sábado, 10 de marzo de 2012

TESTIMONIO


EL NACIONAL - Martes 06 de Marzo de 2012 Escenas/2
Esto es lo que hay
Artes visuales
Dolor, verdad y transformación
LORENA GONZÁLEZ

Entre los tópicos que constituyen la historia del arte venezolano se ha convertido en punto pertinente el indagar en esa metáfora oculta del cuerpo-acción. Aunque algunos grupos como Performanceología se han dedicado con seriedad a publicar una historia digital del género junto con discusiones actuales, la actividad de la performance ha estado casi siempre difuminada como acompañante de la actividad creadora y no como estrategia central. Desde Armando Reverón hasta nuestros días la mayoría de los performancistas siempre hacen algo más. Son fotógrafos o pintores, escultores o videoartistas, diseñadores gráficos o ceramistas...

Practican otras cosas que por lo general consideran más relevantes para su trabajo y que los inserta en el círculo de las tendencias tradicionales del arte, asentándolos en salones, galerías, bienales y museos. Son pocos los que se han dedicado a profundizar con empeño y constancia en las volubles, complejas y arriesgadas cartografías de esta disciplina. Una de esas artistas en extinción que nos ha sorprendido con la seriedad que despunta en cada uno de sus planteamientos es la joven Érika Ordosgoitti, cuya individual más reciente se encuentra desde el jueves 23 de febrero en los espacios de Oficina # 1.

Con el título Sólo estoy sien- do, la muestra reúne un conjunto de videoperformance, fotoperformance y lo que la creadora designa como fotoasalto (intervenciones en las que el cuerpo social y político se entrelaza con los humores francos y etéreos de una desnudez libre en su responsabilidad vital). En su agudo trabajo (censurado y señalado por las redes sociales) las arquitecturas externas, las transformaciones del entorno y las repercusiones del cuerpo material se imbrican a través de una poderosa secuencia de acciones que estallan desde la fisicalidad despojada del proceso interior, hasta la vulnerabilidad del individuo en honesta y descarnada confrontación con todo aquello que ocultamos y protegemos. Érika siembra procesos seriales en los que las astillas que hincan en nuestro organismo el miedo, el pudor, la moral y las ataduras del cuerpo legal se revelan repentinamente: plenas de dolor, de amor, de punzante comunión con ese desprendimiento de lo inevitable que respira en cada uno de nosotros.

Por extrañas circunstancias escribo estas palabras sobre Ordosgoitti desde la habitación de una clínica en donde se encuentra mi padre. Desde el día que fui a su exposición y ya prescrita por los acontecimientos que sabía sucederían, los ecos de su trabajo han permanecido en mí como una inexplicable y silenciosa constante. Hoy, aunque lo intenté, no pude escapar de la referencia personal. Ahora mismo tecleo en una pequeña laptop, sentada en una silla. Me sirve de apoyo un cojín que se inclina hacia la izquierda mientras mis pies en punta intentan mantener la horizontalidad del delicado soporte. Hay cables, fluidos, sonidos constantes, gente que habla y saluda, esferas que inhalan, contenedores que se llenan, químicos que no reaccionan, normalidades suspendidas.

Aquí y ahora la exhibición Sólo estoy siendo ha perdido su anclaje privado para transformarse en resonancia humana: reflejo, expulsión y verdad; destellada del tiempo que, como aquella fotografía del invernadero que removió las bases de Barthes en el libro La cámara lúcida, surge desglosada de las formalidades para inhalar y sumergirnos en el riesgo de ser eso que vibra al borde de toda circunstancia: "No una imagen justa sino justo una imagen".

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