetar, y no tuvieron que responder ante ninguna instancia internacional por la forma como trataban a sus pueblos. Por el contrario, en nuestro continente, dictadores como Pinochet, Videla, o Ríos Montt, debieron enfrentarse a una Comisión Interamericana de Derechos Humanos que, aunque con escasos poderes, tuvo oportunidad de visitar esos países (con el consentimiento de los tiranos), rescatar de la tortura a muchas víctimas, e incluso salvar vidas humanas. Los informes de la CIDH denunciaron ante el mundo lo que estaba pasando en esos países, e hicieron posible que la presión internacional pusiera fin a esos regímenes detestables.

El Gobierno de El Salvador debió responder ante la CIDH por el asesinato de los sacerdotes jesuitas, del mismo modo que el régimen de Fujimori encontró en la CIDH un obstáculo más para avanzar en sus propósitos dictatoriales. Tiranías de izquierda y de derecha han debido responder ante esa instancia internacional.

Incluso en países con cierta cultura democrática, la labor de la CIDH también ha tenido un impacto notable. Discrepancias razonables en torno al alcance de los derechos humanos, de sus limitaciones o de las restricciones legítimas que se pueden imponer a tales derechos en una sociedad democrática han sido abordadas por la CIDH, lo que derivado en reformas legislativas, en cambios en las prácticas policiales o militares, y en modificaciones en las tendencias jurisprudenciales. Para los Estados que tienen un compromiso genuino con el respeto a los derechos humanos, la actuación de la CIDH nunca ha sido traumática, ni se ha percibido como una amenaza para la soberanía nacional. Por eso, cuando los electores sustituyan a este gobierno, muchos chavistas se arrepentirán de no haber levantado su voz para defender a la CIDH.

Los regímenes de Pinochet y de Somoza se enfrentaron con virulencia a la CIDH, la acusaron de violar el derecho de defensa del Estado, de inmiscuirse en sus asuntos internos, de atentar contra la soberanía nacional, y de ser un instrumento al servicio de Estados Unidos. Llama la atención que el presidente Chávez recurra al mismo lenguaje y a los mismos argumentos de dictadores de extrema derecha para descalificar a un órgano encargado de proteger a los ciudadanos cuyos derechos han sido conculcados. Es irónico que un gobierno que se niega a acatar las decisiones de la Comisión y las sentencias de la Corte Interamericana de Derechos Humanos proponga crear nuevos mecanismos de protección de los derechos humanos, en el marco del Celac o de Unasur. ¿Para qué? ¿Por qué hay que desmantelar una instancia que les ofrece garantías a los ciudadanos, y sustituirla por un órgano que, sin duda, carecerá de independencia e imparcialidad? La pregunta es ¿por qué Chávez le teme a la CIDH y no permite que ésta visite Venezuela? La respuesta a su pregunta es simple, Presidente: la CIDH sirve para protegernos de gobernantes como usted.

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